A continuación, me presto a compartir lo que probablemente sea una de mis colaboraciones más polémicas y delicadas que he hecho para cualquier medio; sin embargo, ante el gran impacto social que significa el movimiento #MeToo y su estrecha relación actual con la industria musical mexicana, me es imposible mantenerme al margen. Procuraré conservar al máximo la objetividad y el respeto absoluto a todos los involucrados.

El movimiento Me Too surge viralmente en octubre de 2017, como un hashtag en redes sociales para denunciar agresiones y acosos sexuales, a raíz de las acusaciones en contra del productor de cine Harvey Weinstein. La frase fue utilizada mucho tiempo por la activista social Tarana Burke para, a través de la empatía, promover el empoderamiento entre las mujeres negras víctimas de abuso sexual; sin embargo, el hashtag fue popularizado por la actriz Alyssa Milano, quién animó a las mujeres a tuitear sus experiencias para visibilizar la magnitud del comportamiento misógino.

El hashtag ha sido criticado por comprometer la denuncia del hecho sobre quienes lo han experimentado, algo que podría ser retraumatizante y promover la revictimización; asimismo, hay quienes consideran que el hashtag inspira hartazgo, en lugar de promover la concientización. Además, muchos coinciden en que las redes sociales no son el lugar propicio para realizar una denuncia formal, aunque esto último, supongo, es una respuesta natural ante la sensación de impunidad que provoca la ineficiencia de las autoridades.

Pronto el movimiento se extendió por más de 85 países y a otros ámbitos como la política, la academia, el sector empresarial y, desde luego, la industria musical. 

Así, hace menos de una semana, llegó a nuestro país una derivación del movimiento, conocido como Mee Too Músicos Mexicanos, a través de la cuenta @metoomusicamx en Twitter, en donde, hasta el momento, algunas de las figuras más relevantes que han sido señaladas por crímenes sexuales son León Larregui, vocalista y líder de la popular banda de rock Zoé, quien se declaró no del todo inocente; Efrén Barón, guitarrista de División Minúscula, quien resultó expulsado de la agrupación y se manifestó arrepentido; y Alex Otaola, guitarrista de Santa Sabina, quien también ofreció disculpas públicas y asumió la responsabilidad sobre sus actos.

Pero sin duda, el caso más polémico es el relacionado con la acusación anónima de quien, según su denuncia, a los 13 años sufrió acoso sexual por parte de Armando Vega-Gil, bajista de la mítica banda mexicana de rock Botellita de Jerez. En respuesta, el músico, a través de su cuenta de Twitter, se declaró inocente y anunció su intención de suicidarse, hecho que consumó un par de horas más tarde, aproximadamente a las 6 de la mañana del 1 de abril.
En consecuencia, la cuenta de Me Too Músicos Mexicanos fue suspendida unas horas para luego regresar y pronunciarse en relación con lo sucedido, aclarando que la decisión de Vega-Gil fue personal, ya que se les ha responsabilizado directamente por su muerte; aseguraron haber hablado personalmente con él para hacer la averiguación pertinente y como única respuesta publicó su ‘carta de suicidio’ a las 4 de la mañana. Quienes administran la cuenta aseguran que él se sabía culpable y que su acto fue un chantaje mediático.

Encuentro lamentable y dolorosa la decisión que tomó Vega-Gil, indudablemente un pilar importantísimo de la escena rock nacional como la conocemos hoy. Pero también la considero prematura e impulsiva, renunciar a su vida por un twitt me parece extremista. En su carta, todo lo que expone como los motivos que lo llevaron a tomar la irrevocable determinación son meras especulaciones de lo que podría pasar; no esperar a probar su inocencia me parece inconcebible. ¿Porque si hizo pública su intención nadie intervino? ¿Qué ocurrió en esas horas entre el twitt y la consumación? ¿Habría estado esperando que alguien lo detuviera? 

Al día siguiente, durante el funeral, también se anunció la disolución de Botellita de Jerez y los integrantes restantes aseguraron que lucharían por limpiar el nombre de su querido compañero.

En este punto, tengo que rescatar dos opiniones. En primer lugar, aunque radical, el movimiento Me Too está logrando remover conciencias, haciendo evidente lo nocivas que son ciertas prácticas y conductas masculinas que han sido normalizadas durante décadas; quizá logre que, al menos por temor a ser exhibidos públicamente, muchos hombres midan los palabras y actos en relación con las mujeres de su entorno, lo que está bien. No obstante, la muerte de Vega-Gil y la separación de Botellita de Jerez ejercen una fuerte presión social ante el discurso feminista en general, invirtiendo los papeles y poniendo en tela de juicio todo avance logrado hasta el momento.

Por otro lado, tanto Me Too como el resto de movimientos con temas de género y discriminación, podrían comenzar a replantear sus agendas, a reevaluar sus estrategias para asegurarse de no estar combatiendo fuego con fuego; es imperativo que se reconozca abiertamente el impacto que este tipo de movimientos en redes sociales tienen en las vidas tanto de víctima como de acusado y se tomen acciones conscientes sobre este hecho. La regulación cibernética así como el control efectivo de cuentas apócrifas y publicaciones falsas que desvirtúan el trabajo de las asociaciones civiles, son temas que requieren atención inmediata. Pero también hay que dejar clara la frontera entre lo real y lo virtual; que, sobre todo las figuras públicas, aprendan a lidiar con responsabilidad y resiliencia lo que se publica por internet.

Tengo sentimientos encontrados, no logro aclarar mis ideas ni definir una postura. Lo único que puedo asegurar es que lamento profundamente tanto la muerte de un gran músico como que la violencia de género siga siendo un problema medular en nuestra sociedad. 

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