¿Es hipócrita exigir la prohibición de corridas de toros si los viernes por la noche pido cinco de suadero y otro tanto de pastor con todo sin ningún empacho?
El pasado 17 de febrero animalistas saltaron al ruedo de la Monumental Plaza de Toros de Pachuca durante la Corrida Goyesca en protesta por el maltrato animal en que, aseguran, consiste la fiesta brava.
Esta acción dio un nuevo empujón a la relativamente reciente pero persistente discusión sobre el trato que damos los seres humanos a otros animales, la cual deriva y provoca cambios en la nociones morales y éticas sobre las que sustentamos nuestra relación con otras especies.
Desde el 29 de enero maltratar animales o venderlos en la vía pública es meritorio de sanción en Pachuca, Hidalgo, luego que entró en vigor el “Reglamento para la Protección, Control y Bienestar de Animales”.
Entre otras cosas, el reglamento prohíbe algunas de tantas prácticas frecuentes con las que nos topamos a diario en las calles: perros encadenados durante horas bajo el sol y la lluvia, animales hacinados en diminutas jaulas con precios a la vista, mascotas golpeadas por sus dueños en represalia por prácticamente cualquier cosa y los típicos casos de abandono una vez que las personas se enteran que tener un animalito implica responsabilidades. ¡¿Quién lo hubiera pensado?!
El reglamento contempla sanciones que el infractor deberá cubrir, por ejemplo: multas de hasta 25 mil pesos o 36 horas de arresto (mejor salgan con sus bolsitas para recoger popó). Todo con la finalidad de proteger a las mascotas y generar cultura de tenencia responsable.
Lo anterior, con respecto a los llamados animales de convivencia: perros y gatos, principalmente, aunque también son comunes algunos otros como conejos, aves y peces. Pero, ¿qué ocurre con aquellos que no son considerados mascotas y que todos los días tienen relación con (o padecen a los) seres humanos? Especialmente aquellos que son criados para su consumo.
Por ejemplo, los que terminan sobre un plato acompañados por un Boing de mango, los toros de lidia o los gallos de pelea. El reglamento antes mencionado parece dejarlos fuera de salvaguarda, como si no fueran animales. ¿El criterio para el sesgo es de carácter económico, estético o de qué tipo?
Las corridas de toros son uno de los principales objetivos de los ataques de animalistas y su prohibición consigna frecuente. Ante los embates, los aficionados taurinos acusan hipocresía, o incongruencia al menos, de aquellos que por un lado defienden la vida de los toros y, por el otro sostienen cuatro de bistec con todo.
Desde mi punto de vista, es necesaria la pregunta que enarbolan disfrazada de argumento (que no lo es) sobre la distinción que solemos hacer a la hora de querer defender los derechos de los animales. “¿Por qué no defiendes a los cerdos si bien que vas a las carnitas? Los tratan peor y matan más animales en los rastros. Si de verdad defiendes a los animales, ¿por qué no eres vegetariano?”
La preocupación por el bienestar animal, al menos entre habitantes de las zonas urbanas, partió desde la convivencia con animales de compañía, por lo que en un principio se limitó a ellos. Había, pues, un criterio emocional (y estético, pues eran inexistentes voces que defendieran a las ratas, por ejemplo).
Sin embargo, de manera genuina, me parece, poco a poco se ha extendido el interés por garantizar una vida digna para las distintas especies, aun cuando eso represente un conflicto para las personas. ¿Está bien matar animales? ¿Con qué fin? ¿Sí, a cuáles y por qué?
Por tal motivo, la endeble y recurrente defensa de los taurinos tiene cierto valor, aunque, al final, carece de validez al intentar homologar cosas diferentes, cuya distinción radica en el objetivo esencial bajo el que arrebatamos la vida. En el caso, por ejemplo, de los animales para consumo alimenticio y el toro de lidia, pues mientras a los primeros los matamos para comer, al segundo lo liquidamos para deleite del espectador.
Los reglamentos como el recientemente aprobado en la capital hidalguense son un paso más en la modificación del pensamiento que el ser humano tiene de sí mismo con respecto a su entorno. En ese camino, de a poco se encuentran dificultades éticas y morales que es necesario confrontar para aproximarnos al objetivo de mejorar las condiciones de animales y de nosotros mismos.
Por un lado, defensores deben considerar la posibilidad de sesgos en su cruzada por la defensa de otros seres vivos y confrontar la probabilidad de que deban cambiar radicalmente algunas prácticas de consumo a fin de ser congruentes con su pensamiento.
Mientras que otros, en este caso los aficionados a la tauromaquia, deben reconocer lo evidente e ineludible: las corridas de toros conllevan maltrato del animal con el fin principal de entretener al espectador, quien se emociona con aquello que disfruta a partir de un presunto criterio estético.
En ambos casos se trata de enfrentar la posibilidad de estar equivocados y dispuestos a cambiar, en aras de la congruencia y, sobre todo, de hacer lo correcto. Lo que también implica que normativas hagan a un lado las distinciones y garanticen el bienestar de todos los seres vivos, si eso es lo que en verdad pretenden.
