En aquel tiempo no estudiaba ni trabajaba. Tenía 18 años y estaba tumbado en cama sin nada que hacer. Era un día entre semana porque estaba solo en casa, mis padres y hermanas cumplían con sus obligaciones, trabajo o escuela. Nada más que el sonido del reloj y la mirada en el techo. Ocio, le dicen.

Entonces no existía el distractor favorito de la modernidad tecnológica. La televisión abierta era soporífera al mediodía, tal vez aún lo es, ya no lo sé. No tenía videojuegos ni amigos entre los vecinos, solo el techo y el sonido de las manecillas.

Sumido en el estupor diurno, mis ojos buscaban cualquier salida. Frente a mi cama había uno de los muebles más viejos (según recuerdo) de la casa, un sencillo pero sólido librero que mi papá construyó quiensabecuando. En él, los más grandes recolectores de polvo. En su mayoría, parte de una colección viejísima Salvat y varios otros de Sepan cuantos…, de esos que encargaban en la secundaria y que nunca terminaba de leer. Empecé con Un mundo feliz, después Pensativa, y seguí…

El domingo pasado, en Mocorito, Sinaloa, AMLO presentó su Estrategia Nacional de Lectura (por fin salen de la capital, qué bueno) y a pesar que el proyecto plantea tres ejes rectores: formativo, sociocultural e informativo, los comentarios al respecto se han concentrado en la promesa de Paco Taibo II de ofrecer libros desde 10 pesos o hasta regalados porque la gente no lee debido al alto costo de los ejemplares.

Y es que el precio de los libros parece no ser el único factor que impide la formación de nuevos lectores, pues muchos no los quieren ni regalados. Nadie se roba los libros, me dijo una vez el empleado de una librería que tenía un estante sobre la banqueta sin vigilancia alguna. No obstante, la disponibilidad es importante.

¿Qué podemos hacer para formar lectores? El rubro formativo de la Estrategia busca promover el hábito de la lectura en estudiantes de primarias y secundarias. Intención que, desde que recuerdo, existía cuando cursaba esos niveles (ya llovió, diría mi madre). La bronca es que las bibliotecas eran raquíticas, muchas veces no había encargados y los planes de estudio contemplaban textos que me parecen inadecuados.  

Seguramente hubo quien se hizo fan de Shakespeare y Moliere o los que entendieron a Homero y Platón en secundaria, pero en mi caso entendí muy poco y relacioné la lectura con el lenguaje ajeno del Periquillo Sarniento; boleto directo al bostezo. 

En el aspecto sociocultural, el proyecto federal pretende disminuir el costo de libros y poner al alcance títulos de calidad. Universalizar el acceso, pues. Es probable que los lectores asiduos no busquen los de a diez pesos, habrá incluso quienes les hagan el feo, pero la opción puede ser una puerta gigantesca para quienes en verdad no los compran por costosos.

Sin embargo, sería ingenuo pensar que el precio es la única barrera que separa a la persona de a pie y los libros. Más aun en los sectores marginados (que en este país son muchos), a quienes puedes ofrecer gratuitamente la más bella literatura sin inmutarlos, pues qué le puede interesar a alguien Pedro Páramo si no tiene qué comer. Por qué alguien pasaría horas con Bolaño si debe cuidarse de las balaceras por la noche.

El tercer pilar de la Estrategia es el informativo. Me llega a la mente la no muy vieja campaña que invitaba a leer 20 minutos diarios, como infomercial de aparato de ejercicio: “con solo 20 minutos al día verás los resultados”, en voz de actores, cantantes, luchadores y otros conocidos personajes que sostenían un libro en los carteles con sonrisas llenas de placer y… no lo sé, Rick… 

Espero que esta nueva propuesta contemple los yerros de intentos pasados y tome en cuenta las condiciones actuales en las que puede apoyarse. Por ejemplo, en materia de difusión, considero que los booktubers tienen mayor impacto que el rostro de la estrella juvenil del momento (quien posiblemente no lee ni los subtítulos de las películas) en la parada del camión diciendo que leer es divertido. 

Los dispositivos electrónicos absorben gran parte del tiempo de las personas, no solo de los jóvenes, ¿por qué pensar en eso como un obstáculo? ¿Por qué no generar productos para esos dispositivos? Cimentar la estrategia en el desarrollo de contenidos digitales podría tener mejor resultados que rogarle al niño o adulto que suelte el teléfono para hacer lo que ya hace en esas pantallas: leer. 

Vuelvo a mi cuarto, echado en cama y sin nada mejor que hacer que contar las manchas del techo. La desesperación ociosa me hizo tomar un libro, luego otro y seguir; la disponibilidad es importante. Nadie va a leer los libros que no tiene. Dudo mucho de la capacidad de la lectura para redimir moralmente a la humanidad, pero sí es una ventana enorme que amplía el mundo y que, para abrirla, necesita estar cerca de todos. 

LA DEL ESTRIBO

Hasta ayer por la noche sumaban 118 fallecidos por la tragedia en Tlahuelilpan del pasado 18 de enero y es espeluznante que estemos frente a los muertos, rodeados de ellos, parados sobre sobre la pila de cadáveres y que nos pongamos a reír. 

No es ya indiferencia ante el dolor de los deudos, es diversión. Tal vez ya nos acostumbramos, un muerto aquí, tres allá, 12, 20, 43, 118, qué importa; tal vez la muerte ya vive con nosotros.

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