Eran minutos antes de la medianoche cuando la fila fuera del teatro Romo de Vivar se extendía varios metros y donde estaba la última persona pronto había otra y otra más en espera sin importar el frío para ver Roma, película de Alfonso Cuarón.

Un hombre de abrigo y guantes observa impaciente pero nadie se mueve, la Plaza Juárez, solitaria, con su árbol de navidad; los esporádicos carros de la avenida, las luces temblorosas de la ciudad. Aún faltaban 15 minutos e incrementaban los jóvenes y los adultos con boleto en mano.

En la vida nocturna de Pachuca, donde los cafés cierran invariablemente después de las diez de la noche y el reggaetón, rock o la música electrónica de los bares o las cumbias de los tugurios marcan el ritmo de las noches de fiesta de la capital, el estreno de Roma provocó que la Secretaría de Cultura ampliara las funciones hasta la media noche.

La película dejó entrever a un público en busca de una vida nocturna que no existe en la capital de Hidalgo, provocado por autoridades estatales y municipales más preocupadas por la rentabilidad política y por organizar eventos para sus amigos, como concursos literarios donde declaman sus poemas y cuentos y se felicitan entre ellos por lo bien que escriben.

Aquel día, Roma llenó un vacío en lo cotidiano de Pachuca, que en ocasionales momentos se reinventa con sus artistas de ópera y violín durante sus conciertos de calle Guerrero o Plaza Independencia, a un costado del Reloj monumental y su pasado minero.

El fraseo en los concursos de rap a un costado de palacio de gobierno, los torneos de albures, así como los danzantes y pintores en las plazas públicas son una muestra del arte que fluye en una ciudad y que debe ser documentado como lo hace la película de Cuarón con la colonia Roma, sus costumbres y calles.

La historia podría suceder en cualquier ciudad. Los contrastes conviven, se mezclan y dan forma a nuevos caminos para sus personajes, siempre en movimiento, en transición como los aviones que atraviesan la película.

Los polos opuestos que se unen: dos mujeres, una trabajadora doméstica indígena de Oaxaca, y la propietaria de la casa representante de la clase media mexicana. Ambas enfrentan el abandono de sus hombres y la trama de la película se resuelve cuando se unen para sobrellevar ese vacío.

“En cierta forma, su hazaña de supervivencia las convierte de chingadas en chingonas, no porque vejen a nadie: porque unidas se salvan”, escribió Enrique Krauze sobre la película de Cuarón.

De la muerte a la salvación: Cleo pierde a su bebé durante la represión de una manifestación, luego de toparse frente a frente con el papá de su hijo que forma parte del grupo que masacra a los jóvenes.

Sofía, sentada con sus hijos en una fonda de la playa de Veracruz diciendo que empezarán una nueva vida porque papá se fue. Al fondo, una mar que renace en cada momento.

Entonces los personajes de Roma, con sus claroscuros, pueden estar en todos lados de Pachuca, en la esquina de la calle donde la doña vende figurillas de maíz, en la madre soltera que termina cansada una jornada más de trabajo, en las marchantas que piden unos centavos para su taco mientras cargan al chamaco que no se duerme, en la ama de casa aburrida de vivir en una zona residencial.

Se ha dicho de todo, después de la exhibición de Roma: muy lenta, demasiado larga, en blanco negro, la historia muy sencilla y trillada.

Pero aquella madrugada de viernes, el teatro Guillermo Romo de Vivar se llenó, la gente río, disimuló lágrimas llevándose las manos a la cara y, cuando el silencio anunció el final, aplaudió por puro gusto.

Y después, la ciudad solitaria de las dos de la mañana. Quizá así sea el arte, espontáneo, sencillo, de todos y de nadie.

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