La última ocasión que sentí náuseas reales por un acto gubernamental sin razón, sin utilidad y contrario a los propios valores del partido en el poder, fue la construcción de la Expo Bicentenario. 

En aquél entonces Juan Manuel Oliva y una pandilla de beatos (bastante pillos por cierto) tomaron dinero del erario para erigir un recinto inútil dónde celebrar los 200 años de la Independencia Nacional. 

Escrita quedó la súplica de muchos sectores, entre ellos un coro de empresarios consejeros del Instituto de Planeación del Estado de Guanajuato (Iplaneg). Le dijeron al gobernante, le suplicaron, le quisieron hacer entender el despropósito de tirar 200 millones de dólares. Terco el Yunque, terco “Pedro” el líder de la secta, les valió un pito y construyeron lo que hoy es un elefante blanco que cuesta 60 millones al año mantener. Todo para poner una escultura de la “Victoria Alada” mirando a Cristo Rey. Ese invento costó en términos actuales el equivalente a 2 hospitales regionales como el que se va a inaugurar en León. Un pecado mortal. 

La posible cancelación del NAIM causa una náusea 10 veces más profunda porque es como ver un ferrocarril que va al despeñadero mientras el maquinista ni cuenta se da o le vale. 

Aquí es la desesperación de cientos de líderes políticos y empresariales que gritan a voz en cuello que se detenga el presidente entrante, que no eche por la borda todo lo que se hace. Llámese José Ángel Gurría, presidente de la OCDE; Ernesto Torres, líder de Banamex, institución que ya le puso nombre al “Error de Octubre”; todas las cámaras, todas las organizaciones empresariales estremecidas por la insultante ignorancia de quienes serán los nuevos secretarios de estado. 

También leemos con incredulidad que una de las críticas de la izquierda morenista, de revistas como Proceso y otros marxistas tardíos son que el NAIM será un gran negocio inmobiliario. Claro que debe de ser un gran negocio redondo, por donde quiera que se le vea. Será negocio para las líneas aéreas, para los hoteleros, para los desarrolladores y para los vecinos de Texcoco. Será un gran negocio para México, para todos. 

Sepultarlo sería la posible muerte temprana de la confianza y la inversión en el albor del sexenio. 

Imaginemos que el eje metropolitano que ahora conecta al norte León con Silao no se hiciera porque los dueños de terrenos aledaños harán un gran negocio. Sus tierras suben de 100 pesos a 700 por metro cuadrado. Pero ese valor se agrega al inventario de bienes estatales susceptibles de crédito, aptos para el desarrollo. Abrir infraestructura es abrir oportunidades. 

Por eso da náusea pensar en lo que se va a perder en una decisión ocurrente, de un gobernante que podría abrir el futuro para un radical de derecha como en Brasil. 

Jair Bolsanaro, si no lo matan antes porque ya lo trataron de hacer, va a la cabeza. A los brasileños les vale que sea misógino, racista y anti LGBT. La gente quiere que ponga orden, acabe con el crimen, venda las empresas de la corrupción como Petrobras y ponga en crecimiento la economía de nuevo. Del irracionalismo de la izquierda corrupta del PT brasileño, pasarán al extremo del autoritarismo de la derecha fascista. Un grave riesgo para México.

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