Si Andrés Manuel López Obrador cancela el proyecto del Nuevo Aeropuerto, corta las alas al país.
Se lo dicen todos quienes tienen idea del futuro, se lo decimos quienes soñamos con una enorme puerta abierta al mundo y al interior desde hace años.
Se lo dicen empresarios, ingenieros y pilotos aviadores; se lo dicen hoteleros y todo el sector turismo, se lo dice la voz de la razón técnica y humana; se lo dicen los especialistas en aeronáutica del mejor tecnológico del mundo, el MIT. Es un grito desesperado: ¿por qué destruir la obra más importante de la historia de México?
Él quiere tacharlo con su dedo, con una pantomima de encuesta y trasnochados proyectos para Santa Lucía, lugar que nadie conoce siquiera.
El NAIM es un portento de arquitectura e ingeniería diseñado por Norman Foster, el mejor arquitecto del mundo. Más allá de su costo, si lo dejan volar, la gran X de la terminal, marca el punto de encuentro de México con el mundo.
Unos 120 mil millones de pesos se invierten ya con la participación de capital mexicano y extranjero, con la confianza y el apoyo de los mercados internacionales.
Si López Obrador mueve su dedo en contra, habrá conseguido lo impensable: destruir cien mil millones de riqueza. Porque los números no tienen límite cuando se trata de destruir.
El tiempo en preparar un proyecto como el de Santa Lucía y las complicaciones de algo surgido del delirio de su amigo constructor, cortará de un golpe el impulso, el “momentum” de la economía.
Parar o eliminar el NAIM sería perder una década en infraestructura y más en crecimiento. Si le cortan las alas, se perderá diez veces el valor del proyecto.
El viento a favor que nos da el NAIM, se convertiría en viento de frente. Los números hablan por sí mismos. La obra representa apenas el uno por ciento del PIB nacional que es de 1.3 millones de millones de dólares. Si deciden su aterrizaje forzoso, costará muchas veces más en confianza, inversión y futuro.
Si AMLO quiere destruir desde el principio su bono democrático, si quiere comenzar con una enorme tacha y desprecia el trabajo y el profesionalismo de quienes hacen posible esa obra, generará caos, inseguridad y la propia derrota futura de su partido.
Quienes más perderían serían los pobres porque las oportunidades de un mejor empleo, de una apuesta a la productividad y al desarrollo se nos iría entre los dedos. Sería una herida casi imposible de sanar, infligida desde el poder, absurda, soberbia e irracional. No importa lo que digan las urnas de una consulta falsa y sesgada, no importa lo que digan los ecologistas o los atencos. Ellos no saben; ni siquiera saben que no saben lo que está en juego.
Con un punto que baje la economía, con dos pesos que se encarezca el dólar, se perderá mucho más que todos los beneficios prometidos en campaña.
Esa hermosa X de la terminal, diseñada por Foster para marcar el futuro del Siglo XXI en México, se convertiría en un lugar tachado, abandonado para la inversión y la confianza, como los aeropuertos inutilizados que se marcan con XXX a lo largo de su pista para decir que ahí nadie puede aterrizar. México se atrasaría 30 años en la aviación internacional.
El futuro literalmente volaría a otro lado y no precisamente a Santa Lucía. Además, dividiría al país desde el principio. (Continuará)
 

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