La batalla de Argel (La battaglia di Algeri), cinta italo – argelina, dirigida por Gillo Pontecorvo en 1966, es una de mis más grandes referencias fílmicas. Es una película que no me canso de ver. Debe ser una de las que más he recomendado en mi vida. 

La primera vez que la vi me pareció una rareza. La segunda vez, ya bajo un análisis profundo y profesional, fue con la instrucción del Maestro Tomás Pérez Turrent, guionista de películas icónicas del cine mexicano, como Canoa (1975) y Las Poquianchis (1976), ambas dirigidas por Felipe Cazals. Entendí el valor que tiene La batalla de Argel, que va más allá de lo cinematográfico. A partir de ese momento, esta película se convirtió en una fuente de inspiración personal y cinematográfica para mí. 

Podría escribir sobre la técnica que usó el director para su realización, soportando sus bases en la herencia neorrealismo italiano. Podría escribir de la magnífica y muy avanzada fotografía. También podría escribir del extraordinario guion, basado en un argumento escrito por uno de sus protagonistas en la ficción y en la realidad. 

Pero lo que les quiero contar es la relación que desde hace muchos años me acompaña con Argel y sus batallas. Mi primer acercamiento con esa mediterránea ciudad fue cuando leí El Extranjero, novela de Albert Camus. Después La batalla de Argel, sería recurrente en muchos episodios de mi vida. Caminar, dormir y comer en Argel, me pareció una mezcla entre El Extranjero y La Batalla… 

Recuerdo que era el 1 de noviembre, mi segundo día en la capital argelina, fecha que conmemora el inicio de su guerra de independencia. Pude ser testigo, con mucho asombro, de lo significativa que es esta película para el pueblo de Argelia. La transmiten por televisión abierta, en horario estelar. Grupos enteros de familias y amigos se reúnen para verla. Yo la vi en un pequeño televisor, rodeado de militantes saharauis, bebiendo té verde y comiendo cous cous. 

Esta película aborda el tema de la organización argelina para la resistencia ante el yugo colonial de Francia en los primeros años de la Segunda Posguerra Mundial. Los hechos suceden en la Casbah, uno de los barrios más antiguos de Argel. Hoy ese mítico lugar, ubicado en las distintivas colinas de esa ciudad, es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. 

Cuando estuve en Argel, la disfruté como pocas ciudades he disfrutado. Pero también viví mi propia batalla en aquel lugar. En mis últimos días de estancia fui a dar al hospital, producto de una intoxicación. Llegué a pensar que no saldría vivo de ahí. Siempre estaré agradecido con el equipo médico, comandado por un par de doctoras, quienes a pesar de las barreras religiosas, lucharon por mi salud. El mismo agradecimiento que siento por la familia argelina que cuidó de mí hasta verme partir sin problemas. 

Hoy vivo una batalla similar, lejos de Argel. No importa el lugar, esa película siempre será inspiración para resistir, para luchar, para no morir sin intentar.

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