La Rebelión en la Granja o La Granja de los Animales es una de las novelas mejor logradas de la historia del siglo XX. Orwell, su autor, decidió contar la fábula de la historia económica y política de su siglo a partir de una historia de animales. Particularmente, de un grupo de animales de granja que deciden destronar al humano –dueño de la granja- y a tomar en sus patas la obra de trabajarla, hacerla eficiente y disfrutar juntos de sus beneficios.

Los cerdos, quienes logran convencer a los demás animales que son los más inteligentes y preparados, constituirán la clase política de la novela, convenciendo al resto de la granja que a través de ellos se logrará una granja más justa. Estos toman a su cargo el trabajo de ordenar, organizar, enseñar y supervisar a los demás animales. Unos cuantos días después de la rebelión, los cerdos asumen el control total de la granja. Bajo su dirección trabajan sin descanso, y obedecen como esclavos, perros, gallinas, ovejas, vacas, patos, caballos, gansos, una gata, un cuervo, ratas, conejos, y hasta un gallo

Hubo siempre quien pensó que la Rebelión en la Granja se trató de una burla al socialismo ruso, particularmente a Stalin. Hubo también quien miró en el cerdo con delirio de grandeza, llamado en la novela “Napoleón”, una crítica a la gestión de Churchill. Pero no. La Rebelión en la Granja es una obra universal y vigente,  y se trata de una sola cosa: Es la crítica a nuestros sistema político y económico. Es una crítica al sistema del mundo, al sistema de la Plutocracia. Estas semanas una noticia recorrió México, y se perdió entre el ruido electoral. 6 mexicanos, sólo 6 mexicanos, cuentan con más recursos económicos que los 60 millones de mexicanos más pobres. Más allá de la afrenta que esto representa a los Derechos Humanos, al sistema Republicano, al bienestar social y económico, esto, mis amigos lectores, se llama plutocracia.

¿De qué se trata La Rebelión en la Granja? Ésta mis amigos, es la historia de la plutocracia. Los cerdos, la clase política, realizan una declaración al mundo al tomar el poder: “Todos los animales son iguales, y tienen los mismos derechos”. Esta declaración va siendo rectificada con el tiempo, pues llegará el momento en el que la declaración diga: “Todos los animales son iguales, pero hay unos animales mas iguales que otros” justificando con ello, la creciente desigualdad. Para los cerdos todo, para el resto de los animales las sobras.

Los cerdos juzgaron al hombre, anterior dueño de La Granja. Quedó proscrita su ropa, sus camas, su Whiskey y su tabaco. Sin embargo a los pocos meses, Orwell nos regala escenas de cerdos en pantalones, perdidos en Whiskey y fumando en lupanares.

La clase empresarial, vacas y gansos, van estableciendo una relación de seducción y mutua dependencia con los cerdos. Reciben sus halagos con la misma gracia que su trato grosero, siempre y cuando se les permita seguir siendo la clase con privilegios. Los espacios de la Granja, las aportaciones, los privilegios, todo se cabildea con los cerdos, y es suficiente con que un cerdo desee algo, para que de alguna manera, termine en sus manos. Se puede decidir por el liderazgo. Pero siempre por algún cerdo. Esa es probablemente la revelación más dolorosa de La Rebelión en la Granja. Napoleón y Bola de nieve compiten por el liderazgo, pero por supuesto, no ha de ganar la mejor propuesta. El triunfo entre cerdos está deparado para el más cerdo.

Esta es una historia de traición, pues quienes llevaron a los cerdos al poder se van convirtiendo poco a poco en sus víctimas. El héroe pasa a ser victimario. La estructura renovada se vuelve tan injusta y represiva como la anterior. A tal grado que, al final de la novela, es imposible distinguir entre cerdos y hombres.

Pero alguien trabajó todo el tiempo para que la granja se mantenga funcionando. De algún lugar salen los recursos para las cada vez más extravagantes necesidades de los cerdos. Se cultiva y cosecha, las gallinas siguen poniendo huevos. . . Son la clase trabajadora, representada por Boxer, el caballo, y las gallinas que representan a las pequeñas empresas. . .  al final, el sacrificio más importante de todos, es la entrañable partida de Boxer. Frente a la codicia de los cerdos, nadie se tocará el corazón para verle sufrir, agotarse y finalmente morir. Total, hay un joven caballo, esperando para tomar su lugar, con la vana ilusión de que podrá hacerlo mejor que su padre.

La línea del relato de Orwell es impecable, y no deja fuera a casi ninguna figura social. Todos los animales temen a la muerte, pero para evitar ese temor, cumple su función el cuervo, quien enseña cotidianamente que si se siguen las reglas de los cerdos, al morir, los animales van a “Monte Caramelo” donde nunca más deberán trabajar. Si, es nuestra manía de seguir reglas y tolerar abusos reflejada en esta crítica. Está desnudado nuestro “Monte Caramelo” nuestros paraísos que nadie conoce, en solo 3 o 4 páginas podemos entender el papel que juegan las religiones en adiestrar la conciencia, para seguir reglas, señalar al diferente y esperar una redención, no en este mundo. No, no en este. En el que sigue.

Los animales son custodiados por una jauría de mastines, que están para acabar con la oposición, para sembrar miedo en los animales o para servir como disuasión a otras granjas, y otros granjeros.

¿Sorprendido amigo lector? ¡Sorpréndete más! Uno de los mecanismos de control de la granja, es la reescritura de la historia por parte de los cerdos, eliminando así la memoria histórica, y por lo tanto, la capacidad de juicio.

La Rebelión en la granja es una visión cruda y desencantada de las revoluciones proletarias, es la explicación histórica de cómo las revoluciones se vuelven frente a sí mismas. Un diferente desenlace no dependía de los cerdos. Dependía de los animales. 

 

¿Por qué escribir de Orwell y la Rebelión?

Me explico. Mi padre y mi madre lloraron con una amargura que no podría explicar aquí, cuando vivieron y tuvieron que explicarnos, a dos niños de 11 y 12 años, el fraude electoral de 1988. Sé que una parte de ellos se apagó ese día, pues en esa familia comprendimos que nuestro país estaba muy lejos de la democracia. Casi 10 años después, ambos festejaban el triunfo de Cuahutemoc Cárdenas en la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, mientras nos explicaban, que nuestro País se acercaba ya a ser una nación democrática.

Hablé con Mamá y con Papá  este fin de semana. Creen que México por fin se graduó en democracia. No estoy de acuerdo con ellos. Creo que apenas se inscribió al curso.

Habrá un nuevo régimen. Si. Pero que este régimen se parezca al de Chávez, o al de Mujica, no depende sólo de López Obrador.

Que el próximo presidente, al gobernar, favorezca un desarrollo sostenido como el de Bolivia y no la sostenida pobreza de Cuba, no depende solo de él. Depende de ti amigo lector y de mi y de todos los mexicanos.

Esperanzadoramente: José Luis Ramos Ortigoza.

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