Ningún ser humano puede ser ilegal, ni en el país en el que nació, ni en ningún otro. Somos, por el simple hecho de haber nacido humanos, merecedores de la compasión y la empatía de otros seres humanos. Esa es y será una verdad inalienable, desde que somos seres humanos y hasta que termine nuestra especie y sus estirpes en el universo.

En 2006, vio la luz una de las novelas mejor logradas sobre la perspectiva infantil de Holocausto. En 2009 la película de la misma novela. John Boyne creó una historia dura, difícil de asimilar, pero llena de las emociones infantiles, con las que nos es tan fácil empatizar. La novela “El Niño de la pijama de rayas” se narra bajo la inocente mirada de un niño, hijo de un matrimonio alemán. De nombre Bruno, el protagonista trabará amistad con Samuel, un pequeño de 9 años, preso en un campo de la muerte. La mayor parte de los diálogos, tendrán lugar en la alambrada, en el presidio que corresponde a Samuel, por el simple hecho de haber nacido judío. Samuel vive preso porque la ideología dominante ha contagiado de un loco frenesí  a su pueblo: Los Alemanes son una raza superior, los judíos una raza inferior y culpable de los males del pueblo alemán, y, necesariamente, deben ser destruidos. Bruno es hijo de un militar de alto rango, encargado de dirigir el asesinato en masa con indecibles métodos de todos aquellos que lleguen a al campo de concentración.

Bruno mira diariamente desde su ventana a los Judíos que viven en el campo. En su inocencia les cree granjeros, granjeros perezosos que nunca se quitan la pijama, la pijama de rayas. En sus visitas al campo inicia una maravillosa amistad con Samuel, sin que los padres de Bruno se enteren. Poco a poco, Samuel irá enterando a bruno de su historia, de los horrores que vive y de lo que también puede explicarse como la visión inocente de un niño ante la muerte: los suyos desaparecen, el cree que huyen de alguna manera, y que alguno regresará por él, incluyendo a su propio padre, quien tiene días de no ver. En un espacio muy bien logrado, Elsa, la madre de Bruno, entiende al mirar y oler el humo de una de las grandes chimeneas del campo, cuál es la siniestra naturaleza del lugar, y decide marcarse con sus hijos.

Bruno decide contarle a Samuel de su partida. El desenlace es demoledor. Bruno decide pasar su tiempo antes de irse con su amigo en el interior del campo, tras cavar un agujero bajo la alambrada y disfrazarse con un pijama de rayas, los niños rondan el campo en búsqueda de pistas sobre el paradero del padre de Samuel. En un terrible momento, tras la caída de una fuerte lluvia, los oficiales conducen a los niños a una supuesta ducha, que será su último destino: ambos niños han dejado de existir bajo los inhumanos métodos de los campos de la muerte. A los padres de Bruno solo les queda el lamento.

¿Por qué hoy “El Niño de la pijama de rayas”? Porque le han puesto esta pijama a miles de niños migrantes en EEUU. Porque nuevamente la humanidad enfrenta el escándalo de una vergüenza infinita: La humanidad del siglo XXI está creando centros de “procesamiento” para segregar a una población “no deseada” que “infesta” a una nación.

La historia de la migración están antigua como la humanidad. Así poblamos el mundo. La historia del abuso a los migrantes es igual de antigua, los egipcios tomaron como esclavos a los judíos migrantes, los romanos esclavizaron a los bárbaros que iban en busca de una nueva vida a la península itálica, la historia de los muros es igual de antigua: los romanos se amurallaron, igual que los chinos y los babilónicos. Pero la historia es implacable. De nada sirvieron los muros cuando los siglos pasaron. Como de nada servirán hoy los muros en Israel, en África o en EEUU. De nada servirá la segregación. Salvo para ahondar las vergüenzas que como especie cargamos.

Los que rondamos los 40’s crecimos pensando en derribar muros. Mandela demostró que un pueblo podía con el apartheid, que las cercas podían derribarse y que los pueblos podían convivir. Hace 29 años yo era un niño, miraba la tele lleno de emoción, con ganas de llorar. El gesto de los jóvenes alemanes por derrumbar el muro de Berlín, me prometían a mi, y a todos, un nuevo y mejor mundo para las siguientes generaciones, esta humanidad clamaba por derribar los muros, y la sociedad civil se impuso para lograrlo.

Han pasado 29 años, y la sociedad civil de EEUU, y la de tantos y tantos países, vota por aislarse, vota por crear muros y por derribar puentes, la lectura del día de hoy es tan compleja y tan clara que atemoriza. ¿No estábamos listos para este mundo sin muros? o ¿No supimos convivir sin paredes que nos detuvieran? De cualquier forma, nuestra idea de ser “Ciudadanos del Mundo” se va desdibujando. Pero hoy se desdibuja con negra pintura sobre los trazos. Niños en jaulas. Niños llorando en jaulas preguntando por sus padres. Gente enjaulada separada de los suyos. Hoy, amigos, estamos siendo colocados al lado de Judíos, Gitanos, Serbios, Kurdos, Sirios y Armenios. Todas las alarmas deben estar sonando.

Hay una buena pregunta sobre la mesa. ¿Podemos hacer algo? Por supuesto que podemos. Vamos al Ángel, a protestar, que así como nos unimos para el festejo, nos podríamos unir para la protesta. Vamos a donar, que hay más de 100 asociaciones en EEUU pro migrantes que usan los donativos para pagar fianzas y abogados de los migrantes detenidos.  Vamos a exigirle a nuestros Diputados Federales que hagan un acto de condena, que contacten al alto comisionado de la ONU. Vamos a exigirles a nuestros candidatos que hagan algo, y que no se queden en palabras. Que le daremos nuestro voto al que haga algo. Vamos a compartir toda la información que exista y vamos a hablar sin tapujos del tema, que lo que sigue, si lo permitimos es mucho más siniestro.

Recordemos que como dijo Edmond Burke, “Para que el mal triunfe no hace falta mucha gente mala, solo hace falta que la gente buena no haga nada”. 

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