Hace diez años las redes sociales apenas se iban desarrollando y consolidando, Facebook ni siquiera era la más popular en México, fue en Myspace donde muchos jóvenes dejamos las horas más radiantes de nuestras vidas. La dinámica de dicho portal se movía entre dos ejes: agregar personas que te parecieran interesantes y escuchar proyectos musicales independientes.
Bajo este tenor, si quisiéramos interpretar de manera dicotómica a la juventud de aquellos días, podríamos encontrar una suerte de escisión: por un lado, los chicos que se divertían asistiendo a bailar a los lugares de moda (antros y bares), escuchando la música que sonaba una y otra vez en los medios masivos de comunicación… Y paralelamente a los llamados “alternativos”, aquellos que acudían los fines de semana a lugares diferentes (terrenos, salones, jardines y casas) a eventos denominados “toquines”.
La propuesta era sencilla: acudir con tus amigos a cierto espacio emergente para escuchar la música en vivo de las bandas locales (algunas veces se invitaban proyectos o artistas de mayor trayectoria), generalmente apoyados en precarios e improvisados equipos de sonido; todo esto enmarcado en el consumo de cerveza y a veces hasta de mezcal diluido en leche o agua.
2008 fue un año especial, empezaron a recobrar fuerza las llamadas tribus urbanas, se escuchó de nuevo el rock, el metal y el punk. Los chicos y chicas se dejaban crecer el cabello hasta lograr peinados exuberantes y llamativos, usaban ropa muy diferente a la tradicional (generalmente en tonos oscuros), pasaban mucho tiempo en internet y acudían a estos eventos a escuchar música que los padres pocas veces alcanzaban a entender más allá de la disonancia, el estruendo y los gritos.
Pachuca no fue la excepción de dicha ebullición de ruido. Con tantas bandas locales se empezaron a formar alianzas y amistades; por un tiempo se construyó una especie de escena o propuesta local, donde grupos de diferentes géneros tocaban en el mismo evento.
De ahí surgieron tres bandas que hoy son todo un hito en nuestra ciudad: Underground Communication Centre: músicos con una técnica muy desarrollada y envidiable, que sale a relucir en los ritmos simétricos de sus canciones.
Beheading: metal virtuoso y progresivo, que se hizo de un nombre en el ámbito nacional al tocar con las bandas más importantes del género, conservando siempre un estilo propio.
Y Kumareniño: una propuesta musical única, que iba desde las letras melancólicas y existenciales hasta las escalas melosas y pegajosas.
Lamentablemente con la misma fuerza que surgió esta especie de movimiento musical también sucumbió; entre egos, falta de presupuesto y oportunidades, además del anquilosamiento de sus participantes, poco a poco se fue quedando en el olvido.
La intención de estas líneas es narrar un poco de aquellos días, en los que se expresó de otra manera la juventud y con esto no quiero decir que haya sido la mejor o más valiosa forma, simplemente fue una manifestación diferente de concebir y practicar la vida, de la que por lo menos podemos rescatar la formación de un gusto estético y musical más complejo que el estándar.
En su momento muchos padres se horrorizaban cuando sus hijos acudían a los toquines en los lugares más marginales o inhóspitos de la ciudad, con gente de apariencia muy llamativa.
Lo cierto es que lejos de ir a perder el tiempo, muchos de ellos adquirieron el interés, que luego se transformó en la disciplina necesaria para tocar un instrumento, algunas veces de forma autodidacta, otras siguiendo los manuales que hicieron los impulsores de las bandas locales, como Mario Bardales.
Algunos hasta se ganan la vida haciendo aquello que empezó como un pasatiempo: hoy son músicos formados en escuelas, ingenieros en audio o se dedican a la logística y la organización de eventos. Los demás seguimos consumiendo música, asistiendo a festivales y escuchando nuevas propuestas cuando tenemos la oportunidad de hacerlo.
De aquello que parecía un caos lleno de profunda rebeldía y falta de identidad, donde a priori nada bueno podía emerger, de hecho sentó las bases para que una aún joven generación pachuqueña, piense y quiera cosas diferentes de las tradicionales, porque ya han visto y conocido otras formas igual de dignas de vivir.
En 2008 el sonido de Pachuca no solo fue el de la furia del viento que agitaba a los árboles y se estrellaba contra las casas… había algo más.
