Que tema monumental. ¿Cuántos soliloquios dedicados al asunto? ¿Cuántas noches evaluando antes de dormir? ¿Cuántas charlas de café de adolescentes? ¿Cuántos tragos? ¿En cuántos salones de clase se habló de lo mismo? ¿Cuánto Arte creó la humanidad alrededor de la felicidad? ¿Cuántas canciones? ¿Cuántos poemas? ¿Cuántos libros? ¿Cuánto tiempo? Y aún así, no es tema del que sobre una sola palabra. No. Es y será pertinente hablar de ser felices siempre, pues en su búsqueda, los seres humanos lo hemos construido todo, lo hemos podido todo y todo lo hemos hecho.
Escribir de Felicidad me resuena en los adentros de forma tan estridente como hablar de todos y de nadas, de siempres y de nuncas de luces completas y de completas oscuridades. Hablar de felicidad es el tema más complejo que pueda existir para un filósofo, claro, después de la verdad, aunque estoy seguro de que la felicidad es más difícil de alcanzar que la verdad misma, y estoy seguro también, que contrario a hablar de la verdad, hablar de Felicidad es para todos.
Pero, ¿De qué hablamos? ¿cómo ponernos de acuerdo? porque la felicidad del niño no tiene nada que ver con la del adulto en el que se convierte. La felicidad del sentimental es tan distinta –y tan distante- de la del pensador, la felicidad de mis abuelos cuando tenían mi edad es tan distante –y tan distinta- de la mía. Es tan diferente ser feliz para cada uno, y sin embargo es tema de y para todos.
Pongámonos de acuerdo; ¿Qué es felicidad? Sería fácil caer en la trampa de escribir que alcanzar la felicidad es un asunto distinto en cada persona, y aún en la misma persona es distinto en cada etapa que vive. Eso no sirve de nada, es imaginar que entramos en la torre de Babel y que ya nadie puede entender al otro. No, eso es un galimatías.
Existen definiciones, muchas, y entre las muchas que existen, casi todas se ponen de acuerdo en algunas cosas: Es un sentimiento, un estado de ánimo que anida en la satisfacción y la plenitud, en el gozo y el disfrute, de la mayor parte de los ámbitos del ser; lo físico y lo sensible, lo intelectual y lo moral, en general, en todo aquello que es humano. Casi siempre se asocia a haber alcanzado una meta, o haber construido un entorno deseado. Otra cosa en la que están de acuerdo las definiciones, es que alcanzar la felicidad, es el objeto último del ser humano, el más importante, el que le da trascendencia.
Baltasar Gracián –un monje que escribía casi tan bien como Cervantes- acuñó una máxima en 1657 que rezaba; “Todos los mortales andan en busca de la felicidad, eso es señal de que ninguno la ha encontrado” Nada más cierto. Han pasado 450 años desde que lo escribió, y creo que todos nos miramos, como miramos al prójimo, en nuestra carrera –o búsqueda- diaria por alcanzarla –o encontrarla-. Es esquiva. Lo mismo se pone difícil con el rico que con el pobre, con el joven y con el viejo, con el solo o con el acompañado. Es huidiza, quien cree que la ha encontrado –o alcanzado- suele quejarse de haberla perdido poco tiempo después. Es huraña, y es que nunca deja muchas señas, y quien recorre el mismo camino dos veces, suele ignorarla también dos veces. Arisca y hosca, representa para casi todos, el punto de partida y el punto de llegada, el punto de reflexión -y para los discutidores-, el punto de discusión.
Creo que hasta aquí, estamos de acuerdo en que la felicidad existe y en que queremos ser felices, pero en cuanto intentamos aclarar cómo podemos serlo empiezan las discrepancias de uno con otro, o de unos con otros. A los filósofos nos gusta la idea de que el hombre busca la Verdad. Pero no es cierto. No. Pocos son los hombres llamados a buscar y menos aún a encontrar la verdad. Pero la felicidad es buscada por todos. A todos nos hizo un llamado y todos hacemos lo posible por seguirlo.
Pongo el contexto sobre la mesa: la discusión para nosotros los occidentales arrancó en Grecia. Sobre la felicidad hay por lo menos dos posturas muy claras: Aristóteles y Platón proponen la felicidad como un proceso de autorrealización, a través del cultivo de ciertas virtudes –deseables en distintos momentos históricos- de tal y desafortunada forma, que de acuerdo a ellos, no se puede ser realmente feliz si no se es virtuoso. Miro aquí una felicidad muy hecha a modo para la Polis Griega: “Sé virtuoso, eso te dará felicidad” Es importante que sepas, amigo lector, que la iglesia cristiana se creó teniendo como ideólogo a Aristóteles, por eso esta felicidad te suena familiar; su reducto lo escuchaste en el catecismo: “Sé bueno y serás feliz, feliz y en gracia de Dios.”
En abierta rebeldía al modelo Aristotélico, el Filósofo Epicuro propuso que la felicidad es algo más terrenal y en la que intervienen tanto la búsqueda de los placeres del hombre, como sus habilidades para evitar el sufrimiento. Esta felicidad de Epicuro también está arraigada en nuestros días. ¿Cuántos buscan –y encuentran- la felicidad en el placer y en alejarse todo lo que pueden del sufrimiento? Es más fácil apagar la moral, la autocrítica y cualquier atisbo de ética que ser feliz responsablemente ¿No es cierto? Esta es la dicotomía: Eres feliz siendo bueno, -deber ser- o eres bueno siendo feliz, sin importar las ataduras morales.
Esa discusión la vivimos todos, en todos los espacios sociales que existen. Un grupo dirá siempre: Sé bueno, y a partir de allí, serás feliz, otro sostendrá, haz lo que necesites hacer para ser feliz, porque eso es lo importante. No, el dilema moral de la felicidad de los griegos nunca se resolvió. Cada lado gana nuevos adeptos cada día.
Abundo y agrego. El Arte ha tenido mucho que decir sobre el tema. Pensemos en los grandes poetas: John Keats, el más importante poeta del romántico inglés inmortalizó en una sola frase todo el pensamiento sobre la felicidad de su época: ‘La belleza es verdad, la verdad es bella, eso es todo lo sabemos en la tierra y todo lo que necesitamos saber” ¡Qué palabras! Keats, como Beethoven pensaban que el mundo es como es y no como debería de ser. Y por ello, el hombre debe aceptar el mundo, y ser feliz en el y a pesar de él.
Hubo grupos y corrientes que desdeñaron la felicidad, alegando que ésta adormecía la mente y el resto de los sentimientos. ¿Cómo escribir de tristezas sin vivirlas? ¿Cómo transmitir las vicisitudes de la vida sin haberlas experimentado? Así, el realismo de Pérez Galdós y Clarín se presentó ante el mundo llevando todo tipo de encuentros morales y emociones al espectador. Con el realismo se terminó la idea de que las historias fueran fábulas morales, como en la antigüedad, o exaltaciones del espíritu y los sentimientos, como en el romanticismo, pero no se aportó mucho al tema de la antigua discusión de la felicidad.
La nueva nota se presentó hasta el siglo XX, los grandes pensadores sobre la mente humana, Freud y Jung, acordaron que el dilema moral es personalísimo, y que no hay una postura correcta. Es decir, si alguien es bueno y por ello es feliz, pues que lo sea, es su obligación y responsabilidad ser feliz para ser funcional. Del mismo modo, si alguien necesita proporcionarse placeres y alejarse del dolor para ser feliz, pues que lo haga, pero siempre dentro de la convención social de no hacerse daño, ni a el, ni a otros, ni a la sociedad.
Dentro de este ideario, Carl Jung propuso que hay cinco paradas obligatorias en nuestro camino a la felicidad: Primero, buena salud física y mental, segundo buenas relaciones personales y de intimidad, tales como las de la pareja, la familia y las amistades. Tercero, obtener la facultad para percibir la belleza en el arte y en la naturaleza. Cuarto, razonables estándares de vida y trabajo satisfactorio. Y por último, una visión filosófica o religiosa que permita lidiar de manera satisfactoria con las problemáticas que presenta nuestra vida.
He aquí cinco sencillos puntos que resumen décadas del más agudo trabajo psicológico. Una lista cuidadosamente ordenada. Sin salud, es difícil disfrutar de los otros puntos. El segundo punto es sustento del primero, ya que una vida sin intimidad, sin una sexualidad plena y con relaciones afectivas hace que sea prácticamente imposible no sólo tener salud mental, también salud física. El tercero es el placer, el regocijo que se acentúa cuando se tienen los dos primeros factores. Se puede tener un entrenamiento artístico pero también es posible solamente tener una disposición para apreciar la belleza de la naturaleza. El arte y la contemplación estética pueden servir también como una conexión similar a la que provee la religión, una comunión. El cuarto punto sustenta en cierta forma los dos primeros pero no es una condición sine qua non para que se pueda conseguir salud y amor. El quinto punto es el comodín en el ensamble, ya que a falta de otros factores en la lista, una visión filosófica o religiosa permiten, al menos hipotéticamente, trascender el sufrimiento que causa la enfermedad o la soledad.
Ya empapados del tema. ¿Por qué hablar de felicidad el día de hoy? Porque si miramos a nuestro alrededor casi todo mundo trae cara larga. Las elecciones, la crisis económica, la inseguridad. . . ¡Andamos hechos un manojo de nervios! Es verdad, todos los sentimientos humanos son útiles. Absolutamente todos. La alegría y la felicidad son tan útiles como la nostalgia y la tristeza.
La felicidad es un tema que se entiende en retrospectiva. Las personas pocas veces somos plenamente conscientes de que somos felices. La mayor parte de las veces lo entendemos cuando la felicidad se ha ido, cuando la añoramos, cuando nos ponemos nostálgicos. Solo entonces comprendemos que deberemos crear nuevamente el escenario que nos permite la actuación feliz. Por ello, estimado lector, hoy te invito a que seas feliz. Tal vez hoy lo mejor sea una justa mezcla entre lo que decía Aristóteles y lo que decía Epicuro. Hacen falta mexicanos buenos. Virtuosos, pero también Mexicanos felices. Estoy seguro de que tú encontrarás tu punto adecuado.
Me despido con un pequeño extracto de una charla que doy: la felicidad y los huevos florentinos.
Nos ha gustado pensar que existe una fórmula para la felicidad. Es una idea tentadora. Pero no es verdad. Las fórmulas son exactas, si las repites tienes el mismo resultado, y la felicidad no es así. La Felicidad se parece más a una receta. Hay una serie de ingredientes básicos, otros se añaden al gusto. Se puede servir de muchas maneras, y cada quién tiene un gusto diferente.
A mi parecer, la felicidad se parece bastante a los huevos florentinos; se sirven a veces con espinacas, y a veces con espárragos. Los he visto sobre pan campesino y sobre tostadas. Los he comido sin pan, horneados con mantequilla, o salteados con manteca. Los he encontrado con tocineta, jamón y hasta salmón ahumado.
Pero precisamente en eso se parecen tanto a la felicidad: De que llevan huevos, llevan huevos. Y de que la felicidad lleva voluntad, por supuesto que la lleva. Feliz fin de semana.
Afanosamente: José Luis Ramos Ortigoza.
