Con información de Jesús Acosta
Guanajuato.- A diferencia de los gritos que caracterizan la mayoría de las manifestaciones públicas, en Viernes Santo ocurre en el centro de la ciudad una marcha atípica, cuya esencia es la ausencia total de voces. Es la Procesión del Silencio,
El reloj marca las 6:15 de la tarde y en el cruce del andador Góngora y la calle Obregón, desfilan hombres con gorros puntiagudos y rostros cubiertos. A través de la procesión buscan expiar los pecados cometidos.
Es una manifestación de fe cuyo objetivo es unirse al sufrimiento redentor de Cristo, quien murió clavado en la cruz, acompañado por su madre, la Virgen María, y el apóstol San Juan.
En las calles circundantes al Jardín Principal, hay alrededor de mil espectadores, quienes también guardan silencio y observan a esos seres humanos cubiertos, anónimos, penitentes, con quienes se identifican. Todos son custodiados por dos patrullas y seis elementos de la Policía Municipal.
Rolando, quien sujeta su bicicleta, dice que suele venir cada año a ver la procesión, la cual le parece “muy tradicional y bonita.”
Cada quien carga con sus penas y con el silencio que uno lleva adentro del alma, y esto es un recordatorio del sacrificio de Cristo por toda la humanidad”, expresó.
La procesión, sin embargo, no es totalmente silenciosa, pues en ella también participa una banda que toca marchas fúnebres y torna aún más solemne la devoción pública.
Juan, por otro lado, comenta que la procesión ayuda mucho a pacificar Celaya, ciudad afectada por problemas de inseguridad en los últimos años.
Recordamos todo lo que ha pasado, lo que hemos vivido, y al ver esto la gente se calma”, afirmó este espectador.
A pesar de que el ambiente es de recogimiento, también hay oportunidad para la venta de antojitos, golosinas y postres. A Elisa, empleada de una paletería ubicada justo en el cruce de Góngora y Obregón, esta solemnidad también le llega al corazón.
“Es una oportunidad para estar más conscientes de la humildad, la cual últimamente se ha perdido, entonces es bueno recordarla, aunque sea una vez cada año”, opinó.
Salamanca

La noche del Viernes Santo, Salamanca volvió a guardar silencio. Pero no fue un silencio cualquiera: fue el eco de casi seis décadas de fe. Con profundo respeto y solemnidad, la ciudad conmemoró la edición número 57 de su tradicional Procesión del Silencio, una de las más antiguas del Bajío.
Más de 1,200 personas participaron en esta manifestación religiosa que, desde 1967, ha tejido lazos entre generaciones y reafirmado el arraigo espiritual del pueblo salmantino. Durante dos horas y veinte minutos, once cofradías recorrieron las principales calles del centro histórico en completo silencio, mientras miles de asistentes observaban el paso con recogimiento y devoción.
Este año, fueron tres los Heraldos los encargados de abrir camino. A diferencia de la tradicional imagen montada, realizaron el recorrido a pie, portando trajes dieciochescos en color negro y utilizando cornetines para anunciar solemnemente el paso de las cofradías. Su andar sereno y ceremonial marcó el inicio de cada segmento de la procesión, dotando de fuerza simbólica a su presencia.
Las once cofradías que desfilaron fueron:
- El Cristo del Señor del Hospital
- Grupo de Acólitos
- Los Doce Apóstoles
- Cruz de Guía e Insignias
- El Señor de la Columna
- El Ecce Homo
- El Señor del Santo Encuentro
- El Cristo del Señor del Perdón
- El Calvario
- El Señor del Santo Entierro
- La Virgen de la Soledad
Desde antes de las 8 de la noche, familias enteras y visitantes se colocaron en cada una de las calles por donde pasaría la procesión. La atmósfera fue de respeto absoluto. No hubo palabras, solo miradas, silencio y fe. La ciudad, una vez más, se convirtió en escenario vivo de una tradición que sigue latiendo con fuerza.
El Heroico Cuerpo de Bomberos, a través de su banda de guerra, y la Asociación Salmantina de Charros también participaron, aportando solemnidad y arraigo cultural al acto.
La edición número 57 de la Procesión del Silencio no solo recordó la pasión y muerte de Jesucristo, sino también la historia compartida de una ciudad que ha sabido mantener viva su esencia religiosa y cultural.
