León, Gto. A casi un año de su última función, el Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña abrió su sala principal para arrancar el Ciclo de Piano a cargo de un concierto con piezas enérgicas interpretadas por el maestro Anthony Tamayo

Hace ya casi 365 días que se podía observar en la explanada, a las personas caminando hacia el recinto para disfrutar de las diferentes expresiones artísticas. En esta ocasión, fue diferente, aunque el teatro lucía encendido, el semáforo estatal solo permite un aforo limitado y hay que cumplir con el protocolo marcado por las autoridades de salud. 

La nueva realidad obliga a cambiar las formas, ya no hay programa de mano, por lo que antes de ingresar a sala se comparte un código QR para poderlo visualizar a través de los dispositivos móviles y una vez dentro hay filas y asientos bloqueados para asegurar la sana distancia. 

En el escenario, un piano y dos pantallas laterales son parte de la escenografía y en punto de la hora señalada se anuncia nuevamente el mensaje que hace ya doce meses el público no escuchaba “Esta es tercera llamada, tercera, principiamos!”. 

Anthony Tamayo, uno de los pianistas más talentosos de su generación, aparece frente al público que, a pesar de que es poco, extiende un aplauso de bienvenida; él se posiciona en su instrumento y comienza con el Preludio y fuga sobre un tema de Haendel de Manuel M. Ponce. 

La energía fue en aumento con Fantasía en Fa menor Op. 49 de Fréderic Chopin y luego con Estudio trascendental no. 10 en Fa menor, Allegro agitato o Appassionata y Estudio Trascendental no. 4 en Re menor, Mazeppa de Franz Liszt, obras llenas de fuerza interpretadas por el virtuoso pianista de no más de 30 años de edad. 

Luego de un intermedio de 15 minutos, en el que el público aprovechó para las selfies del recuerdo, el ganador del concurso Angélica Morales-Yamaha, uno de los más prestigiosos del país, regresó a escena para la segunda parte de su concierto. 

Continuó su presentación con Libertango, de Astor Piazolla, en conmemoración del centenario del natalicio de este compositor argentino; y el estreno mundial de Colibrí de oro, pieza de la autoría del intérprete; siguió con La valse, de Maurice Ravel y la Sonata para Piano No. 3 en La menor, del compositor ruso Serguéi Prokófiev. 

Un concierto que sin duda levantó emociones a través de la experiencia, de la música y de la interpretación que dan la oportunidad y la esperanza de que en un futuro próximo, la sala luzca llena de quienes ya amaban el arte, pero de quienes también lo han descubierto en la pandemia. 

En reconocimiento al trabajo del pianista, el público agradeció de pie y con un extenso aplauso, su pasión y compromiso por ser parte de este nuevo comienzo en la nueva realidad post COVID-19. 

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