Con las ideas de fantasía y terror que siempre ha tenido, se podría pensar que Guillermo del Toro era retraído o aislado en su salón de clases, pero en realidad el cineasta tapatío era muy popular.


Cuando estudiaba la secundaria y preparatoria en el Instituto de Ciencias (IDEC), en Guadalajara, el director demostró ser un jovencito muy amigable, lo que lo llevó a ser ubicado por la mayoría de los estudiantes de diferentes generaciones.

“Era muy abierto, tenía todo tipo de amigos, algunos muy creativos, otros deportistas, unos que no eran estudiantes brillantes, pero a fin de cuentas Guillermo buscaba a la gente no por lo que tuviera, sino por lo que era”, comparte Mariano Aparicio, fotógrafo y ex compañero de preparatoria.

“Estábamos en un colegio muy grande, había seis o siete grupos en cada año, nunca coincidí con él en alguno, pero siempre lo veía; él llamaba la atención: güerito, gordito y simpático, era muy conocido”, dice Felipe Millán, ingeniero industrial y ex alumno del IDEC.

Otra característica del ahora multipremiado realizador era su sencillez pues, según sus amigos, aunque su familia poseía negocios de automóviles, no presumía lujos.

“Era súper sencillo. Recuerdo que en uno de sus cumpleaños llegó a la escuela y le pregunté qué le habían regalado, entonces me enseñó unos tenis Dunlop, blancos, bien equis, cuando en aquel tiempo los que estaban de moda eran los Nike o Adidas.

“Dije: ‘pobrecito que le regalaron unos Dunlop’, entonces fui a la cafetería y le regalé unos Pingüinos (panecillos)”, recuerda Virginia Argüelles, ex compañera y directora de una institución de educación superior.

Simpático y enamorado
La chispa del realizador de 53 años resultaba fundamental para comenzar el día de clases; su buen humor eran un catalizador en el grupo.

“Guillermo se encargaba de que en el salón viviéramos una kermés, de todo hacía broma y nos echaba carrilla con apodos, nadie se libraba, eran sobrenombres apegados a la realidad de cada uno.

“El grupo dependía de su motor de la risa y de sus chistes”, resalta Javier Cañedo, comerciante y amigo de Guillermo por cuatro décadas.

“El mejor carrillero del IDEC”, como lo describen en el anuario 1982-1983, tampoco era tímido con las chicas.

“En cuarto semestre de prepa se integraron más mujeres en el aula, y él y yo empezábamos conquistando, al grado de que lo llamó ‘el salón de la lujuria’. Ambos nos casamos con ex compañeras de la escuela, él con Lorenza Newton”, agrega.

Guillermo terminó la preparatoria en 1983 y, de acuerdo con sus amigos, era un alumno con buenas notas.

Él valora a todas las personas que lo rodearon en aquellos tiempos.

“¡Maestros y alumnos fueron importantísimos! Víctor Cuéllar, Daniel Varela, Ramón Muñiz y tantos otros profesores. Y los estudiantes nos hacíamos cómplices de los proyectos artísticos”, expresa el director cuya cinta, La Forma del Agua, tiene 13 nominaciones al Óscar, que se entregará este domingo en Los Ángeles.

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