León, Guanajuato.- La opereta vienesa “La viuda alegre”, presentada en el Teatro del Bicentenario la noche del jueves, conquistó al público por sus melodías, comedia y bailes, así como por las actuaciones de sus intérpretes, quienes lograron transmitir el entusiasmo por vivir que desborda esta joya del teatro lírico.
Compuesta en 1905, la famosa obra de Franz Lehár narra la historia de Ana de Glavari, una viuda millonaria de Pontenegro que visita París, donde sus compatriotas intentan casarla con el conde Danilo para que su fortuna no salga del imaginario principado balcánico.
Se trata de una sátira y comedia de enredos, que muestra la vida despreocupada de la aristocracia europea de principios del siglo XX, en la “Belle Époque”. Pero es precisamente el lujo que caracteriza a este momento de la historia y a la obra misma lo que se echa de menos en la escenografía de Rosa Blanes Rex y José Antonio Morales.
Según el libreto de Victor Léon y Leo Stein, el primer acto transcurre en la embajada de Pontenegro, en París, donde el barón Mirko Zeta ofrece una fiesta a sus ricos invitados.
En esta producción del Teatro del Bicentenario, estrenada en 2011, el palacio consiste únicamente en una escalera central que conecta una sala con un pasillo, una puerta y unas ventanas, todo ello de estilo art noveau. Dos sillones se incluyen también en el montaje.
Después, en el segundo acto, Ana ofrece una fiesta típica pontenegresa en el jardín de su residencia, representado tan sólo por un patio, una escalera y un puente con barandal. Un pasillo y una imitación de troncos, con un fondo azul, complementan el cuadro. El pabellón o casa de verano, donde Camilo y Valencienne se reúnen, se reduce a un diván.
En el tercer acto, la viuda convierte la sala de su casa en una réplica del restaurante Maxim’s, y la diseñadora Blanes Rex lo recrea colocando solamente un cartel de Toulouse-Lautrec y unas cuatro mesas con sillas en la misma mansión del primer acto.
Más elegante es el vestuario, diseñado por Blanes Rex, inspirado en el art noveau; tanto los vestidos de gala y fracs, como los vestidos de las grisetas y trajes folclóricos de los pontenegrinos, lucen radiantes. Sólo el uniforme militar del barón resulta muy sencillo.
La soprano Violeta Dávalos, como la viuda Ana de Glavari, baila con uno de sus pretendientes.
Grandes actuaciones
Gracias a las actuaciones deslumbrantes del elenco y a la dirección de escena de Marco Antonio Silva, los asistentes del teatro se rieron y divirtieron durante toda la opereta, cantada en español.
Vocalmente, la soprano Violeta Dávalos, como Ana de Glavari, fue la más discutible de los personajes principales, debido a su justísimo volumen, pues en ocasiones la orquesta la opacaba y sus diálogos no se alcanzaban a escuchar.
Asimismo, en las partes cantadas, su dicción fue poco clara y su línea de canto se quebraba, llegando incluso al grito. Además, evitó algunos agudos en los finales de los ensambles o en la “Canción de Vilja”, que cortó bruscamente. No obstante, sus limitaciones las suplió con su carisma y desenvolvimiento escénico, así como con su gracia para el baile.
Por su intencionalidad y rotundidad vocal, la interpretación más redonda la ofreció el barítono lírico Mariano Fernández, como el conde Danilo. Tanto en las partes habladas como en las cantadas, su voz se escuchó potente y sonora, con agudos brillantes y graves firmes.
Además, exhibió un timbre cálido y fraseo elegante, sobre todo en el dúo “Labios mudos”. Como actor fue seductor, descarado y divertido, como requiere el personaje.
La mezzosoprano Gabriela Thierry y el tenor Andrés Carrillo estuvieron acertados en su interpretación como Valencienne y Camilo, la otra pareja protagonista, ya que ambos poseen la belleza, juventud y material vocal ideales.
Aunque tradicionalmente una soprano ligera canta el papel de la esposa del embajador, la voz de Thierry se complementó a la perfección con la de Carrillo.
En solitario, él destacó por sus agudos brillantes y su entrega; mientras que ella lució por su timbre oscuro y talento para cantar y bailar como griseta.
De los personajes secundarios, Mario Alberto Hoyos personificó con solvencia al barón Mirko Zeta; mientras que Rodrigo Pérez, como Niegus, hizo reír a carcajadas a los asistentes, por su naturalidad para la comedia.
La música y el baile
En general, la dirección de escena de Marco Antonio Silva fue dinámica, fluida y fiel al libreto; todos los detalles se cuidaron para que los cantantes brindaran una actuación cómica y creíble.
Sólo llamó la atención que el segundo acto concluyera en la residencia y no fuera del pabellón, como señala el argumento.
En el ámbito musical, los Solistas Ensamble del Instituto Nacional de Bellas Artes mostraron poderío y empaste, así como sutileza en la canción de la ninfa; mientras que la Orquesta del Teatro del Bicentenario cumplió, aunque con varias desafinaciones en las cuerdas, como ocurrió en la canción de Camilo.
El director musical Christian Góhmer conoce la partitura al detalle y en esta ocasión utilizó la de 2011, en la que se corrigieron errores en la orquestación. El criterio de los tempi, ritmo, fraseo y balances de volumen otorgó el sabor vienés de los valses, lo mismo que el espíritu alegre del can-can, la polca y el galop.
Esta versión incluye el famoso can-can de Offenbach, en la escena de las grisetas y en el final de la opereta, lo que logra resaltar el ambiente festivo de París.
También el grupo Convexus Ballet Contemporáneo, dirigido por Francisco Rojas, hizo de “La viuda alegre” un éxito, por la energía y elegancia en que ejecutó las coreografías, acordes con el estilo original de las danzas.
El resultado final de la opereta complació enormemente al público, de modo que algunos de los asistentes incluso se levantaron de sus asientos para aplaudir con efusividad a los artistas.
