Con la segunda Presidencia de Trump, la historia nos vuelve a dar una enorme sacudida a nuestra manera de ver el mundo, -por lo menos el que nos relaciona con el vecino del norte-. No es una sorpresa: Donald Trump encarna al norteamericano blanco, típico, que detesta a los inmigrantes, que denigra a las mujeres, que sale adelante a toda costa, que estudia poco, pero trabaja mucho, que defiende el “sueño americano”, que detesta a las minorías, que gusta de las armas, y que se plasma en el principio de la Doctrina Monroe: “América para los americanos” ó MAGA ( acrónimo de la frase en inglés “Make America Great Again”, que significa “Hagamos a Estados Unidos grande de nuevo”).
La segregación por raza y cultura es una megatendencia mundial; la construcción del nacionalismo como estrategia para defender lo propio y defenderse de lo distinto, se ha extendido paulatinamente por el mundo. Con generaciones jóvenes que no creen en los sistemas democráticos y que no salen a las urnas, es que las votaciones son ganadas ahora por poblaciones que nos dan sorpresas. En un País como el nuestro, vivido ya en lo que muchos llaman ya, un Narco Estado, donde el poder político se alía con al crimen, se ve difícil regresar a la época del poder civil. Ya militares o ya capos, controlan territorios, empresas, aduanas, puertos y en que la mitad de la sociedad, está dispuesta a que incluso Trump intervenga en nuestro País, para por fin, poner un contrapeso a éstos años en que la sociedad sufre la delincuencia.
Masiosare es el personaje ficticio que creamos desde la primera estrofa del himno nacional, para referirnos al invasor. Es la figura que nos trae a la mente el poder del extranjero sobre nosotros. Que nos recuerda las invasiones de otros y la humillación de la eterna derrota frente a ellos. Masiosare el extraño enemigo parece la encarnación de todo lo malo. Pero no todos los problemas son culpa del extranjero. Trump encarna es cierto, lo peor de la humanidad, lo que no desearíamos ver en un ser humano: es cierto que refleja la decrepitud en pleno. Pero más bien toca actuar a nosotros y buscar aquí las soluciones.
Los Estados Unidos son nuestros vecinos. Nos quitaron en la guerra injusta la mitad del territorio, es cierto. Pero la culpa fue nuestra también entonces, por no colonizar ni tener la visión de futuro y de conquista que ellos poseen. Trump es un peligro sin duda, pero primero debemos trabajar contra nosotros mismos, creando paulatinamente una cultura de trabajo, unidad, progreso, emprendimiento, para lograr crear riqueza y no esperarla del cielo. Se trata ahora de recuperar el mercado interno; de que seamos conscientes de la enorme dependencia que tenemos de la economía norteamericana, de crear un proyecto como País para enfrentar su inminente fuerza. Es tiempo de unirnos como pueblo; de preferir y consumir lo nuestro; de recuperar nuestra dignidad; de apoyar a la Presidenta Sheinbaum, que ya dejó los “abrazos, no balazos”.
Tendremos que hacer de los aranceles de Trump, una experiencia de aprendizaje para rediseñarnos. Para hacer crecer a nuevas generaciones en la confianza en nosotros mismos. En rescatar nuestras victorias e imaginar nuevas. En crear empleos locales y favorecer a las economías solidarias. De comprar los productos mexicanos que estén bien hechos. De dar más oportunidades a los nuestros y retenerles y hacerles olvidar que solo en el norte obtendrán mejores oportunidades.
Hay en todo esto rebotes para México por la guerra de Trump: en la recesión económica, en la disminución del ritmo de la inversión extranjera. Pero también los hay políticos: el sector de Morena que provino del PRI, está claramente coludido con el crimen y son cada vez más las evidencias, ya en el “huachicol fiscal” o en las redes de corrupción de la obra pública. Con este maravilloso País que será gobernado todavía por dos o tres sexenios por Morena, tendrán que reinventarse y sacudirse a los ex priistas que hacen rapiña con el delicioso botín del poder público y hacerse fuerte el origen de militantes de izquierda que le dieron origen. Todo, en tiempos en que ante la probabilidad de intervenciones directas norteamericanas, en el imaginario colectivo, nos acordamos de Masiosare, el extraño enemigo.
