El Ayatolá Alí Jamenei, líder máximo de la teocracia Iraní, respondió a los ataques de Estados Unidos con un discurso que da tristeza. Ante el bombardeo perpetrado el domingo por la madrugada, Jaimenei dijo que Estados Unidos tendría una respuesta que sería de la dimensión del ataque.
Si vemos con calma al líder político-religioso, sabemos que su respuesta no tiene fundamento en la realidad porque Irán no puede entrar en guerra contra EE.UU. Unos días antes del ataque, el presidente Trump había amenazado de muerte al Ayatolá. “Sabemos dónde está y podemos eliminarlo pero no queremos hacerlo, preferimos una solución diplomática”.
Los bombarderos B 2, imperceptibles para el radar, estaban preparados para el ataque desde Missouri. Volaron por medio mundo con apoyo de tanques aéreos para soltar sus bombas “rompe bunkers” en Irán. EE.UU apoyó a su aliado Israel frente a la amenaza de que Irán produzca una bomba que pueda aniquilar al estado hebreo.
Los antecedentes son claros: Irán patrocinó durante años a Hezbolá, grupo militar acantonado en Líbano para atacar a Israel; también sostuvo a Hamas, el grupo terrorista que realizó el ataque el 7 de octubre de 2023 desde Gaza; mató a más de mil inocentes y secuestró a 251 personas para negociar con su enemigo. Benjamín Netanyahu, quien es un verdadero halcón, echó toda la potencia de su ejército para demoler a Hamas sin detenerse en aspectos mínimos de humanidad con un pueblo palestino indefenso.
Irán también sostiene a los Hutíes de Yemén, milicias terroristas cuyo único objetivo es responder con proyectiles a Israel y romper la marina mercante internacional que pasa por Yemén. Irán siempre tuvo la pistola humeante de terroristas asociados a su régimen. Por razones religiosas, ideológicas y políticas, Irán buscó construir bombas nucleares para “desaparecer al invasor, al demonio judío”.
Israel sabe que su existencia depende de que Irán no obtenga poder nuclear. Como en las películas del Viejo Oeste, quien saca primero el arma, logra matar al contrincante. Netanyahu sacó a su fuerza aérea y a su ejército para adelantar el disparo. Lue se valió de Trump para rematar los sitios de enriquecimiento de uranio que sus armas no podían eliminar.
Aunque Dimitri Mevdeved, el sub tirano de Rusia, anunció que otros países podrían suministrar bombas atómicas a Irán, sería difícil que Corea del Norte, Rusia o Pakistán se atrevieran a venderlas. Eso provocaría una Tercera Guerra Mundial y la desaparición de esos países y sus respectivos gobiernos.
El cinismo de Rusia es notable, cuando sus representantes dicen que es una “irresponsabilidad” atacar a un estado soberano pero llevan tres años de invasión contra Ucrania.
Irán está acabado y lo mejor que podría suceder a ese pueblo sometido a una teocracia autocrática, sería el cambio de régimen. EE.UU dice que su objetivo no es tumbar al Ayatolá, pero sería deseable que huyera como lo hizo el Sha Reza Pahlevi hace 46 años.
El pueblo iraní merece metas más elevadas que sólo aniquilar a Israel, ahora algo más lejano que nunca.
Una de las amenazas de Irán es cerrar el estrecho de Ormuz, lugar por donde pasa más del 20% del petróleo que consume el mundo. Si lo hicieran, dice John Bolton, ex funcionario de Seguridad Nacional en EE.UU, la flota marítima de Irán quedaría en el fondo del mar.
A nadie conviene la guerra, pero a Irán menos que a cualquiera.
