En el inicio de los años noventa, México estaba en el inicio del periodo neo liberal, para abrir su economía a la globalización y con ello, en la competencia por atraer inversiones extranjeras para dinamizar la economía maltrecha de las crisis devaluatorias de la moneda de los ochenta. Las economías hegemónicas mundiales requerían nuevos mercados ante la sobreproducción proveniente del auge tecnológico. Los requerían abiertos para colocar productos y servicios. México firmaba el TLCAN en 1994 y Guanajuato, con sus ventajas comparativas por ubicación y logística, creaba ventajas competitivas para atraer a la industria automotriz. La idea era salir de las tres tradicionales cadenas productivas: cuero-calzado-marroquinería; textil-manufactura-confección y el agrícola-agropecuario-alimentos.
No era fácil; se trataba de cambiar nuestro modelo de desarrollo industrial alrededor de la General Motors, pues las empresas norteamericanas buscaban producir en México gracias al TLCAN, con mejores condiciones que en su propio País y desde aquí producir con costos bajos y, por tanto, con mayores márgenes de utilidad. Así, fue en cantidad de sectores económicos, pero en éste, en el automotriz, se tenía la ventaja de que se formaban conglomerados de proveedores y éstos, generaban ecosistemas con parques industriales, mano de obra calificada, proveedores locales, entre otros beneficios. En resumen, apostamos a estas locomotoras industriales.
Así, fueron casi cuatro décadas de globalización, sin imaginar que vendría con Trump, el proteccionismo norteamericano. Aquí la cuestión es evaluar si tomamos la mejor alternativa al apostar a un modelo “exógeno” y no por el “endógeno”. Considero que fue adecuado hacerlo, pues se creó el mayor cluster industrial del País. El Bajío entonces, tuvo un auge impresionante, que dinamizó el PIB (Producto Interno Bruto) estatal a tasas de crecimiento mayores que la nacional, aunque los sectores lejanos a este cluster no tuvieron el mismo beneficio ni los empleos de los sectores tradicionales.
Hoy, el proteccionismo de Trump provoca que sus empresas automotrices tengan aranceles enormes al llevar la producción norteamericana hecha en México hacia los consumidores norteamericanos. Los posibles impactos serán el aumento de costos en las cadenas de suministro, la desaceleración del “nearshoring” y de la inversión extranjera y la caída de las exportaciones locales. Con la aplicación de 25% de aranceles al acero y aluminio que aplicó Trump en febrero, Guanajuato enfrenta un enorme riesgo, pues no hay forma en que la industria de autopartes absorba este golpe, pues el arancel se tendría que incorporar al producto terminal para encarecerlo al consumidor de Estados Unidos. Es inminente la caída de “nuestras” exportaciones (en realidad, extranjeras) y de la participación del sector automotriz en el PIB manufacturero, con riesgos para el empleo, pues con esto, se pierden ventajas competitivas creadas en los años noventa. La contracción puede estar, dicen estimaciones, entre 10% y 15% de la producción del sector automotriz y en 1% al 1.5 % al PIB estatal. Esta reducción de la demanda afectará directamente a la generación de empleo en Guanajuato.
No es mucho lo que se puede hacer en el corto plazo; solo diversificar la proveeduría y fortalecer la producción nacional; optimizar la logística y estrategias de importación para minimizar costos; diversificar las exportaciones, incrementar la industria turística y mantener el ritmo de consumo de las clases medias. Guanajuato ya se había posicionado como líder nacional en el valor de producción automotriz durante 2024, con una tasa de crecimiento anual del 16.8%, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), concentrando el 18.52% del valor de producción nacional, impulsado por la operación de las armadoras General Motors, Toyota y Mazda, y dos fabricantes de equipo original (OEMs), Ford y Volkswagen. Ese modelo industrial, atrajo a una red de proveedores internacionales como Pirelli, Continental, Michelin, American Axle, BOS, GKN y Ryobi, entre otros, que contribuyeron a la innovación y eficiencia en la cadena de suministro y a provocar una oferta universitaria que no teníamos. El sector representa hoy la cuarta parte del Producto Interno Bruto (PIB) estatal con un cuarto de millón de empleos formales; favoreció la integración de Micro, Pequeñas y Medianas Empresas (MIPYMES) en las cadenas de valor, fortaleciendo su competitividad y ampliando sus oportunidades de expansión; atrajo inversiones y promovió el desarrollo de nuevas tecnologías en manufactura, y, sobre todo, nos metió a una industria de mayor valor agregado. El futuro tendremos, otra vez, que reinventarlo.
