Si tú pudieras mirarlos no notarias la diferencia. Verías simplemente corazones de carne con las alteraciones del tiempo. Tal vez si fuera posible ponerlos debajo de la lentilla de un microscopio sin terminar con su vida, observarías sus células de músculos lisos acostumbrados al esfuerzo, porque siempre, están en la lucha por la vida, son incansables en su función de bombear sangre.
Pero no habrías llegado al punto crucial que hoy me ocupa, a la pregunta que se ha gestado en mis pensamientos por largo tiempo, probablemente, tú hayas dado con la respuesta: ¿Por qué, es bueno malo un corazón?
Tal vez, si tuvieran variadas texturas o colores que los diferenciaran, facilitaría nuestra tarea sin necesidad de pasar por disecciones y escalpelos. Ahora, recuerdo por qué nunca lo olvidé, a ese maestro que, sacando del salón al conejo blanco, sí, a ese que todas tomamos turno para acariciar, lo devolvió inerte en una bandeja, después le descubrió las entrañas con crueldad encubierta tratando de despertar nuestro interés, cuando les había arrebatado la vida a sus ojos brillantes. Desde entonces, odié las disecciones. Así que, queda descartada.
Yo, únicamente he podido adivinarlos en la mirada de unos ojos calmos, en la forma de conmoverse escuchando las palabras, la voz que sincera sale de lo más hondo, la decisión de optar por el bien. Si prestas atención, en esos momentos, verás un destello, una chispa que humaniza, similar al brillo de una luciérnaga que contraría a la noche iluminando.
Por contraparte, la alegría por la pena ajena se descubre en los ojos hipócritas, por mucho que quiera ocultarla, la mentira se desenmascara en un afán inútil de confundirte con sus artes de camaleón
Muchas ocasiones he pensado sobre las opciones de un corazón. Si fue modelado con genes de bondad o maldad, sobre su desgracia de portar la ruindad intrínseca. ¿Sería razón suficiente para exculparlo, dónde quedaría entonces su libre albedrío?
Si fuera sencillo ver esas diferencias, andaríamos con más tiento por la vida, esquivando, tomando atajos y no ser presa fácil.
Sumándonos a la senda de la lealtad para no sufrir decepciones, aunque a veces nos equivoquemos puesto que las predicciones suelen fallar.
Me detengo en los seres Ángeles que han caminado conmigo, que ha tomado su corazón la opción del bien. A esos que han compartido sus latidos, que, si en mí estuviera y fuera posible, subiría su volumen para escuchar su melodía desafiando, rompiendo esquemas y barreras. Y en ese ir marcando el rumbo a base de sonidos, se silenciarían mis preguntas, pues sólo existiría una opción, una tan solo.
