En Celaya pasa el tren a diario. A veces lo hace lento y otras de prisa, transporta mercancías de toda índole sin nosotros darnos cuenta, algunas altamente peligrosas, que parecen inofensivas, como la historia que hoy voy a contarte. Esto sucedió querida Julieta cuando tu eras muy pequeña, por el mes de Diciembre, para darte más detalle en la nochebuena del 2024.
Fíjate tú, que, en una mina al norte de nuestra República, muy cerca de la frontera con el país vecino, surgió una veta de piedras jaspeadas de varios colores, eran tan, pero tan hermosas, que todos querían tener algunas de ellas en su jardín. Y por eso, los pedidos no se hicieron esperar. Tuvo tanta demanda que se distribuyó a todo México, y Celaya no fue la excepción. Así que viajaron en ese tren, aparentemente inofensivas, o eso creíamos en ese entonces.
Lo cierto es que eran un tipo de rocas ígneas, destructivas en extremo. Fueron llamadas posteriormente las zamburrocas por su facilidad de enterrarse profundo. Una vez bajo tierra, se movían hasta las raíces, de los árboles, arbustos y césped, despidiendo unas toxinas tan potentes, que éstos, comenzaban a morir poco a poco, terminando en tan solo unos días su labor maligna. Pero eso entonces no lo sabíamos, todos los habitantes estábamos felices, sobre todo los que vivimos en esta zona de la ciudad, pues el lugar elegido para ponerlas fue la Alameda central, justamente en el quiosco.
Las órdenes del nuevo alcalde fueron muy claras: hay que recubrir todas las paredes, forrar las columnas y hacerlo con la mayor rapidez posible. Contamos con poco tiempo, dijo, tiene que estar listo antes de la Navidad, precisó.
Comenzaron los trabajos y pronto, la noticia de la belleza de esas rocas se extendió, así que nuestra Alameda recibió muchos visitantes de los alrededores, que se sentaban en las bancas para observar los avances. Es más, recuerdo que era tal la cantidad de gente, que, durante el día, ponían sillas todo el redondel para que cupieran mayor número de personas. Muy pronto, Celaya, comenzó a aparecer entre los primeros destinos turísticos.
Como podrás imaginarte, los vecinos fuimos los primeros en ocupar esas bancas, incapaces de abstenerlos de el hechizo que despedían sus brillos multicolores, pasábamos horas enteras en una apacible contemplación.
Pero no todo iba bien puesto que un día, tu familia fue a dar su paseo vespertino, invitando a Virgilio y a Lunita, los hermanitos perrunos, asistieron contentos junto a Muñeca, su madre, una perrita maltés color crema. Ellos permanecían en el piso de tu carriola, muy quietos como se les había ordenado, y ahí disfrutaban observando.
Virgilio fue el primero en inquietarse, en darse cuenta de que algo no estaba bien, porque es sabido que la intuición, anida en las almas más inocentes. Así que desobedeciendo las órdenes, saltó y se acercó a las paredes del quiosco que ya llevaban un gran avance, colocando sus patas delanteras, sintió una vibración extraña y dolorosa. Pudo percibir esa maldad encubierta bajo esa fachada de beldad, así que comenzó a aullar a pleno pulmón, queriendo llamar la atención, sólo que tus papás no lo comprendieron, pensaron que se habría clavado una espina o algo así.
Sí, algo estaba terriblemente mal y había que averiguar qué era. Él por ser pequeño no podía salir de la casa, sin embargo, dio instrucciones a La Noruega y a Felipe (los gatos) para que estuvieran atentos. Y cada noche, cuando todos dormían, tomaban turno para escaparse por las rejas de las ventanas, se acercaban al centro de la Alameda y daban un rondín silencioso. Así lo hicieron sin notar nada extraño, sin embargo, Virgilio insistía en la vigilancia y no estaba dispuesto a que bajaran la guardia. Que lejos estábamos de imaginarnos lo que vendría después.
Al principio, como te he mencionado, no pasaba nada, la obra avanzaba a gran prisa y se acercaba de igual manera la Navidad.
Las rocas colocadas no podían cambiar de sitio por estar pegadas con cemento, las faltantes, permanecían guardadas en un contenedor por miedo a que se las robaran, ya que como he dicho con anterioridad, eran consideradas en extremo valiosas.
Transcurrieron los días y concluyeron los trabajos ¡Vieras que hermoso lucia todo, había destellos, parecía que nuestro quiosco tuviera luz propia ¡Lo que ignorábamos todos, menos Virgilio y los demás animalitos es que dentro de ellas, se escondían deseos perversos, almas de pedernal que querían destruir nuestro parque, sólo que nosotros, aún no lo sabíamos!
Las zamburrocas esperaban, finalmente el alcalde, dio instrucciones de acomodar las sobrantes y distribuirlas en los prados. Ellas, ansiaban la oscuridad de la noche para llevar a cabo sus planes malévolos.
El turno de vigilar fue de La Noruega, incrédula y asustada, vio cómo la Araucaria vibraba de una forma extraña, lo que no adivinaba, es que sus raíces estaban siendo aniquiladas para secarlas, era un grito de auxilio. Así que pensando lo peor, regresó a la casa y dialogó con los demás animalitos.
Virgilio que fue el iniciador del plan dijo; Tenemos que actuar con rapidez y en equipo, debemos de distribuirnos por los jardines, y desenterrarlas para evitar lo peor. Nos dividiremos el trabajo, Muñeca y Luna que ya están enteradas, serán la primera pareja, les dejaremos el triángulo de enfrente del café. Ivar y Coco, tomarán el del Santuario, Felipe y La Noruega el de la derecha, y yo el sobrante. Si necesito ayuda, les ladraré fuerte.
Se dieron cuenta al llegar al sitio, que uno de los grandes costales en donde llegaron las rocas estaba aún ahí, así que, tranquilos, trabajaron toda la noche por saber en dónde las pondrían. No fue una labor fácil, porque como te he dicho, las zamburrocas cambiaban su posición, en cuanto alguna era descubierta, la transportaban y la encerraban para que no se hundiera en la tierra de nuevo.
No era difícil saber en donde se encontraban haciendo sus averías, puesto que los árboles se sacudían agitando sus ramas como si quisieran desprenderlas a manotazos, acción del todo inútil, pues estaban en sus raíces. Pero esa era la señal que ellos esperaban para lanzarse a escarbar con toda la fuerza que les permitían sus patas. Los primeros en terminar fueron Coco e Ivar, que se dispusieron a ayudar a los demás que por tamaño estaban en desventaja. Así mientras los habitantes dormíamos tranquilos, nuestros amigos terminaron el trabajo.
Finalmente, jalaron el costal por toda la calzada de Guillermo Prieto, arrastraron su contenido malvado hasta las vías del tren, lo subieron con mucho esfuerzo a un vagón vacío. Después, decidieron que Noru y Felipe por ser más agiles, esperarían a que éste avanzara con rapidez para bajarse de un brinco y correr a casa para no ser descubiertos. Así lo hicieron, y regresaron con la tranquilidad de saber, que ese tren no se detendría hasta estar muy, muy lejos de nuestra ciudad. ¡Hay que bueno que en Celaya pasa el tren, a todas horas!
Al día siguiente, las familias seguíamos celebrando el nacimiento de Jesús, porque la Navidad, es una fecha de unión y paz, en donde se nos da la oportunidad de nosotros también renacer de nuevo, de mandar lejos, como esas rocas, nuestros rencores y resentimientos en el tren del olvido, estar juntos, agradecidos y alegres.
El daño a los jardines no fue mayor, se solucionó removiendo la tierra y aumentando la cantidad de agua del riego, en tan solo unos cuantos días, todo lucia bien nuevamente.
Esa mañana, tal vez por estar todos conviviendo, tampoco escucharon las voces de cientos de arboles que se distribuyeron con el viento, entrando a las casas para quien quisiera escucharlas. Yo, afortunadamente, sí las escuché, y las recuerdo perfectamente. Decían así: “Gracias amigos, gracias, Virgilio, gracias por todo, gracias, mil gracias”.
