En un mundo donde el glamour era el leitmotiv de la clase alta, Porfirio Rubirosa se erigió como la imagen del hombre sofisticado y seductor. Diplomático, militar, campeón de polo y, sobre todo, un conquistador natural.
Nacido en 1909 en La Dominicana, creció en París, donde su padre fungía como diplomático. Fue en esa ciudad, la meca del refinamiento y el arte, donde el joven “Rubi” desarrolló su instinto y estilo en las relaciones sociales. Desde muy joven mostró un talento innato para relacionarse, un don que lo llevó a los círculos más exclusivos del mundo como el gran seductor.
Así, de regreso a su tierra natal, ingresó al ejército, donde rápidamente ascendió gracias a su destreza en el polo y su magnetismo personal. No pasó mucho tiempo antes de que llamara la atención del dictador Rafael Leónidas Trujillo, quien lo integró a su Guardia Presidencial. Fue allí donde comenzó su legendaria vida social.
Durante un baile en el Palacio Presidencial, el joven seductor conoció a la hija de Trujillo, Flor de Oro. Así nació una intensa atracción, desafiando las estrictas reglas del protocolo. Aunque esto enfureció al dictador, la persistencia de su hija y el carisma de Rubirosa lograron un matrimonio bendecido por Trujillo.
Pero, ya como diplomático en Europa, comenzó a parrandear consuetudinariamente y Flor de Oro no soportó esa situación, y pronto regresó a su país. Contaba que su marido “salía todas las noches y volvía al amanecer cubierto de pintura de labios… y cuando le preguntaba dónde había estado, decía: ‘Las damas no me dejaban salir temprano…’ Trujillo autorizó el divorcio y, desde luego, Rubirosa no pudo regresar a La Dominicana, por temor a su exsuegro.
Con el tiempo, el bon vivant se convirtió en la referencia del estilo del buen vivir dominicano. En París, con su equipo de polo, se codeaba con príncipes, actrices y magnates, consolidando su lugar en la élite del jet set. Entre sus amistades más cercanas estaban figuras como el príncipe Ali Khan, Ava Gardner, John F. Kennedy, Sinatra, los Rotschild, y el majarahá de Jaipur, entre otros.
Su vida amorosa era el tema favorito de las columnas sociales. Se casó cinco veces, incluyendo con dos de las mujeres más ricas del mundo: Doris Duke y Barbara Hutton. Ambos amoríos terminaron en divorcio, pero no sin compensaciones millonarias. Duke, por ejemplo, le otorgó dos millones de dólares, un avión, caballos de carrera y una mansión en París.
A pesar de su éxito, la vida de Rubirosa no estuvo exenta de tempestades. Tras el asesinato de su exsuegro, el dictador Trujillo, en 1961, su carrera diplomática terminó de forma abrupta. Aunque intentó apoyar a su excuñado, Ramfis Trujillo, gestionando varias conversaciones con su amigo el presidente Kennedy para convencerlo de respaldarlo como sucesor de su padre al frente del gobierno dominicano, al regresar a Santo Domingo para informarle las condiciones de Kennedy, “el cabrón de Ramfis, después de tomar el control militar y ejecutar a los asesinos de su padre, ya había huido del país en un lujoso yate cargado de oro y dólares, rumbo a España. Rubirosa nunca volvió a dirigirle la palabra”.
En 1965, su equipo de polo ganó la Copa de Francia. Hubo una gran celebración y Rubi bebió demasiado, esa noche decía que “le aterraba llegar a viejo”; así, mientras más tomaba más se deprimía. A las 7 de la mañana del 16 de julio de 1965 subió a su Ferrari y enfiló por la avenida de los bosques de Boulogne, donde sucedió el fatal accidente al chocar contra un árbol, justamente en el mismo lugar donde se había estrellado y fallecido, años atrás, su amigo, el multimillonario Ali Khan.
Porfirio Rubirosa fue el gran seductor, huía de la rutina y abrazaba su libertad. Fue un hombre de su tiempo, cuya filosofía fue que el verdadero lujo no estaba en poseer riquezas, sino en disfrutar el momento. Tenía un insaciable apetito por la vida: “El verdadero placer no está en hacer dinero, sino en gastarlo y disfrutarlo”, solía decir. Y lo cumplió hasta el último día.
¡Viva la vida, disfrute el momento y lo que tiene! ¡Feliz Navidad! Hasta el próximo año…
Fuente: Villanova Jaime, El último playboy.
