Este editorial fue publicado a principios de año, pero frente a la decisión tomada por el PAN y Morena de decidir sus candidaturas con base en encuestas, pensamos que hoy el texto toma vigencia y resulta oportuna su lectura, advirtiendo que se han obviado por cuestión de espacio, algunos párrafos del escrito original.
“A partir de los años sesenta el uso de las encuestas se aplicó a las campañas políticas. La primera en utilizar estos métodos fue la de John F. Kennedy. Pulsando opiniones, optimizó su campaña, dejando de presentarse en aquellos lugares que se preveía votarían contra él, para focalizar sus esfuerzos en los condados donde había votos por capturar. Así ganó la elección.
“Con el tiempo, las encuestas se generalizaron hasta que en 1971, Pierre Bourdieu un destacadísimo sociólogo francés, lanzó su histórica declaración afirmando que ‘la opinión pública no existe’, ya que las apreciaciones de las personas sobre cualquier tópico son individuales, vastísimas y están sujetas a un sinnúmero de condiciones, resultando errático generalizarlas y atribuir los mismos significados a las diversas respuestas que pudieran existir en una pregunta cerrada. Aparte, durante el tiempo, se han amontonado muchas predicciones, basadas en escrutinios demoscópicos, totalmente errados.
“En México no era necesario el uso de estos instrumentos estadísticos, ante el poderío de un partido único, que controlaba totalmente las elecciones. Por ello, fue hasta 1988 cuando Miguel Basáñez realizó la primera encuesta independiente sobre la intención de voto en la Ciudad de México, dándole ventaja, en aquellos tiempos al candidato Cuauhtémoc Cárdenas frente a Carlos Salinas de Gortari. La respuesta a la incertidumbre de esa elección fue la caída del sistema, que operó Manuel Bartlett.
“En 1994 diversos periódicos, revistas y empresas, hicieron ejercicios demoscópicos para obtener los resultados electorales de esa contienda presidencial. En aquel momento la elección se convirtió en un gran laboratorio de experimentación estadística. Ya para 2000, las encuestas estaban tan avanzadas, que Vicente Fox conoció su victoria a la una y media de la tarde del 2 de julio, de boca de su encuestador, Rafael Jiménez de la empresa ARCOP.
“Los estudios de opinión llevaron a los partidos políticos a abandonar sus ideales y programas, al tener una vía para conocer con precisión los deseos de los votantes. Así, todos, se convirtieron en partidos ‘catch all’. La doctrina se fue de vacaciones, a cambio del pragmatismo electoral: al cliente lo que pida.
“Desde los albores del siglo XXI, comenzó la moda de utilizar las encuestas para repartir, desde las partidocracias de las organizaciones políticas, sus candidaturas. Estupendo pretexto para fundamentar los dedazos. Esta práctica no ha podido ser técnicamente corroborada para los ejercicios demoscópicos, entre otras cosas por las críticas que inicialmente dirigió Pierre Bourdieu: la voluntad humana es muy frágil. Es pues dificilísimo entregar a un partido un estudio prístino, certero e indubitable que muestre que la voluntad del elector es favorable a tal o cual candidato.
“El mejor ejemplo de la poca confiabilidad de las encuestas para definir candidatos es la propia elección. Una encuesta no puede substituir la voluntad de un ciudadano expresada formalmente ante la autoridad electoral en un voto. Si no fuera así, nos deberíamos de olvidar de hacer comicios, para sustituirlos por un sistema de encuestas que definieran la competencia entre los partidos para designar al presidente del País, a los gobernadores, senadores, diputados o miembros de ayuntamientos.
“Utilizar encuestas para definir candidaturas es una vacilada propia de un presidente locuaz, al cual, sorprendentemente, hasta sus adversarios políticos tratan de imitar. Seamos serios y elijamos en elecciones primarias, en todos los partidos a los candidatos por los cuales debamos votar. Tomemos la voluntad de los ciudadanos con seriedad y respeto, porque de otra forma, las encuestas también pueden ser utilizadas para remover gobernantes de forma práctica, rápida y sencilla, ¿o no?”.
 

RAA

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