El terrorismo puede ser considerado como un método de contienda con una orientación propagandística. Suele ser un instrumento de agitación social y política, que si bien no está orientado a ganar un conflicto, se caracteriza por un tipo de violencia que intenta generar un impacto mayúsculo en la moral y psique del enemigo, apelando a ese sentimiento de vulnerabilidad que se genera por ser en la mayoría de ocasiones inesperado. Los objetivos militares no suelen ser los preferidos y se centran más en el desgaste de la relación entre gobernantes y población, pues el espectro moral se vuelve fundamental y esta cohesión (imprescindible para mantener sólida a una nación) se ve comprometida.

Un concepto adicional es el de guerra biológica, en la que son utilizadas armas de características peculiares (armas biológicas) que son capaces de contener y dispersar con afán de causar daño y enfermedad, virus o bacterias a poblaciones militares o civiles. Un ejemplo puede ser el bombardeo del Ejército Imperial Japonés a la ciudad de Ningbo en la República Popular China en 1940, realizado con bombas de cerámica llenas de pulgas que estaban infectadas con el bacilo que causa la peste bubónica.

Pues bien, existe una amenaza que integra ambos conceptos: el bioterrorismo. Esta variedad de uso de la fuerza y violencia, utiliza agentes biológicos o sus derivados para causar enfermedad o muerte en humanos, animales o plantas, con el objetivo de vulnerar e intimidar a gobiernos y poblaciones. Al utilizar estos agentes, que son generadores de una elevada morbilidad y mortalidad, con las características de tener una eficiente transmisión interpersonal, además de una baja dosis infecciosa, con una diseminación eficiente por diferentes medios y siendo de difícil control o prevención con medicamentos o vacunas, los perpetradores esperan un impacto trascendente en la resolución del conflicto.

No es infrecuente la presencia de actos de bioterrorismo, pues han estado presentes en multitud de conflictos y a últimas fechas, en estos tiempos donde lo increíble e improbable parece que se vuelve lo habitual, el prestar atención a estas amenazas es importante.

Hace unas semanas circuló la noticia del hallazgo de viales contenedores de viruela en un establecimiento de red fría en Pensilvania, que lleva a cabo investigación de biológicos inmunes. Los viales encontrados por un trabajador de manera incidental, que si bien por el momento hablan de una seguridad inadecuada, podrían indicar el riesgo de un problema de inseguridad poblacional, además del riesgo de poder ser utilizados por personas o agrupaciones malintencionadas, haciendo necesario el voltear a ver y evaluar el riesgo potencial que representa esta amenaza.

Aprendiendo de lo vivido en esta contingencia epidemiológica por COVID-19, es importante tener mecanismos de respuesta para estas situaciones. Es fundamental planear y anticipar, diseñando políticas de salud públicas que puedan hacer frente a una realidad epidemiológica cambiante, para prevenir o mitigar los efectos de este tipo de incidentes y para ello, es necesario llevar a cabo estudios sobre acciones particulares de prevención sobre los agentes nocivos potenciales y evitar su transmisión y diseminación.

La respuesta de nuestro país debe ser fundamentada en políticas públicas sensatas (que incluso aplican para otras contingencias) e incluyen el integrarse a las estrategias internacionales de lucha contra el bioterrorismo, creación de programas de coordinación interinstitucional nacionales, fortalecimiento del sistema de vigilancia epidemiológica, creación y manutención de laboratorios especializados en enfermedades infecciosas y la generación de expertos en estas ramas de las ciencias médicas y biológicas.

La forma de disminuir el temor es con certeza, conocimientos y anticipación. Es por ello que, ante amenazas de este calibre, hay que iniciar con actividades de planeación para poder tener una respuesta mucho más eficiente ante este tipo de adversidades. Aprendamos del presente, para afrontar de mejor manera el futuro.

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