Dejemos algo claro: la 4T sería invencible si López Obrador estuviera haciendo buen papel como Presidente. No necesitaría encarcelar a sus opositores. De fondo, su problema es que el país se le está desmoronando en las manos y sabe que es cuestión de tiempo para que empiece el golpeteo dentro de su equipo en busca de relevarlo. Por eso, le urge controlar la sucesión. Idealmente, quiere allanarle el camino a Claudia Sheinbaum, quien le cubriría la espalda y continuaría su “transformación”. Pero sabe que ella será una candidata débil y vulnerable. Así como Fox dejó claro que AMLO era el opositor más peligroso cuando intentó desaforarlo, ahora él confirma que es Anaya el contendiente que más le preocupa.

Desde su trono en Pemex, Emilio Lozoya fue un gran habilitador de la corrupción del gobierno de Peña Nieto. Lo fue sin pudor. Su secretario particular cobraba por audiencias con él. En lo personal, no fue remotamente discreto gastando millonadas con frivolidad. Sigue sin serlo. En libertad “condicional”, celebra fastuosas fiestas con grandes vinos. Ya ni siquiera firma periódicamente en el reclusorio, como lo exige la ley. ¿Por qué tratan tan bien a quien huyó de la justicia y recibió millones de dólares no justificados, y tan mal a Rosario Robles, a quien sólo se le acusa de omisión en el ejercicio del servicio público (lo cual no se castiga con cárcel)? Porque Lozoya está dispuesto a embarrar, con cargos hechos a la medida, a quien AMLO tenga en la mira.

Al enlodar no tuvo mínima pulcritud de cuidar detalles en su denuncia. Cuando declaró darle dinero a Anaya para su voto por la reforma energética, algo sin sentido pues éste siempre la apoyó, no vio que Anaya estaba de licencia en la fecha que dijo hacerlo. Pero este Poder Judicial esclavo del Ejecutivo cambió la declaración original de Lozoya, una inmundicia que ruborizaría al más tramposo autócrata bananero. Para acabarla, ayer la FGR dijo que el voto de Anaya fue 8 meses antes del “soborno” que se dio 5 meses después de que dejó de ser diputado, le han negado acceso a su carpeta (derecho legal de saber de qué lo acusan), y lo culpan de “entregar el patrimonio petrolero del país a extranjeros”, lo cual ya raya en lo ideológico y surreal. Hasta ahora, la única prueba de cohecho es su voto.

Debe quitarnos el sueño lo que se le hace al principal opositor de este gobierno. Nos caiga bien o mal Anaya, tratar de privarlo de su libertad con un proceso tan flagrantemente viciado nos debe alarmar a todos. AMLO confirma ser idéntico a otros presidentes que le pasaron por encima al debido proceso para encarcelar sin sentencia a presos políticos.

La orden de perseguir a Anaya evidentemente proviene de él. Sus declaraciones confirman su acceso a una carpeta de investigación que debería estar fuera de su alcance. A pesar de que los primeros incriminados por las acusaciones de Lozoya por Odebrecht deberían ser Peña y Videgaray, sólo se ha acusado a panistas. La ley se aplica selectivamente, por decir lo menos. Si a eso le agregamos que no se ha investigado a los hermanos del Presidente cuando hay videos de ambos recibiendo fajos de efectivo, ni a Bartlett o a Irma Eréndira Sandoval cuando no pueden justificar cómo se hicieron de montones de casas, la frase de AMLO diciendo que “nadie está por encima de la ley” provoca casi tanta risa como cuando afirma no haber sabido del proceso contra Anaya. Miente como respira. Pero, más que eso, lanzar la piedra y esconder la mano lo pinta de cuerpo entero.

Esto se pondrá peor. Su flagrante violación de la ley no parece estarle costando al Presidente. Por ello, no nos sorprendamos de lo que viene. El futuro de México será definido por el silencio de un empresariado más ocupado en preservar privilegios que en defender principios esenciales, por la tibieza de una sociedad civil más obsesionada por manifestar sus simpatías que por defender lo justo, y por la tibieza y docilidad de una ciudadanía que se dará cuenta demasiado tarde de que lo que les hacen a otros hoy se los harán a ellos mañana. Nunca me ha preocupado más nuestro futuro.

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