A unos días de la elección intermedia, la presidencia se entrega a la provocación. En sus mensajes diarios el presidente habla con puya. Desde el Palacio Nacional pincha para enardecer, para recoger la reacción de los agredidos, para extraer respuesta a sus embates. La planeación de su gobierno se dedica a eso: a diseñar la provocación de la mañana siguiente. A seleccionar las fotos que serán exhibidas, a sembrar las preguntas en los periodistas afines, a pensar en el golpe escénico del día siguiente. Parafraseando aquella gran novela de Martín Luis Guzmán, podría decirse que la política lopezobradorista, política pendenciera, solo conjuga con un verbo: cucar. El verbo es uno de los favoritos del presidente porque es, para él, más que un entretenimiento, una estrategia. Cucar es provocar por diversión. Es buscar el enojo del otro, irritar por gusto. La comunicación del presidente se ha dedicado a eso: a cucar a las instituciones y a las organizaciones sociales, a los intelectuales y a los medios de comunicación, a los inversionistas y a los gobiernos extranjeros. Por alguna extraña razón, el presidente imagina que la indignación que provoca cotidianamente, le concede razón. Se enfurecen, luego tengo razón. En la irritación de sus adversarios encuentra la medida de su éxito.
El presidente juega a irritar. Esto no les va a gustar, pero quisiera anunciarles que gobernaré doce años… porque voy a trabajar el doble. Jajajá. Tengo prohibido hacer esto, pero lo voy a hacer. Jajajá.
El presidente cuca cotidianamente a las instituciones electorales. En su pleito con el INE no busca exponer una razón que resulte persuasiva, sino atizar el conflicto con las instituciones a las que quiere eliminar. Esa parece ser su vocación: más que aliviar las tensiones, invitar a que escalen. Lo que busca es la escenificación de una guerra que no cede, de un conflicto intenso que no amaina y por eso necesita subir adversarios al ring. Representar siempre el papel de la víctima de las instituciones enemigas. Representar siempre el papel del combatiente de las instituciones antidemocráticas. Olvida, o pretende olvidar que fue, precisamente por sus denuncias de la intervención de Fox en el proceso del 2006, que se cambió la legislación para marcar límites estrictos a las expresiones de los gobernantes. Pero el presidente dice lo que le viene en gana. Háganle como quieran: mis derechos, dijo, están por encima de cualquier reglamento. Así salta al terreno de las campañas para descalificar a las oposiciones y atacar a candidatos concretos. Si tiene prohibido explícitamente difundir logros gubernamentales durante el proceso electoral, el presidente visita sus obras emblemáticas y las describe como milagros de su administración. Más que el elector al que pudiera persuadir, le atrae la irritación que pudiera provocar.
La provocación más reciente tiene como destinatario al gobierno de los Estados Unidos. Ha acusado a la embajada norteamericana y a las agencias de cooperación internacional de aquel país de financiar grupos que él describe como opositores. En Palacio Nacional ha mostrado las fotografías de su consejo como si fueran integrantes de una red criminal.
Ciudadanos mexicanos a quienes no se acusa de ningún delito, son linchados públicamente por un gobernante que los llama golpistas. Su crimen es apoyar a una organización cuya autonomía sería de enorme utilidad para un gobierno que quisiera, en verdad, combatir la corrupción. El paso que ha dado en esa política de provocación es ya de otra dimensión porque se lleva al plano de la relación más importante para México. Se ha enviado una nota diplomática y se ha pedido públicamente la suspensión del apoyo financiero que brinda el gobierno de Estados Unidos a Mexicanos contra la Corrupción. ¿Cederá el gobierno norteamericano a la intimidación de un presidente, permitiéndole vetar a las organizaciones cívicas que reciben fondos de la cooperación bilateral? ¿Estará dispuesta la administración demócrata a sentar ese precedente en el mundo? ¿Le regalará el conflicto que busca el presidente mexicano?
El presidente López Obrador ha cambiado la estrategia de silencio frente a Trump, por la estrategia de provocación a Biden. Amor y paz al hombre que más nos ha agredido. Y al presidente más cercano a México lo ha puesto entre la espada y la pared. La política de cucar busca dramatizar la crisis, hacerla más aguda, llevar las cosas al límite.
