El martes por la noche estábamos muy tristes, imaginando que Donald Trump había ganado la elección. Llamé a mi hijo Enrique para comentarle la decepción de que se repitiera la historia. Más enterado de la política norteamericana, comentó que no había un resultado todavía. Con eso nos fuimos a descansar.

El miércoles las cosas eran diferentes y los estados de Wisconsin y Michigan cambiaron de color;  la ventaja de Trump terminó cuando se contaron los votos por correo y los centros urbanos. Biden estaba en la pelea. Regresó el ánimo y un cierto optimismo.

Ayer jueves la presidencia de Estados Unidos estaba en manos del demócrata salvo que sucediera lo impensable. En Georgia, Pensilvania, Nevada y Arizona se debe dar la última batalla. ¿Por qué estuvimos pegados a la televisión como si fuera nuestro el destino de esa votación? Porque Trump fue nuestro enemigo. Porque nos insultó desde su campaña y maltrató a los nuestros en su país.

Quizás cuando lea usted estas líneas, Joe Biden haya completado 270 votos electorales o más. Hace 4 años nos equivocamos quienes seguíamos las encuestas que favorecían a Hillary Clinton. Una gran decepción. El corazón blanco y atrasado de Estados Unidos había elegido a un ser impresentable. Entonces Trump ganaba con mentiras, insultos y una retórica de buenos y malos, de “grandeza norteamericana” frente a un mundo que supuestamente tomaba ventaja de su nación.

Enemigo de las instituciones, el showman convertido en presidente, trató de gobernar como soberano. Falló. La fortaleza de la federación, la libertad de prensa y todo lo que él odiaba, abrió un espacio para que un candidato sin mucho carisma triunfara con su decencia. La historia no juzgará a Trump como el peor presidente de la Unión porque la economía salió adelante, pero la pandemia lo pondrá en el lugar de los populistas ignorantes.

Si se va, como todos esperamos, el mundo tendrá mayor armonía. La lucha contra el calentamiento global volverá a acelerar el paso y la globalización volverá para mejorar las condiciones de vida de cientos de millones.

En México tendrá que cambiar la política. No será tan fácil para la administración de Morena regresar al pasado de la izquierda nacionalista. Marcelo Ebrard, el más cuerdo en el gabinete, debe estar preparando una nueva estrategia de entendimiento. Su futuro político depende de una gestión exitosa en las relaciones con Estados Unidos. Los temas: la migración mexicana y centroamericana desde nuestro territorio; la detención del general Cienfuegos; el respeto al acuerdo comercial del T-MEC;  la lucha contra el narcotráfico; los “dreamers” y cien asuntos más.

Hay quien siempre ve a Estados Unidos como el país que nos somete, discrimina y explota. Crecimos con aquella frase negra de “México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”.

A nuestro vecino tenemos que verlo como una oportunidad. Tenemos el cliente más grande del mundo a nuestras puertas. Su tecnología y su ciencia están cerca de nuestras computadoras. Debemos aprovecharlo más allá de la generosidad de los compatriotas y sus remesas que alivian la pobreza pero agravan la tristeza de la distancia entre familias.

Espero no equivocarme esta vez y acertar en que con Joe Biden regrese la decencia, el respeto, la razón y la verdad a la política norteamericana. Será una buena noticia para todos. 

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