“Mientras más conozco a los políticos, más quiero a mi perro”, dice el mexicano refrán. Y es que la sabiduría popular recoge aquí, el conocimiento de la manera de ser de esos personajes que creó el sistema político. Primero está su carrera y el hambre de poder y dinero.
El caso Lozoya desnuda esa podredumbre. Es un criminal que salpica de excreta a todos con tal de salvar el pellejo con la promesa de que la autoridad como testigo protegido, le cubrirá con su manto. Es la fiscalía pública que será generosa en su acusación contra él si declara lo que conviene declarar.
Sabemos que el PRI creó una escuela de corrupción en cuyas aulas pasaron por décadas políticos y que tuvieron como profesores a catedráticos como Bartlett y al Grupo Atlacomulco que permitió que el presidente Peña Nieto llegara a esas alturas. Fue un sistema que admitió en sus aulas a tránsfugas de otros partidos y a alumnos destacados del PAN. Algunos desertaron a tiempo como la Corriente Democrática que formó primero el Frente Democrático Nacional y más tarde, el PRD.
Era la izquierda que se aliaba con alumnos desertores y que tenían ideas de honestidad y democracia. Fueron Cárdenas y Muñoz Ledo quienes hicieron frente con la izquierda histórica y que nos convocaron a millones hasta llegar el culmen del movimiento en 1988, cuando nos fue arrebatado el triunfo.
El movimiento fue derrotado con la fuerza de un sistema corrupto que estaba en la plenitud vital pues el PRI era todavía monolítico. Tuvo que llegar la reforma política de 1997 para permitir el juego de partidos y la izquierda paulatinamente ganar espacios. Pero el desafío no era cambiar solo de proyecto político, sino de valores que erradicaran el maldito gen de la corrupción que por décadas mutaba el PRI.
Cuando la alternancia del 2000 la mitad de los votos de la izquierda votamos por Fox como alternativa necesaria para “sacar el PRI de los Pinos” y tener la posibilidad de crear otro País. El PRI aparentemente perdió, pero no fue así, pues permaneció. Las alianzas de hecho entre el grupo de Fox y el sistema priísta aseguraron la continuidad de la corrupción, pues los soldados del sistema tricolor permanecieron en toda la estructura ósea; eran alumnos avanzados de los cursos impartidos. Sabían completas las lecciones; lo constaté en la SEP. Provenían por décadas de los sindicatos magisteriales y eran militantes tricolores. Imposible desmantelar el esquema clientelar y de asignaciones de plazas y presupuestos.
El sexenio peñista fue pensado por el elector como la posibilidad de que ante la imposibilidad de dos sexenios panistas-, era mejor regresar al que gobernaba con estabilidad, aunque robara, y no aquel que gobernara mal, aunque no supiera robar. Y regresó el PRI despidiendo al PAN. Pero cometió los mayores excesos con descaro y desaseo. Frivolidades como las de la televisión.
Peña Nieto mostró el barro del que estamos hechos los humanos y multiplicó los agravios priistas contra el pueblo al saquear a Pemex y el erario nacional. Se habían dado así las condiciones sistémicas, estructurales, para que, por fin, la izquierda, la de los ideales socialistas e igualitarios, gobernara al País.
El imaginario colectivo por un lado y por otro, una figura como AMLO por otro, que presumía no haber tenido nunca ingresos, ni pago de impuestos, sino sólo, una cartera vacía, llegara al poder. Era la antítesis de la tesis dominante en la historia reciente: “el que no transa no avanza”.
El pueblo salió a las urnas; vio en AMLO a uno de ellos y esperó con ilusión, que la corrupción fuera historia del pasado que no debería regresar, de un gen que debería desaparecer a fuerza de valores, hábitos, conductas, distintas.
AMLO ya Presidente, emprendió con rencor, lejos de la generosidad que la da la victoria, una campaña de odio contra sus enemigos y una estrategia clave, era prometer a Lozoya impunidad a cambio de que desnudara a la escuela del robo. Tenía que dar nombres y datos en un guión, que desnudara al sistema político de décadas.
Los videos como elemento no solo distractor de la realidad, sino como circo mañanero para el pueblo; serían ya, guerras de grabaciones y filtraciones. Antes de Bejarano, hoy de Lozoya y de Pío el hermano, sino mañana de tantos más.
Todos se deslindarán, ofrecerán versiones de que eran dineros para fortalecer la justa lucha, para construir democracia, para estimular a los fatigados militantes, pero todos, al final, reciben y dan fajos de billetes en ligar o en bolsas, sin evitar lo que está en el fondo del asunto: el sano desapego al dinero y al poder. Por eso dice la sabiduría popular, que “todos son iguales&”
