Los estadios del futbol mexicano —poco a poco— han ido mutando. Algunos se resisten a morir. Gigantescas construcciones, grandes monstruos que laten, que viven, que explotan cada 15 días por periodos muy específicos durante el año y que mayormente se convierten en colosos dormidos dejando pasar gran parte de su vida útil con muy poca actividad.
Vender boletos, cervezas, esquilmos, publicidad estática y activaciones en las inmediaciones del estadio y dentro de la cancha ya no es negocio. El futbol es el motivo, pero ya no es el negocio.
Grupo Pachuca anunció recién la creación de un complejo de edificios que buscan generar toda una gran gama de oportunidades experiencias y negocios, teniendo como hilo conductor, como tema, como su corazón, un equipo de futbol, el León.
Pensar que un estadio de futbol por sí sólo generará recursos para pagarse y sobre todo retribuir la inversión y su consecuente riesgo económico a los inversionistas, es un acto “suicida”.
Con el proyecto que se presentó en León, la ciudad tendrá un salto que necesita como ciudad. Es un buen mensaje para la ciudad que se hagan inversiones tan grandes.
Esas cosas no las ofrece por sí solo un estadio de futbol. Aunque tiene que ver con una pelota y 22 jugadores, el juego ya también se disputa en estas nuevas Mecas.
