El otro día estaba en un antro analizando a mis coetáneos. Lo sé, no es una práctica común eso de ir a un sitio con lo mínimo de luz, música a todo volumen (algunas veces buena y otras muy mala), y con el espacio personal de una trucha en una red de pesca. Pero bueno, había mucha fila en el baño de mujeres y yo me entretengo con cualquier cosa.

El punto es: ese momento me regaló una pequeña lección. Vi desde la distancia el baile de atracción de un ente hacia otro que se encontraba a escasos metros, es decir: vi a una chica que bailaba, dando miradas furtivas a un chico que la miraba en plan: ¿me puedo acercar e iniciar un baile trivial?

Y me puse a pensar: ¿cómo esta táctica ha condicionado la manera en la que las mujeres luchamos por lo que queremos? Porque, lo chicos podrán acercarse e invitarte a bailar, pero, la vida, señores y señoras, no.

Y como la fila continuaba, pero ahora dentro del baño, continúe con mis cavilaciones. ¿Soy así en más aspectos de mi vida? Pongo cara bonita y espero a que las cosas que quiero se acerquen los suficiente; o soy una mujer decidida que cruza la pista de baile y le dice directamente al chico: ¡Oye!, he visto que me mirabas y tú también me gustas. ¿Quieres bailar?

Llámenme loca, pero mi timidez y el entorno que me rodeaba me decía que un chico muy probablemente perdería el interés con una mujer que dijera tan abiertamente lo que quiere.

Hubo muchas ocasiones en que mis amigas me decían que tenía que esperar el doble del tiempo en que el otro se había tomado para contestarme un mensaje para mantener el interés, el juego del coqueteo. Vamos, una tontería y pérdida de tiempo.

Porque en esas idioteces (perdón my french) se le dice a la niña (próxima mujer) que solo si es paciente, espera, sonríe y se arregla, le llegará lo que quiere. Y no, luego nos sorprendemos que en los demás aspectos de nuestras vidas no funcione esta teoría.

¿Porque a quién le llega un trabajo de sueño si no es trabajando hasta que te caes de cansancio? ¿A quién le llega una relación sana y duradera si no sabe decir directamente lo que piensa y siente? ¿A quién le toca un cuerpo sano si no está dispuesta a levantarse de la cama todos los días por la mañana? ¿A quién le toca una familia feliz (todo lo feliz que se pueda) si no está dispuesta a luchar contra viento y marea por ella?

Una flor es muy bella, pero su vida fuera de la intemperie es breve. Una mujer ya no es una flor, es una luchadora que puede escoger dónde estar y con quién estar. Es una campeona que puede sacrificar los ojos sin ojeras por formarse y alcanzar un puesto mejor. Es digna de admiración quien no sólo dice estar a favor de la equidad de género, sino que lo tiene tan naturalizado que una noche cualquiera, mientras suena la canción que no puede dejar de escuchar, da esos primeros pasos llenos de valentía y dice con una sonrisa: “Sé lo que quiero en la vida, y por el momento, me gustaría bailar esta canción contigo”.

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