Cuando se piensa en educación, en el sentido más general, se piensa en moldeamiento o en parto: ya sea en una disfrazada capacitación sostenida para trabajos más o menos calificados, o en todas las potencialidades humanas que convendría desarrollar para formar seres humanos integrales y enteramente provistos del capital cultural semilla para dedicarse a lo que más les llame su vocación.
En este último sentido, podemos pensar en la creatividad como en uno de los fines que puede esperar cumplir una educación plena. Sin embargo, sucede que la escuela pública ha renunciado a invertir los esfuerzos suficientes para alcanzar logros significativos al respecto, ya que la saturación de contenidos que se obliga a los maestros a trabajar con sus alumnos, en los pesados años lectivos para ambos, lo impide.
Y es que la educación artística ha sido reducida al mínimo en los planes y programas de estudio ya que, en las altas esferas desde donde se toman las decisiones estratégicas de la educación, se ha optado por enfocarse, únicamente, en la enseñanza del español y de las matemáticas, y si a esto le añadimos el hecho de que , también, se ha sacrificado la enseñanza de las ciencias, se completa un cuadro de desalentamiento de la creatividad. ¿De qué manera influyen estas ineptas amputaciones curriculares en el desarrollo de la creatividad? Básicamente, bloquean las rutas de crecimiento de la expresión de la sensibilidad, en el caso de la disminución de la enseñanza artística, y desestimulan la curiosidad y la ideación divergente, en el caso de la disminución de la enseñanza de las ciencias.
Este escenario tan tétrico para el florecimiento de la creatividad en los áridos espacios escolarizados, obliga a voltear la vista hacia la educación extra escolar, ya sea la no formal o la informal, como los únicos territorios que pueden auspiciar proyectos y afanes propulsadores de la creatividad, hecho importantísimo de cuya importancia debe tomar conciencia la sociedad. ¿Cómo puede fomentarse la creatividad? Hay muchas formas que requieren sólo de la voluntad como condición para adentrarse en la aventura de dar a luz innovaciones, como lo muestran los siguientes ejemplos: escribir acerca de cualquier cosa; escuchar música diferente; ir a museos o galerías; cantar en la regadera (como Tin Tan: “Cantaaando en el baaño, me acuerdo mucho de ti…”); ir a lugares nuevos; hacer cosas espontáneas; garabatear en una hoja de papel, dejando que la mano, como güija loca, permita que vagabundeen trazos y líneas; leer una página al azar del diccionario; bailar inventando pasos; etc.
Cualquiera de las actividades anteriores, son sencillas de llevar a cabo, y pueden detonar nuestra creatividad dormida, o resucitar nuestra creatividad exterminada por la escuela.
