El salón de fiestas California de Purísima del Rincón parece un campo de batalla. La sangre tiñe de rojo el piso beige, pero no es la sangre de los gallos que pelearon a muerte, sino la de seis cadáveres y más de 20 heridos de bala (de los que dos murieron en el hospital).
Fue la peor masacre que se recuerde en el estado de Guanajuato.
La noche del miércoles, poco después de las 9, se jugaba la penúltima pelea de gallos de la segunda ronda de cuatro, en un derby de 11 partidos o equipos. Había unas 80 personas que pagaron 100 pesos por entrar, todas sentadas en sillas metálicas alrededor del anillo.

Afuera llegaron dos camionetas, de las que bajaron cinco hombres fuertemente armados; en ellas permanecieron los conductores, listos para escapar. Uno de los desconocidos cuidaba la retaguardia de los otros cuatro, vio que había un guardia de seguridad privada y de inmediato lo encañonó.
“Tírate al piso y agacha la cabeza, si la levantas te mato”, le dijo.
“Estábamos como unas 80 personas, éramos pocos, todos sentados alrededor del anillo. Ni siquiera se ocuparon las gradas, entonces estaban amarrando las navajas para la penúltima pelea (la número 9) de la segunda ronda cuando entró la muerte”, dijo un sobreviviente de 40 años que pidió que no se revelara su nombre.
Cuatro hombres entraron al salón California y sin decir nada asesinaron a José de Jesús Serrano Pérez, quien cuidaba la puerta y recibía el pago de las entradas.
”Primero entró un sicario y atrás de él venían otros tres y gritó ‘¡ya se los cargó su chin… madre, hijos de pu…!’ y comenzaron a disparar a diestra y siniestra”, citó un segundo testigo a am.
La mayoría de los disparos iban dirigidos a la zona donde se encontraba Alfredo López García, papá del alcalde se San Francisco del Rincón Ysmael López.
“Casi todos los balazos iban a la zona donde estaba don Alfredo (López García), pero después para escapar dispararon parejo y dejaron ir las metralletas al que se moviera”, citó un sobreviviente.
Los hombres corrían y trataban de resguardarse donde fuera, pero no podían escapar porque sólo había una puerta, mientras los sicarios les disparaban a los pies.
Todo ocurrió en cuestión de 40 segundos, dijeron los testigos.
Los cadáveres de cuatro personas quedaron en el suelo, junto al anillo para las peleas de gallos, entre ellos el de Alfredo López; a unos metros estaban los de Tereso Correa Torres y Antonio Zavala Barrón, que eran corredores de apuestas y quedaron uno muy cerca del otro.
Había botellas de vino, sillas tiradas por todos lados y pisadas sobre la sangre de las víctimas. Dos personas agonizaban, una de ellas apenas podía respirar y pidió ayuda, pero falleció cuando recibía atención médica.
“Era un señor de unos 78 años, le decían El Camarón; tenía diabetes, era corredor de apuestas y quedó tirado en el piso, de lado, casi no podía hablar y como que le faltaba la respiración… apenas pudo decir que lo ayudaran, que se le iba el aire y murió en el hospital”, dijo un testigo.
Otros dos hombres parecían estar muertos pero pudieron mover sus manos para pedir ayuda, uno era hermano de Tereso Correa. Las balas le destrozaron las piernas y no se pudo levantar. Y entre lamentos, quejidos y gritos se escuchaba el cantar de los gallos.
‘¡Este está vivo!’
Afuera, en la calle Adolfo López Mateos de la colonia El Carmen también hay sangre. En un video subido minutos después del ataque a redes sociales se observa cómo le dan reanimación cardiaca un joven sobre la banqueta, y se escucha el grito desgarrador de una mujer que exige saber si está vivo.
“¡Noooo, dime que está vivo!, ¡¿está vivo o no?!”, gritaba.
Policías y paramédicos llegaron, entre un ir y venir de personas; la toma se acerca a la puerta y se pueden observar gradas, y a un hombre cojear hacia la puerta con ayuda de una mujer que le pregunta “¿estás bien, Tacho?”, y él responde que sí.
Se escuchan lamentos y gritos de dolor, hay por lo menos tres personas tendidas en el pavimento, y de fondo la voz de un joven que relata lo sucedido, sin que se le vea la cara.
“Fueron muchas descargas, demasiadas descargas de varias armas, no fueron chiquitas, fueron puras automáticas”, dice con la voz entrecortada.
En la banqueta otro joven al que se le ve sangre en el rostro se queja y llora. Tiene una herida de bala.
Una mujer que lo asiste le dice “¡hijo, apriétame la mano!, ¡apriétame la mano!”, mientras le sostiene la cabeza. “Ya vienen las ambulancias”, le dice y enseguida grita para pedir ayuda: “¡Este está vivo!”
