Estoy sentada frente a mi computadora. Tengo la misión de contarles qué sucedió en el ensayo. Sí, como si la música, la luz, los colores y las vibraciones fuesen algo simple de explicar. Respiro profundo y pienso en si algún día las letras de mi teclado desaparecerán de tanto escribir y borrar. Estoy divagando, me sirvo un vaso de agua. Prendo una vela y pongo mi lámpara un poco más cerca, si los solistas cantan mejor con vestuario e iluminación, supongo que yo escribiré mejor con un buen ambiente.
Unas horas antes
Los solistas llegaron con horas de anticipación. Las pruebas de maquillaje y vestuario requieren de su persona y de su completa disposición. Se ven unos a otros y no faltan las risas y bromas, los camerinos se han vestido del siglo XIX. Todo el elenco platica, unos a medio pintar y otros a medio vestir. Los maquillistas y los de vestuario corren de un lado al otro ultimando detalles. Los técnicos se ubican en sus puestos. Yo lo veo todo como la extraña de la historia, la que se metió a la película y brinca de puro desentonar.
Veo cómo se comienzan a preparar, cómo comienzan a afinar. Unos siguen con las bromas y otros se encierran en su isla de concentración recordando cada nota y cada movimiento. Todo debe salir perfecto.
Camino a las butacas. Lo que en una noche de estreno sería un mar de gente, ahora solo es el contexto ideal para poder moverme con libertad. Luis Martín Solís, director de escena, se acerca y me dice: “ponte lo más enfrente que puedas, donde veas a la orquesta, donde sientas la música”, y yo no me hago del rogar, en primera fila me fui a sentar.
Los músicos afinan, cada instrumento se hace notar. Iván López Reynoso, llega y se ubica en el centro de todo. Envidio un poco el lugar en donde está, ahí se debe oír y sentir genial. Levanta la batuta y todo se pone en pausa. En cuanto baje un poco y haga la señal todo comenzará.
Ensayo
Recuerdo a Guadalupe Paz, recuerdo su voz llenar todo lo que hay. Recuerdo sentarme en ese lugar y ver los violines tocar. Recuerdo sentirme vibrar por cada nota, cada pieza, cada acto y cada escena. Recuerdo a Noe Colín, ese gigante de la ópera que ha triunfado en lugares tan remotos y que vuelve a México para llenar el escenario, con su voz y su genial actuación. Recuerdo a Óscar de la Torre, ese mexicano que vuelve de una vida de triunfos a tierras mexicanas partiendo plaza con su voz latina que ha cautivado al mundo entero. Recuerdo a Josué Cerón, pero aun más, recuerdo su gran virtuosismo al cantar y actuar. Recuerdo a Arturo López Castillo, a Zaira Soria y a Araceli H. Fernandez. y querer pasarla igual de bomba trabajando como ellos, actuando.
Y es que, cuando estás ahí, en esa primera fila notas cada detalle. Recuerdas cada broma, y comprendes por qué para Rossini, lo suyo, lo suyo era la ópera bufa. Te ríes en cada movimiento pero disfrutas de la excelencia con la que cantan y la perfección que emanan.
Comprendí que tantos ensayos, tantas prácticas, tantas repeticiones tienen su por qué. Un ensayo, este ensayo, es una cuenta regresiva, son esos tres pasitos que separan lo bueno de lo perfecto. Es la preparación que evita cualquier impedimento para que el público disfrute de cada momento.
El maestro Alonso Escalante, director del Teatro, me comentó que para que el día de la función todo estuviera en su punto, cada uno de los artistas tenían que pasar por una preparación ardua. Tan ardua que una hora en el escenario era producto de horas de estudio. Preguntando a los solistas me di cuenta que todos tenían en común un largo camino. Primero llegaron con la cabeza, estudiaron el por qué, el cuándo, el dónde y el cómo de lo que interpretarían. Se tatuarían en la memoria cada nota de la partitura. Buscarían lo que inspiró a Rossini a marcar cada punto en el pentagrama. Después, se beberían cada movimiento para que el cuerpo memorizara de tal forma que la armonía uniera a músicos y solistas, al coro con cada pieza, a todos las cuerdas con cada pauta. Y finalmente, el toque de magia, cuando todos logran unirse y ponerle ese extra que separa a un músico de un artista. A un aplauso de un público de pie. A un disfrutar de un nunca olvidar.
El resultado de esa unión es lo que hoy quiero contar, y lo que no alcanzaría a englobar aquí. Para que este domingo, el miércoles y el sábado, puedas entender lo que es un trabajo operístico de calidad. Para que tú y yo entendamos que no se trata de la elocuencia de los que nos sentimos orgullosos de nuestro Teatro, sino de la historia que se está marcando en nuestra tierra. El que el Bicentenario se vuelva a llenar de artistas, de genios y de un público voraz. Voraz de volver a presenciar algo que le pertenece desde el día que idearon su presentación.
