Guiado por los sonidos, Hilarión viaja en oruga de la universidad a la biblioteca. Para no equivocarse del sitio donde debe bajar, le pregunta a su compañera de asiento qué paradero es al que acaban de llegar. Cuando confirma que es el de la central de autobuses, se pone de pie para descender.
Sale del vagón de la oruga temeroso. Un señor se acerca a ayudarle. “¿Para dónde vas?”, le pregunta. Hilarión toma del hombro a quien le ofrece apoyo, y avanzan hacia el bulevar López Mateos. A pesar de que el semáforo está en rojo para los peatones, su guía le explica que no vienen carros y es seguro cruzar; una vez que llegan a la banqueta se despide con un gracias.
En la esquina de López Mateos y Niños Héroes, Hilarión continúa su camino hacia la biblioteca central. El primer obstáculo es una mujer que va delante de él y que inevitablemente choca el bastón con sus zapatos, pero ella no voltea. En esta corta cuadra Hilarión debe evadir un letrero que dice ‘Prohibido estacionarse’ colocado en medio de la banqueta. Va bordeando la guarnición buscando llegar a la esquina. Unos pasos antes de lograrlo, sus pies se desbalancean con los bordes de una coladera que rebasa el nivel de la banqueta.
Al llegar a la esquina, escucha atento que los autos avancen del lado derecho; eso le indica que puede cruzar la Prolongación Calzada. El semáforo dura 5 segundos tiempo que debe aprovechar para cruzar rápido. Sigue de frente, tanteando con el bastón la banqueta, y ubica el acceso; cruza las salas de lectura al aire libre y una vez que llega hasta la puerta principal de la biblioteca, avanza seguro hasta la sala braille. Esa ruta ya la conoce.
“Los lugares desconocidos dan miedo, las escaleras son un reto para no caerse”, confiesa.

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Después de leer, estudiar y convivir con su grupo de amigos invidentes, Hilarión inicia su recorrido de regreso a su casa.
Baja las escaleras paso a pasito para no caerse. Al llegar al último escalón sus pies pisan una botella de pet que está tirada; si bien no cae, lo sorprende el obstáculo. Todo en la calle resulta un reto para el invidente. Su bastón es como sus ojos: le ayudan a anticipar los peligros: una coladera con ranuras, unos tornillos que están salientes de la banqueta, un poste y un árbol que están en medio de la banqueta.
La rama de un árbol le roza la cara. Hilarión no camina en línea recta, va zigzagueando por un camino poco conocido. Una música que se escucha lo desconcentra, lo que provoca que choque con una hilera de árboles y con los protectores de herrería que cubren sus raíces. Ante tantos obstáculos juntos, trastabillea, pero no cae.
Al terminar el recorrido, se acerca a tocar la escultura gigantesca de un rostro que está en la banqueta, identificando las facciones y tratando con su bastón de imaginar la dimensión de esta pieza.

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Con paso fluido, sin miedo, caminando rápido, se dirige Hilarión de la biblioteca central a su casa. En su trayecto de regreso debe tomar la oruga para ir a la estación deportiva, de ahí cambiar de ruta para que lo acerque al bulevar Paseo de Jerez.
El camino hacia el paradero de la oruga ocurre sin contratiempos. Una vez que llega al camellón, sus pies tropiezan con una coladera cuadrada que le falta la tapa.
Entra al paradero, choca con una joven que en ese momento paga su pasaje. Sigue de frente y se coloca en el rehilete de acceso, a tientas busca el lector de la tarjeta para pagar el pasaje. Algunas personas lo ven y abren paso, pero no todas pueden esquivar el toque de su bastón. Es la hora pico. El paradero y la oruga van saturadas.
Cuando llega la oruga entra en el segundo vagón. Son cinco estaciones las que debe contar para bajarse. Una mujer le cede el asiento, lo toma del brazo para ayudarlo a que se siente. Cuando está cerca la estación Deportiva un pasajero le indica que están por llegar. Hilarión se levanta y sale. Esta vez el espacio que quedó entre la oruga y el paradero es del ancho de un pie: otro obstáculo que superar, pero lo logra. Ahora solo queda esperar que llegue el siguiente camión.
Una vez que llega, un joven ayuda a Oscar tomándolo del brazo para que aborde la ruta, ¿va a subir le pregunta? el camión está muy lleno y nadie se ofrece a darle su asiento, Oscar permanece de pie la mitad del camino, cuando comienza a desahogarse el camión hubo oportunidad de que tomara asiento.
Llego el momento de bajar del camión, no parece tener problemas con esto baja por la puerta delantera de manera natural sin tropiezos, al estar en la banqueta choca con el anuncio de publicidad del paradero, sus pies tropiezan con la banqueta que no esta pareja, ese es un reto.
Al seguir caminando por paseo de Jerez, sobre la banqueta hay un negocio de frituras que colocó su mesa sobre el paso de los peatones, Oscar choca con ella, recompone el camino y esquiva una serie de postes que están colocados en el borde de la guarnición.
Espera a escuchar que no pasen autos, para llega a la mitad del camellón, ya que su casa está del lado opuesto de donde se bajó, para cruzar el boulevard, se guía por su oído, ya que esta zona carece de semáforos auditivos, en el caso de que pasen autos, el resto de sus sentidos lo previene, de esta forma se traslada hasta su casa que está a unos metros de la esquina.

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Después de seis meses de que su mamá falleció, Hilarión Ramírez Bustos perdió la vista, a causa de un accidente vial en el que lo atropellaron.
“Si mi mamá no hubiera muerto yo no había perdido la vista”, en ese entonces el joven, tenía 15 años de edad, de los detalles del accidente no recuerda nada.
Inicialmente le dijeron que esta situación era temporal, que en seis meses iba a recuperar la vista, pero eso no ocurrió, al principio recordó Hilarión, no hubo tanto drama por no ver, pero una vez que le confirmaron su nueva condición.
“Sentí como si me hubieran arrancado algo de lo más profundo, después me resigne a la nueva vida”.
Una vez que adquirió la ceguera Hilarión dejo los estudios y se fue a vivir a Dolores Hidalgo durante cinco años, en ese tiempo trabajo en labores del campo, desgranando maíz.
Después de que regresó, el papa de uno de sus antiguos compañeros de secundaria lo vinculó con una escuela para ciegos, en ella retomó los estudios de preparatoria en donde encontró compañeros que tenían sus misma condición y puro reconocer que no era el único ciego.
Actualmente Hilarión tiene 24 años, de estos 9 han sido en ceguera, está estudiando la licenciatura de comunicación con grupo regular, de su grupo dijo “no falta el que te haga menos, pero siempre hay uno que te ayuda”.
Hilarión vive en la colonia Medina, es independiente para trasladarse, se ayuda con bastón, comúnmente se transporta en camión, su truco dijo es escuchar o preguntar para hacer un mapa mental, en su caso prefiere preguntarle a otros usuarios del transporte en lugar de buscar letreros en braille.
Su familia está conformada por su papá y otros cuatro hermanos, no lo sobreprotegen, porque eso solo ocasionaría hacerlos vulnerables evitando que puedan salir adelante.
Uno de los principales obstáculos a los que se enfrenta Hilarión, dijo son “las personas normo visuales” porque le han chutado el bastón, lo avienten, lo regañan porque anda solo en la calle, ese dijo es el obstáculo más difícil.
“También los anuncios, postes, teléfonos, las banquetas, cualquier cosa que este en el suelo si nos destantea, desde una piedra hasta un teléfono”.
Para el joven en la ciudad, hacen falta más asociaciones que les ayuden en su situación, apoyo por parte del gobierno, oportunidades de trabajo y estudio, en su caso ha sido difícil conseguir trabajo porque lo ven con bastón y no le dan esperanza de contratarlo.
“Que la gente no se haga ciegos, nunca voltean a mirar las necesidades que tenemos, cada vez que vean una persona con discapacidad, piensen que ellos pueden estar en ese lugar”.

‘Que se ponganen nuestro lugar’

A los 11 años, Esmeralda perdió la vista parcialmente a causa de una enfermedad que comenzó con el dolor del ojo derecho.

Le hicieron todo tipo de estudios médicos, tomografías, resonancias magnéticas. La presión le daño el nervio óptico.
Cuando ya no pudo ver, su mamá fue tajante: “ya no vas a poder salir mucho”.
Desde entonces, una tía de Esmeralda es quien la acompaña; su mamá no le tiene permitido salir sola, ni con amigas.
“La gente se debería poner en nuestro lugar”, dice Esmeralda, quien actualmente tiene 16 años. “Somos iguales, sentimos, pensamos, también nosotros tenemos derechos”.
Recuerda que cuando le dijeron que estaba perdiendo la vista cayó en una depresión por un año; ella quería estudiar la secundaria con compañeros regulares, pero no se lo permitieron. Retomó sus estudios en una escuela de monjas.
“No por tener debilidad visual no iba poder salir a delante”, dice. Actualmente está estudiando la preparatoria en una escuela regular y en sus planes está ingresar a la universidad para estudiar la licenciatura en Psicología.
Actualmente su visión es del 5% en el ojo derecho, y 8% en el ojo izquierdo.
“A veces quiero andar sola, pero no me animo”.
Para lograr que más invidentes salgan a la calle, considera que hacen falta más semáforos auditivos para saber cuándo cruzar.

‘Me da pena no saberdónde ando’

A los siete años de edad, Jonathan Tinoco Guerrero perdió la vista totalmente a causa de un tumor canceroso que se desarrolló en la retina.
Con sólo unos meses de haber nacido, Jonathan perdió un ojo, además de desarrollar la enfermedad con la que posteriormente adquirió la ceguera.
“Sabía que iba perdiendo la vista gradualmente, me dieron cataratas. Al principio fue lo más difícil, después te vas acostumbrando”.
Jonathan tiene 22 años y estudia en la universidad la ingeniería en computación; está cursando el octavo cuatrimestre y está por terminar su carrera.
“A mí me da pena llegar y no saber por dónde ando, prefiero andar en grupo”, confiesa.
Sus padres le permiten hacer lo que él quiere, pero están al pendiente de sus actividades, sin ser sobreprotectores.
Sus estudios básicos los cursó en una escuela especial, para débiles visuales en la que aprendió el sistema braille y cómo moverse en los espacios.
Estos con ocimientos le permitieron saber andar solo, aunque reconoce que la ciudad presenta riesgos. Por ejemplo en los cruces no hay suficientes semáforos auditivos, sólo algunos dependiendo de la zona de la ciudad. También tienen que evadir golpearse con teléfonos públicos, medidores de luz.
Al preguntarle a Jonathan si ha ubicado letreros en braille en los paraderos de las orugas contestó: “qué chiste tiene; ¿cómo va uno a saber que están ahí?”.
El joven reconoce que hay gente que le ayuda a cruzar las calles, pero él prefiere salir con amigos a lugares de confianza.
“Si ven a alguna persona con discapacidad, no vendría mal preguntar si necesitan ayuda”, aconseja.

Superan trabas:concluyen carrera

A la edad de 14 años, Jonathan Hernández Rocha adquirió la ceguera producto de una inflamación en su ojo, sumado a un tratamiento que le deterioró la vista.
En sus primeros años tuvo una visión del 30% que mejoró con una intervención quirúrgica llegando a tener 80%, esta situación fue temporal después de un incidente que le provocó inflamación en el rosto perdió totalmente la vista.
Sus primeros años de escuela, del kínder a la secundaria los estudió en, sistema regular, pero en tercero ya con ceguera, su maestra de ese entonces se negó a trabajar con él, junto con el director acordaron entregarle el certificado final de sus estudios.
Desde que tenía seis años, Jonathan asistió a clases de braille en Cáritas, más tarde ya con la ceguera adquirida se integró a la sala braille de la biblioteca central para continuar sus estudios y aprender a usar el bastón.
El joven de 20 años estudia la licenciatura en derecho, en un sistema regular, también es deportista profesional en atletismo, lanzamiento de bala, jabalina y disco.
Jonathan es independiente, al principio sus padres lo querían proteger pero el hablo con ellos. “Yo lo tomé normal pero con el deporte y mis compañeros lo fui aceptando rápido”.
Como parte de las carencias que se tienen para ayudar a las personas en su condición, dijo que en las puertas de las orugas, hace falta una lija o algo para identificar las salidas.

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