En este pequeño poblado agrícola en la zona de evacuación en torno a la azotada planta de energía nuclear Fukushima Daiichi, pequeños ejércitos de trabajadores con tapabocas y guantes de plástico están raspando afanosamente la radiactiva capa superior del suelo en un desesperado intento por cumplir la promesa del Gobierno central, relativa a permitir el regreso algún día de la mayoría de los 83 mil evacuados de Japón.
Sin embargo, cada vez que llueve, más contaminación radiactiva desciende por los boscosos flancos de colinas a lo largo de la escarpada costa.
En la cercanía, miles de trabajadores y una pequeña flota de grúas se preparan para uno de los últimos esfuerzos por evitar un creciente desastre ambiental que tiene a China y otros vecinos cada vez más preocupados: remover varillas de combustible consumidas del dañado edificio del reactor 4 y almacenarlas en un lugar más seguro.
Recientemente, el Gobierno anunció que invertiría 500 millones de dólares en nuevas medidas para estabilizar la planta, incluido un proyecto mayor: la construcción de un muro congelado para obstruir una inundación de agua freática dentro de los contaminados edificios.
El Gobierno está tomando el control de la limpieza de manos del operador de la planta, la Tokyo Electric Power Co., o TEPCO.
La triple fusión en Fukushima en 2011 ya es considerado el peor accidente nuclear del mundo desde Chernóbil, en 1986. Los nuevos esfuerzos, tanto riesgosos y técnicamente complejos como caros, fueron desarrollados en respuesta a una serie de accidentes, errores de cálculo y demoras que han plagado el esfuerzo de limpieza, convirtiendo en una burla las promesas de las autoridades de “regresar el sitio a un campo vacío” y conduciendo a la liberación de enormes cantidades de agua contaminada.
A medida que el daño ambiental alrededor de la planta y en el océano cercano se sigue acumulando a más de dos años del desastre, algunos analistas empiezan a cuestionar si el Gobierno y el operador de la planta tienen la experiencia y capacidad para manejar ese tipo de crisis.
En el pasado, dicen, TEPCO ha recurrido a reparaciones rápidas de tipo tecnológico que no han logrado controlar la crisis, dañando incluso más la menguante credibilidad de Japón, amén que solo postergó la toma de duras decisiones. Algunos detractores dijeron que las nuevas propuestas del Gobierno ofrecen tan sólo más de lo mismo.
“Claramente, Japón vive en la negación”, dijo Kiyoshi Kurokawa, médico que encabezó la investigación independiente del Parlamento el año pasado sobre las causas del accidente nuclear. “El agua sigue acumulándose dentro de la planta, al tiempo que los escombros se siguen apilando afuera de ella. Todo esto es un gran juego de encubrimiento enfocado a relegar los problemas hacia el futuro”.
Los problemas en la planta al parecer dieron un giro radical para empeorar en julio con el hallazgo de filtraciones de agua contaminada al Pacífico. Dos semanas atrás, TEPCO anunció que 300 toneladas de agua envenenada con estroncio radiactivo, partícula que puede ser absorbida en los huesos humanos, se había drenado al mar desde un tanque defectuoso.
Se seguirá produciendo agua contaminada en grandes cantidades, empleada para enfriar combustible en los tres reactores dañados de la planta para prevenir su sobrecalentamiento, hasta que el flujo de agua freática hacia los edificios puede ser detenido; perspectiva que está a meses o años de distancia. Al mismo tiempo, demoras y retrocesos en el enorme esfuerzo por limpiar el campo están socavando incluso más la confianza en la capacidad del Gobierno para cumplir sus promesas y socavando la fe de la población en la energía nuclear.
Funcionarios y proponentes de la limpieza dicen que las dificultades son inevitables, dada la monumental magnitud de los problemas. Sin embargo, cada vez más detractores dicen que las complicaciones son cuando menos parcialmente el resultado de defectos fundamentales en la limpieza actual.
Los esfuerzos de limpieza hasta ahora, dijeron algunos detractores, fueron proyectos de obra pública impresionantes pero mal concebidos a final de cuentas, lanzados como una reacción automática de los poderosos ministerios centrales del Gobierno para desviar las críticas populares y para proteger a la insular industria nuclear, similar a un club, de la vigilancia de forasteros.
La mayor crítica ha involucrado la decisión del Gobierno de dejar la limpieza en manos de TEPCO, que al parecer era incapaz de poner la planta plenamente bajo control. Cada paso que TEPCO ha dado sólo parece producir nuevos problemas. El reciente tanque con filtraciones fue uno de cientos que han sido construidos a toda prisa para contener las 430 mil toneladas de agua contaminada en la planta, y la cantidad de esa agua aumenta a una tasa de 400 toneladas por día. El hallazgo de altos niveles de radiactividad en otros puntos cerca de los tanques hizo surgir la posibilidad de fugas aún no detectadas.
Algunos detractores han descartado el “muro de hielo” por considerarlo tecnología costosa que sería vulnerable en la planta propensa a apagones, ya que depende de electricidad de la misma forma que un congelador, e incluso más debido a que nunca se ha probado en la vasta magnitud que Japón está previendo y siempre fue considerada una medida secundaria, al tiempo que en Fukushima tendría que soportar posiblemente a lo largo de décadas.
Sin embargo, expertos de la industria dijeron que la tecnología se había usado para estabilizar terreno en grandes proyectos de construcción, como el proyecto carretero Big Dig (Gran Excavación) en Boston.
Los científicos le han restado importancia a la amenaza actual proveniente del agua contaminada, aduciendo que nuevas filtraciones están produciendo pequeños aumentos en la radiactividad en Fukushima que siguen siendo mucho más bajos que inmediatamente después de la crisis de marzo de 2011.
“Esta persistente filtración no es de la magnitud que teníamos originalmente”, destacó Ken O. Buesseler, científico en la Woods Hole Oceanographic Institution en Cape Cod que ha estudiado el desastre largamente. “Sin embargo, es persistente”.
Quizá la amenaza principal del agua radiactiva es para el Gobierno, que no puede darse el lujo de parecer incapaz ante una ciudadanía que ya desconfía de sus pronunciamientos y abriga dudas sobre la energía nuclear.
En vista de lo anterior, algunos expertos descartan los planes de limpieza en marcha por considerarlos meramente una forma de defender el statu quo convenciendo a la población de que el daño puede deshacerse, y que son innecesarias medidas más drásticas, como pagar más compensaciones a residentes desplazados o clausurar las otras plantas de energía nuclear del País.
“Esto es sólo una táctica para no aceptar la responsabilidad”, dijo Harutoshi Funabashi, sociólogo en la Universidad de Hosei que encabezó un examen crítico de los esfuerzos de recuperación por parte del Consejo de Ciencia de Japón. “Reconocer que nadie puede vivir cerca de la planta durante una generación abriría el camino tanto para todo tipo de preguntas indagatorias como dudas”.
Funabashi y otros detractores dicen que Japón debería considerar otras opciones, incluida la táctica adoptada por la ex Unión Soviética en Chernóbil de cubrir de concreto los reactores destrozados y declarar vedados la mayoría de los poblados contaminados durante una generación.
Oficiales japoneses dijeron que grandes cantidades de agua freática bajo la planta significaba que tan sólo cubrir de concreto los reactores no lograría contener la proliferación de la radiación. Además, dijeron que renunciar a un gran porcentaje de Fukushima no era una opción en un País densamente poblado, donde la tierra sigue siendo un producto escaso.
Sin embargo, ellos también sugirieron que la razón para desdeñar una opción al estilo soviético pudiera ser el temor a que el fracaso pudiera volver a una población desconfiada incluso más decisivamente en contra de la industria nuclear de Japón.
“Si sólo enterramos los reactores, nadie querría ver el rostro de otra planta nuclear en años”, dijo Shunsuke Kondo, presidente de la Comisión de Energía Atómica, organismo asesor en la Oficina del Gabinete.
La inquietud con respecto al deterioro de la situación salta a la vista entre los residentes de comunidades evacuadas como Naraha. La limpieza aquí ha procedido con mayor rapidez que en otros poblados evacuados, en tanto se prevé que la mayor parte de la descontaminación se haya concluido para algún momento del año próximo. Incluso así, funcionarios del poblado dijeron que cuando les preguntaron a los 7 mil 600 residentes de Naraha si se mudarían de nuevo ahí, la mayoría respondió que se negaría mientras la planta siguiera en su estado de inestabilidad.
“Cada tres días hay un nuevo problema por allá”, dijo Yukiei Matsumoto, el alcalde de Naraha, cuyo Ayuntamiento ahora se localiza en un centro de conferencias en una universidad justo afuera del radio de 20 kilómetros de la zona de evacuación. “Mientras más tiempo continúe esto, más distante se sienten los pobladores respecto de TEPCO y del Gobierno nacional”.

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