Previo a iniciar esta primera participación semanal, quiero expresar mi agradecimiento al periódico digital AM Hidalgo por permitirme escribir en este espacio de reflexión y diálogo. Espero que esta columna sea aprovechada para el debate y la reflexión.
La semana pasada, Luis Lacalle Pou, ofreció uno de sus últimos discursos como presidente de Uruguay, haciendo un balance de su gestión, pronunció una frase que todo político moderno debería incluir en su práctica diaria: “El orgullo de haber hecho las cosas bien”. Más allá de los aciertos y errores de su gobierno, esta declaración refleja una verdad fundamental: en la política, lo que más pesa no son las promesas, sino la congruencia entre el discurso y la acción.
Hacer política en el contexto actual, no debería construirse solo con ideologías o estructuras partidistas rígidas, sino con credibilidad. En tiempos donde la ciudadanía es más crítica y exigente, los valores y principios tienen que ser la carta de presentación de cualquier político que realmente quiera servir a su gente. No es suficiente con ejercer el poder, hay que dignificarlo.
Desde mi perspectiva, un verdadero líder político debe guiarse por tres pilares: honestidad, preparación y compromiso con la gente. No se trata solo de ocupar un cargo, sino de desempeñarse con integridad y profesionalismo. Son estos fundamentos los que marcan la diferencia entre ser recordado con respeto o quedar en el olvido como una decepción política más.
El expresidente uruguayo, también dijo: “Uno de los grandes orgullos de este gobierno es que se puede mirar a los ojos a la gente”, puesto que la política no puede ser concebida solamente como el ejercicio del poder, sino un compromiso ético con la sociedad. El político que no puede mantener la mirada de quienes confiaron en él, ha fracasado.
En nuestro país, esta realidad se vuelve evidente. La falta de visión y la ausencia de resultados han desgastado ese vínculo con la ciudadanía, dejando gobiernos que no miran de frente a la gente porque le han quedado a deber. Quienes ostentan el poder no han entendido que la confianza no se impone, se gana con hechos y resultados.
El mensaje de Lacalle nos deja una lección: la política moderna no debe practicarse desde la manipulación o el oportunismo. Los políticos debemos construir una carrera sobre ideales sólidos porque, al final, lo que queda es lo que hacemos o dejamos de hacer.
Cuando la historia juzgue a la clase política de este tiempo, no lo hará solo por los cargos que ocuparon, sino por la manera en que se desempeñaron. Por eso, cada decisión debe tomarse con la convicción de rendir cuentas, no solo ante la ley, sino ante la memoria colectiva.
Hoy en día, la ciudadanía exige liderazgos que puedan decir, sin titubeos ni excusas, lo mismo que dijo el expresidente uruguayo al terminar su mandato: “Nos vamos con la tranquilidad de haber hecho lo que prometimos y que lo hicimos bien”. Ese es el verdadero legado de un político y el único discurso que, al final del camino, tiene valor.
