En tiempos de bonanza para el cine latinoamericano, los cineastas que forjaron la identidad del mismo ocupan su lugar en la historia. Es momento de reconocer a esos estupendos directores cuya influencia ha trascendido al tiempo.
La cara que hoy presenta la cinematografía latina se debe a  la obra de grandes nombres, tales como: Glauber Rocha, de Brasil; el argentino Eliseo Subiela; Tomás Gutiérrez Alea de Cuba; solo por citar algunos, los primeros que el recuerdo me acarrea.

Evocando la baraja de estupendos directores latinoamericanos que han construido los cimientos de nuestro cine, me resulta ineludible dedicar unas líneas a  la figura de un sudamericano. El psicólogo, el poeta, Víctor Gaviria, el maestro de Colombia. 
Transcurría el final de los años 90 cuando tuve una estancia en Cuba. Ahí conocí la cara del cine latinoamericano, traté con algunos realizadores convertidos en leyenda; vi su obra. Vi mucho cine, vi otro cine, el cine de nosotros los latinos. Ahí tuve mi primer acercamiento con el áspero discurso cinematográfico de Víctor Gaviria.
Rodrigo D. No futuro, película de 1990, es la primera que vi del maestro colombiano. Este filme me mostró que no había límites para retratar la difícil realidad de nuestros países. La constante en los autores latinos era la sordidez en su narrativa, esta película rebasaba esos límites.
Pasaron algunos años para que volviera a ver algo de Víctor Gaviria; esto, debido a que su obra no es vasta, al contrario. Ha contado lo que ha querido, con una atinada precisión que muy pocos realizadores han tenido a lo largo de la historia del cine.

Casi 20 años después de conocer el trabajo de Gaviria, me encontré dirigiendo la primera edición del Festival Internacional Cine de América, en Pachuca. El país invitado para el Festival era Colombia. Un marco ideal para rendir homenaje a este personaje histórico del cine americano.

Víctor Gaviria aceptó de muy buena forma la invitación para viajar a México, a Pachuca, para recibir un reconocimiento por parte del Festival y proyectar parte de su obra. Sin condiciones, sin exigencias, así llegó el maestro a Pachuca.
Llegado el día, era agosto de 2017, conocí personalmente  a un hombre humilde, sencillo en el trato, un tipo por demás afable. Dueño de una cálida charla y una sonrisa perene. Las primeras impresiones con él fueron sorpresivas. Pocos cineastas de la estatura intelectual del maestro Gaviria transitan sin pretensiones de ningún tipo.

Durante la semana que duró el Festival tuve oportunidad de platicar con él, conocí a su esposa, Marcela. Una mujer que es el alma gemela de Víctor. ¡Qué pareja! Era un placer conversar con ellos. Charlamos de todo, de sus dificultades para hacer cine en el momento más cruento en la historia reciente de Colombia. Del empleo de actores naturales o no profesionales para encarnar a sus personajes. De sus métodos como director. De sus historias, de su cine.

De todas esas pláticas, nunca olvidaré la última. Eran las cuatro de la madrugada, al pie del Reloj monumental de Pachuca, nos despedíamos. Me dio palabras llenas de energía, de buen ánimo para seguir luchando por lo que se sueña. Me dio palabras que solo puede dar un maestro. Gracias Víctor Gaviria, el maestro de Colombia.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *