En Julio de 1959 una historia conmocionó a México. Una madre de familia y sus 6 hijos, habían estado encerrados por casi dieciocho años en una casona, entre insurgentes y Godard, en la colonia Guadalupe Victoria, Ciudad de México. El responsable de este drama se llamó Rafael Pérez Hernández, y aseguró, cuando fue llevado a juicio, que todo lo hizo para “salvar” a su familia de la perversión del mundo moderno, para protegerla de la maldad humana.
Los detalles del evento fueron el banquete de la prensa amarillista de ese año. La Prensa, uno de los periódicos líderes de la época le dedicó 21 titulares, uno cada semana revelando los detalles de lo sucedido. Los sórdidos hechos sobrepasaban la más torcida de las imaginaciones. Algunas de las declaraciones de sus hijos, Soberano, Librepensador, Indómita, Triunfador y Bienvivir, son sobrecogedoras. Explicaron que no conocían mundos más allá de su casa. Que en cuanto pudieron trabajar se incorporaron a la empresa familiar, que la única opinión que existía en sus vidas era la de su padre Rafael. Contaron que trabajaban jornadas extenuantes fabricando raticida, que era motivo de golpes y severos castigos el simple hecho de mirar por la ventana. Las historias de los chicos versaron sobre castigos físicos al estilo de la inquisición, de la misma forma que se explicaron cruentas relaciones incestuosas. Un horror de esos que fascinan a la sociedad, y que no se pueden dejar de ver.
Una vez que se evaluó a los hijos del matrimonio Pérez Noé, se encontró a seis chicos con avanzada desnutrición y marcados problemas mentales. Sobrevivieron a base de avena, frijoles, pan y algunas frutas, con la idea de que esta dieta les fortalecería espiritualmente. Nunca fueron a la escuela, vivieron, literalmente en reclusión, no tenían radio ni televisión, solo unos cuantos libros, todos meramente informativos. Adoctrinados diariamente sobre una moral impoluta, sobre seres perfectos, y sobre utopías inalcanzables. Pero Rafael Pérez Hernández no respetaba sus propios preceptos: él sí comía carne, hacía opíparas comidas en cualquier restaurante en su ruta de ventas y contrataba prostitutas cada fin de semana.
La pesadilla se terminó cuando los hermanos mayores, bajo el liderazgo de Indómita, lanzaron algunos mensajes a la calle y a las casas vecinas, explicando la tragedia de su existencia. Uno de estos mensajes terminó en el escritorio de un agente del Servicio Secreto, que tras dos semanas de vigilancia se introdujo a la casona, encontrando un inmueble descuidado, con goteras en todos lados, sin cuartos adecuados para todos los habitantes de la casa, y contaminado con raticida en todos los rincones. Y aún así, 8 habitantes vivos: Rafael, Sonia Rosa Noé, su esposa y los seis chicos que vivieron en ese lugar poco menos de 18 años un infierno. Su infierno en la tierra.
Sobre el tema se realizaron tres extraordinarias obras de arte: “El Castillo de la Pureza” Película de Arturo Ripstein, con un guión escrito por José Emilio Pacheco y estrenada en 1972, interpretada magistralmente por Claudio Brook, Rita Macedo y Diana Bracho. La historia fue también novelada por Luis Spota, en “La Carcajada del Gato” y “Los Motivos del Lobo” obra teatral de Sergio Magaña.
Tres obras de arte, con un solo hilo conductor. No, no la tragedia de una madre y sus hijos. No, no la megalomanía de un hombre profundamente afectado. No. El hilo común es la doble moral del personaje principal. Eso es lo que mas afectó a los artistas, y abiertamente, es lo que más me ha conmovido a mi de esta y de tantas historias semejantes.
Rafael Pérez Hernández impuso y exigió un estricto código moral desarrollado por él. Pero él mismo no lo seguía. Ni siquiera lo respetaba. En su castillo de la pureza, para su esposa e hijos, “avena, frijoles y agua, para fortalecer el espíritu” fuera de él, una comida diaria en el restaurante de su elección. Este criterio se llama doble moral, y es uno de los problemas más grandes de nuestra generación, de nuestra cultura y de nuestro México.
Es un criterio de doble moral el que aplicamos en nuestra vida y en nuestra perspectiva de la política nacional. Atacamos las fallas morales del candidato que no nos gusta, pero por el otro lado toleramos la misma falla en el que es nuestro favorito. Entendemos que tomar algo que no es suyo, es malo en el prójimo, pero nos lo permitimos a nosotros mismos. El adúltero que exige fidelidad, y el corrupto que exige justicia padecen del mismo problema.
Es un evento siniestro de doble moral, la reunión de políticos que hablan de progreso y desarrollo, de salud y bienestar, mientras se dan ampolletas de agua en lugar de quimioterapias a un grupo de niños con cáncer. Es Rafael Pérez Hernández, multiplicado por millones, secuestrando no a una familia, si no a una sociedad entera.
¿Por qué es tan peligrosa la doble moral? Porque es el impedimento más grande sobre la tierra para desarrollar justicia. La justicia basa su existencia en la imparcialidad, esto es: el criterio con el que se juzga a una persona es el criterio con el que se debe de juzgar a todas. Si un derecho es inherente a un hombre, es inherente a toda la humanidad. No hay privilegios en la justicia, como no los pueden existir en la moral.
Rafael Pérez Hernández fue probablemente un hombre enfermo, pero su maldad puede afirmarse a través de comprender la doble moral con la que actuó con su familia. “Hemiplejía Moral” Así le llamó Ortega y Gasset a la incapacidad de mirar el yerro en uno mismo, para darse cuenta de que está actuando con un doble criterio; uno para sí, y otro para los demás, un criterio para los nuestros, y otro para el resto de nuestro mundo.
¿Qué esperaríamos en la fábula moralizadora a la que estamos acostumbrados a entender como Historia? Como mínimo arrepentimiento. Nos gustaría imaginar a un Rafael Pérez que logró comprender el abyecto acto de secuestrar a su propia familia, de dañarla física, sensible, intelectual y moralmente. Arrepentimiento y perdón. Esa es la fábula completa.
Por eso la historia de “El Castillo de La Pureza” nos deja esta desazón, este sentimiento incómodo. Nos lo deja porque el verdugo siguió viviendo y murió, seguro de que tuvo razón en las infamias cometidas, que estuvo justificado, pasó doce años en el palacio de Lecumberri autojustificándose y explicándole a los presos con los que convivió, que estuvo en lo correcto, y que ejerció el derecho natural y divino que le fue conferido con su “privilegiada mente”. Si, así de simple. Tan simple como Karime Macías escribiendo en sus libretas planas y planas de la perturbadora frase: “Merezco Abundancia”, abundancia que hoy la tiene viviendo en Londres, gastando al mes 53 años de salario mínimo. Si, se nos queda esta desazón, pensando en el malversador que levanta la voz y llama corrupto a su enemigo político.
Ese fue Rafael Pérez, el enfermo de celotipia que contrataba prostitutas cada fin de semana. El protector de su familia de la maldad y la perversión del mundo para hacerla víctima de su propia maldad y de su propia perversión. Este es el México de hoy, donde las redes sociales se convirtieron en trinchera de juicios a priori y de descalificaciones morales, sin moral que las respalde.
Cada opinión que vertimos en la charla o en las redes fortalece nuestra democracia, pero es distinta una opinión a un juicio. Las redes parecen haber erigido en jueces a todos los internautas. Nuestra capacidad de contraste es mínima, y nuestros apegos a la verdad mínimos también. Tratamos a aquellos que no están de acuerdo con nuestras posiciones de “enemigos de la patria” traidores en potencia, nos colocamos en la superioridad moral de Rafael Pérez, y creemos vivir en nuestro propio “Castillo de la Pureza” .
No más maniqueos, no más buenos conmigo y malos contra mi. No mas castillos. No más pureza. Dejemos atrás nuestra doble moral. Sobre todo la electorera. Es fácil quitarse este sentimiento incómodo. Es fácil porque podemos sacar al Rafael Pérez de nosotros, y abandonar nuestro castillo de la pureza.
Indómitamente: José Luis Ramos Ortigoza.
