La representante del INE llega a casa antes del mediodía y pregunta por mí, “llega a la hora de comer, por si quiere regresar”, contesta mi esposa.
Vuelve a las tres y media. Salgo para atenderla. Una muchacha delgada con uniforme del INE extiende su mano para saludar con gesto afable. Tiene una tabla donde apunta y una gorra que la protege. Adelanto el tema y pregunto si quiere que participe en la elección. Entusiasmado, le digo que será un privilegio. Me ve incrédula.
“Llevo trescientas encuestas y solo 14 personas aceptaron”, dice al tiempo que apunta. “Y de esta colonia solo uno me dijo que sí”.
Luego explica que habrá capacitación y se decidirá qué cargo tendré en la casilla. Pide la credencial de elector que no tengo en ese momento. Amable, pide mi teléfono para llamar y confirmar el dato del número. Puntual llama al día siguiente.
Desde hace diez días retumba en mi cabeza: catorce de trescientos. Menos del 5 por ciento; uno de cada 20 ciudadanos le dice que sí. Si ofreciera cosméticos o productos de limpieza pudiera tener mayor porcentaje de éxito.
Ir el 1 de julio a participar como miembro de una casilla significa comenzar a las 7 de la mañana y terminar con la puesta de sol. Por eso la gran mayoría declina. Imagino a la chica casa por casa, fatigada y con su rostro de sorpresa.
Nos falta mucho para transformar nuestro país desde la raíz. No podemos culpar de todo al gobierno, a los políticos y a cualquier autoridad si no participamos con compromiso e intensidad.
Luego regreso a la autocrítica. Siento el privilegio de ayudar para que nuestra elección sea impecable, pero cuántas veces participé en las reuniones de los colonos (cero), cuántas veces acudí a reuniones importantes para nuestra comunidad (contadas). Peor aún, cuántas veces traté de encabezar algún movimiento en pro de algo (no recuerdo haberlo hecho). Tal vez por no enredar el trabajo editorial con causas distintas a las del periodismo, pero puede ser un pretexto, solo un pretexto.
Si queremos cambiar de verdad nuestra ciudad, estado y país, tenemos que reunirnos para lograr comunidades de intensa participación. Ninguno de los candidatos, ninguno de los partidos tiene todas las respuestas para el futuro.
En el arranque de campaña de los candidatos principales no leí o escuché que alguno dijera que vamos a lograr juntos el cambio. Uno promete ser casi el mesías de México, otro dice ser vidente del futuro y uno más promete ser el primer presidente sin fuero. Ninguno promete tomarnos en cuenta o nos hace parte de su proyecto. Son “ellos” y nadie más que ellos.
El país no construirá un futuro promisorio solo con dosis de nacionalismo o con sed de venganza y menos con una sentencia de muerte a la impunidad presidencial cuando vive hoy en todos los gobiernos y en todos los partidos.
Si la vida lo permite contaré paso a paso la experiencia de participar en la elección. Será una oportunidad más de dar testimonio de lo que vimos en las elecciones recientes: ciudadanos desinteresados dando cuenta puntual de la voluntad depositada en cada voto.
