Cada 28 de octubre, María González se viste con túnica blanca y verde, sostiene en sus manos una imagen de San Judas Tadeo. Camina entre los fieles con una sonrisa serena y una mirada que mezcla emoción y gratitud. Dice que no lo hace por promesa, sino por amor y fe.

Hace seis años, a María le diagnosticaron cáncer de mama. “Fue el momento más difícil de mi vida. Los médicos me dijeron que el tumor estaba avanzado y que debía prepararme para lo peor. Esa noche, llorando, me arrodillé frente a una estampita de San Judas Tadeo y le pedí que me ayudara, que, si me dejaba vivir, lo acompañaría siempre”, cuenta con la voz entrecortada.

Durante meses enfrentó tratamientos, quimioterapias y días de desesperanza. Pero asegura que su fe nunca se quebró. “Había noches en que el dolor no me dejaba dormir, y solo rezar me calmaba. Sentía que él estaba ahí, dándome fuerza. Desde entonces le digo mi compañero de batalla”, relata.

Hoy, María está completamente recuperada. Cada año acude a la iglesia de San Judas Tadeo en la colonia Carboneras, en Mineral de la Reforma, vestida igual que su santo. “Es mi manera de agradecerle por el milagro de seguir viva. Yo le entregué mi enfermedad y él me devolvió la vida”, dice mientras acomoda el manto verde que cubre sus hombros.

Entre el bullicio de los devotos y el sonido de los mariachis, María levanta su imagen y sonríe. “San Judas me dio otra oportunidad. Por eso, cada 28 de octubre, camino con él. Es mi manera de decirle: gracias por no soltarme cuando más lo necesitaba.”

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