México entiende al boxeo como cultura y un espejo de su historia. En cada golpe, en cada esquina ensangrentada, se reconoce la resistencia y fe de levantarse una y otra vez. Nuestros boxeadores pelean con el corazón, incluso cuando su cuerpo ya no responde. Saben de caídas, de rounds perdidos y de promesas rotas. Son nuestros símbolos de coraje, pero también de dolor. Quizá por eso, cuando la nación enfrenta una nueva tragedia, inevitablemente apelamos a la alegoría de ese púgil terco y valiente, pero lleno de heridas mal curadas.

México volvió a caer a la lona. En esta ocasión no se trató de un huracán de categoría cinco o un temporal histórico. No hubo vientos devastadores u oleadas que arrasaran con todo a su paso. Llovió solamente, con mucha fuerza sí, pero dentro de lo “esperable” en un país acostumbrado a las tormentas tropicales. Sin embargo, el resultado fue otra tragedia: decenas de personas muertas y desaparecidas, comunidades aisladas e infraestructura colapsada.

¿Por qué diablos un evento meteorológico de intensidad moderada terminó cobrando tantas vidas? La respuesta, lector, no está en el cielo, sino en la tierra, en esas heridas acumuladas que el país arrastra desde hace décadas y se han magnificado en los últimos años.

México es como un boxeador que ha afrontado y resistido en demasiados combates, pero incluso cuando ya no se enfrenta a rivales del ranking mundial (pues las lluvias recientes no fueron un ciclón “histórico”) nuestro púgil llega al ring con lesiones múltiples. Tiene costillas fracturadas por la desigualdad social, rodillas maltrechas por la corrupción y reflejos lentos por el desmantelamiento institucional. Ya no hace falta un golpe demoledor para caer, ahora cualquier ráfaga de agua lo tambalea y lo manda a la lona.

Las lluvias recientes son ejemplos muy dolorosos de cómo la vulnerabilidad estructural convierte fenómenos naturales en grandes catástrofes humanas y, sin planeación urbana ni mecanismos de prevención, solamente existen reacciones tardías cuando el desastre ya ocurrió. De igual manera, la erosión institucional con la desaparición de fondos para desastres, dejó al país sin mecanismos ágiles de respuesta y reconstrucción. Hoy en día dependemos de presupuestos discrecionales para emergencias y de la mera voluntad política del gobierno en turno. A nivel local se carece de recursos y las comunidades, sin redes de alerta o preparación, quedan expuestas. En salud pública esto es un ejemplo de pérdida de vidas evitables: personas atrapadas, rescatistas sin equipos, hospitales inundados o caminos intransitables.

La metáfora del boxeador también expresa agotamiento moral. La sociedad mexicana observa una y otra vez las noticias con resignación, como quien ve a su boxeador favorito caer una y otra vez, sabiendo que se levantará, pero sin esperar que cambie de estrategia, destinado a perder. Cada tragedia nos indigna unos días, pero volvemos a la rutina. El país se cura superficialmente, sin fisioterapia ni rehabilitación, listo para volver a pelear herido.

En efecto, los cambios en el clima agravan el cuadro, con lluvias más intensas y menos predecibles o en lapsos más cortos, pero justamente estos nuevos escenarios obligan a lo que México no ha construido: ser resilientes. No basta con tener “protección civil”, se requiere gestión de riesgo a todos los niveles (urbano, ambiental y sanitario) y las políticas de salud pública deben incluir la reducción de vulnerabilidades como parte de la prevención, pues es imposible la salud sin territorio seguro.

Cuando el boxeador cae, no es por un solo golpe. Fue derribado por años sin descanso, lesiones sin curar, falta de entrenamiento y abandono de su propio cuerpo. Así es México. No fue noqueado por un huracán, sino por sus viejas fracturas: la desigualdad, corrupción, falta de planeación y presupuesto y un rampante debilitamiento del estado.

Mientras no atendamos esas heridas, mientras sigamos parchando guantes y fijando costillas rotas sin sanar el cuerpo, cualquier lluvia o fenómeno natural volverá a ser un rival peligroso, no porque sea fuerte, sino porque nuestro boxeador ya no puede resistir otro round más.

 

RAA

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