Crecer en medio de otros puede parecer un espacio discreto, pero quienes están ahí, desarrollan habilidades únicas. Esta columna celebra su rol silencioso y poderoso.

Nadie elige el lugar que ocupa en la familia, pero algunos terminan sin ser los primeros en estrenar todo, ni los últimos en recibir privilegios, ubicándose en una posición intermedia que les exige adaptarse, observar y encontrar formas de destacarse sin hacer ruido. Los llamados hermanos sándwich, aquellos que crecieron entre las reglas del mayor y las licencias del menor. A simple vista parecen los más serenos, los menos problemáticos, los que mejor se adaptan, pero en realidad llevan dentro una mezcla fascinante de observación, humor y resistencia.

Ser el del medio no es casualidad. Es aprender a navegar entre mareas distintas, es sobrevivir a comparaciones que a veces duelen y pesan, pero con la certeza de que, si él faltara, el equilibrio familiar se perdería.

Su camino es un aprendizaje constate que emana de ser un gran observador de su entorno, sabe que la vida se maneja en dos ritmos: el de las exigencias del mayor y el de la espontaneidad del menor. Entre ambos, desarrolla un radar acertado para anticipar situaciones complicadas y con tal agudeza mental que logra pacificar, por su atinada intervención. Es paciente, sí, pero esta cualidad tiene fondo, y cuando lo colman, lejos de explotar, libera una oleada de energía que limpia el aire y devuelve el orden. Detrás de su apariencia hay algo más profundo, el lugar que ocupa dio se dio al azar, sino con un propósito preciso. En el lenguaje simbólico, el centro es el punto donde todo se nivela: ni exceso ni carencia, solo armonía.

El cosmos necesita puntos de unión, almas que no tiren de los extremos, sino que sostengan la cuerda con firmeza. Por eso, quienes crecieron en ese lugar suelen ser mediadores naturales que mantienen a toda costa la tranquilidad sin que nadie se los pida, gracias a su sabiduría práctica, que funciona como una especie de brújula emocional en donde se combinan la razón y empatía.

El hermano del medio no busca protagonismo. Prefiere el papel discreto, fluye en bajo perfil y sabe perfectamente que no necesita brillar para saberse importante, en ello radica su potencial y debe concientizarse de su talento, porque hay quienes no se perciben así.

En ocasiones, constantemente sus cercanos lo señalan como poco comprometido porque confunden su pasividad con falta de interés, pero en realidad lo que se percibe, es su ligereza que ha aprendido de sus influencias más cercanas: el hermano mayor y el menor, por lo que sabe cómo lidiar con vaivenes y priorizar lo que le permite disfrutar sin dejar de luchar.

El universo, siempre sabio, les dio un papel central en el mandala familiar. Son el corazón que da el pulso a los vínculos. Su energía conecta extremos, armoniza diferencias y con mucho énfasis Sin él, el hogar sería más rígido, los lazos más frágiles y los recuerdos menos compartidos.

Ser el hermano de en medio es una lección de proporción. Se les confía un soporte invisible pero también ellos saben soltarse, porque su naturaleza mediadora puede volverse carga si olvidan cuidarse a sí mismos. El universo también les pide eso: no solo unir, sino recordarse parte de la ecuación, en su función discretamente imprescindible, cumple su propósito: mantener viva la armonía entre los extremos. Ser del medio, después de todo, es ocupar el lugar más sabio: el punto exacto entre el caos y la calma.

A veces quienes han crecido entre hermanos, no alcanzan a dimensionar el sitio que ocupan. Celebrar su rol no es un elogio menor, sino una invitación a reconocer que quienes parecen menos visibles son, en realidad, indispensables para que todo funcione con mejor.

Hoy decidí escribir sobre este tema por todos aquellos que no se han percatado del gran potencial de habitar un espacio tan virtuoso. Porque quienes ocupan ese lugar poseen una claridad que otros tardan en descubrir, una capacidad para leer, sostener y unir sin que nadie lo note. No es un sitio de menor valor, ni un rol de espera; es un terreno de oportunidades, de poder contenido y de creatividad. No es ser adulador, no es elogio vacío, sino de identificar la carga que conlleva el lugar que ocupan. Ese peso, lejos de ser un lastre, también moldea su carácter y su sensibilidad, les enseña paciencia, intuición y resiliencia. Y es justo reconocerlo, porque no es sencillo, aunque muchos lo den por hecho.

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