Celaya celebró la semana pasada su primera feria internacional del libro y tuvo como país invitado a Colombia. No dudé en darme la vuelta para atestiguar un gran avance, con su traslado al Parque Fundadores 450, unas instalaciones que reúnen condiciones ideales para este tipo de evento. A esta fiesta del libro, la más noble manera de resistir a la violencia, asistieron entre otros invitados el narrador colombiano Octavio Escobar, de quien he reseñado algunos de sus trabajos en este espacio: Hotel en Shangri-La (Guía 201, Tachas 184), De música ligera (Guía 238, Tachas 229), Mar de leva (Guía 291, Tachas 293), 1851 (Guía 402, Tachas 419), Cassiani (Guía 584, Tachas 615).
Son generosos los paralelismos que unen a México y Colombia alrededor de la violencia fraticida. Escobar presentó Cada oscura tumba (Seix Barral, 2022), novela que se sumerge en el episodio más oscuro y a la vez más esperanzador de la espiral de muerte que vive Colombia desde mediados del siglo XX; el exterminio de más de 6.400 colombianos no combatientes a manos del ejército durante el gobierno de Álvaro Uribe, que fueron presentados como bajas de la guerrilla para obtener beneficios económicos, ascensos o días de permiso. La más abyecta mentalidad comercial, los bonos por productividad, se aplicó a la seguridad nacional y segó la vida de miles de colombianos ajenos al conflicto. Entre las víctimas se encontraban retrasados mentales, indigentes o jóvenes desempleados a quienes se ofrecía un trabajo, se les trasladaba a instalaciones militares o espacios adecuados para ello y se les fusilaba para disfrazar luego los cadáveres y presentarlos como caídos en combate del bando enemigo.
De las 8,208 ejecuciones extrajudiciales documentadas en Colombia entre 1978 y 2016, el 78 % ocurrió durante el gobierno de Uribe Vélez, entre 2002 y 2008. Y la mayor parte habría quedado en el olvido de no ser por la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) que para la fecha de publicación de la novela había registrado apenas 2.604 casos.
Octavio Escobar concibe una novela, con todas las herramientas que permite la ficción, para asomarnos a la realidad de las víctimas, al rencor y deseo de venganza que se agazapa en lo profundo de sus almas. Emplea de forma magistral el diálogo: cada personaje, víctima, asesino o simple figurante, expone su manera de concebir el país y el orden establecido. “En este país un solo muerto no hace verano. Hasta para el triste concepto de masacre somos muy exigentes”.
A Cada oscura tumba, título extraído del himno del ejército colombiano, se ingresa por la ejecución de Ánderson, un joven con retraso mental a quien sus verdugos invitan a vestirse de soldado. La exigencia de justicia de Melva Lucy, su hermana, fluye paralela a la vida personal y laboral de Cuadrado, un abogado defensor de derechos humanos amenazado de muerte.
Cuando mencioné los falsos positivos (el nombre me sigue pareciendo absurdo y demasiado aséptico) como episodio esperanzador, me refería a la investigación y judicialización que ha tenido en los últimos años. A inicios de este 2025, la JEP ha revelado miles de nombres de víctimas e imputado a decenas de militares (incluidos 9 generales) mientras la investigación avanza dividida por zonas geográficas.
Sólo para terminar, en México, casa matriz de la impunidad, aún no se juzga ni castiga a los responsables de la guerra sucia y a los victimarios se les sigue rindiendo culto al interior de las fuerzas armadas. Ni hablar de las decenas de miles casos impunes de la violencia demencial que hemos vivido desde el gobierno de Felipe Calderón. ¿Qué dice nuestra literatura al respecto? ¿Qué dice nuestro gobierno democráticamente electo cuando estas cifras que superan a las de cualquier dictadura militar del continente?
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