Pena debería darles a nuestros gobernantes que el crecimiento del PIB sea menor al de casi todos los países latinoamericanos.
Bombo y platillo, ¡Diana, Diana!: el Banco Mundial ha incrementado el pronóstico de crecimiento de México para este año al 0.5 % (medio por ciento). ¡Wow, cáspita, recórcholis, zambomba! Mientras nosotros apenas sacamos las narices por encima del agua, Brasil crece 2.4 % y Argentina arriba del 4 % en el mismo periodo. Nuestro “desempeño” dista mucho de ser admirable, menos aún festejable.
Algo apesta en Dinamarca, pues resulta que, si bien al parecer somos buenos para invertir en acarreos y autoelogios, no lo somos tanto cuando de impulsar la economía se trata. ¿A qué se deberá? Hay muchos factores, pero, en general, el ambiente para el emprendedurismo en el País desalienta en vez de fomentar la inversión y el crecimiento.
La ferocidad del SAT, las trabas burocráticas, las prohibiciones en lugar de incentivos, la inseguridad (presumen que bajan los homicidios, pero nada dicen sobre el aumento de más del 20 % en extorsiones), absurdas medidas como dar ocho años de cárcel a quien fabrique o venda vapeadores (cuando en casi todo el mundo están hasta fomentados) y la insistencia en que el Gobierno puede -o debe- ser empresario compitiendo en forma directa, con dinero del erario, contra ciudadanos que arriesgan su propio capital.
Cierto que existe, en teoría, un Plan México que se supone busca impulsar la economía, sólo que no parece dar resultados. Parte del problema es que se lo encargaron a Altagracia Gómez, una persona respetable, pero su perfil empresarial -especialmente fuera de México- resulta relativamente modesto. Sí, maneja empresas de su familia, pero a sus 34 años carece de experiencia y, sobre todo, del suficiente reconocimiento como para liderar un programa nacional de vital importancia.
No afirmamos que ella sea la causa del fracaso del Plan México, que arroja como resultado este ridículo crecimiento del PIB de sólo medio por ciento; lo que afirmamos es que podría funcionar mejor con un empresario de corte mundial, que inspire respeto dentro y fuera de México, encabezándolo, y así lograr la integración de todos los sectores y actores, ya que hoy ni todos los que están son, ni todos los que son están. Nada en contra de la Lic. Gómez, de quien afirman que es inteligente y muy activa; lo que formulamos es una observación a favor de un “plan” más efectivo.
No resulta nada sano para México “combatir” la pobreza con base en dádivas gubernamentales, sino que hay que abatirla creando oportunidades de empleo de tiempo completo y con sueldos dignos, que eleven de verdad el nivel de vida de los ciudadanos. Necesario es, al tocar este tema, hablar de los subsidios: subsidiar empresas o productos equivale a tomarse un veneno de lenta acción. Es un premio a la ineficiencia, cuando lo que deberíamos fomentar es la eficiencia, madre de la productividad. Sin productividad no podemos competir, y si no podemos competir, comprometemos nuestro futuro a mediano y largo plazo.
Raya casi en lo criminal que el propio Gobierno opere empresas con enormes déficits que son cubiertos con dinero público, que mejor podría destinarse a cubrir las necesidades urgentes de la población. Gastar el dinero de los mexicanos para “mandar café del Bienestar a Marte”, aunque se diga de chunga, ejemplifica la incomprensión total respecto a lo que, como país, deberíamos estar haciendo.
Y esto sería acertar con ideas modernas y actualizadas, realistas, acordes al entorno mundial, y no con conceptos de un pasado que ya no existe y que pretender revivirlo resulta insensato. Pena, vergüenza incluso, debería darles a nuestros gobernantes que el crecimiento del PIB sea menor al de casi todos los países latinoamericanos. El promedio regional para este año -según el Banco Mundial- es de 2.3 %, ¡y es de las regiones del mundo con menor crecimiento!
¿Acaso puede enorgullecerse nuestro Gobierno de ser el peor de los peores? Urge un profundo y severo ejercicio de autocrítica, pues no vamos nada bien, digan lo que digan los amanuenses y proclamen los lambiscochos.
