Los impuestos al ahorro son insensatos: frenan el capital y la inversión, fomentan la inflación y su incremento son una traición a las promesas oficiales.

Ni en el presente ni en el pasado Gobierno parece haber congruencia entre lo que dicen y lo que hacen. Clarísimo ejemplo de esta disonancia es la pretensión de aumentar de 0.5 % a 0.9 la tasa de retención sobre los intereses de los ahorros. Ello cuando se ha repetido hasta la saciedad que “no habrá nuevos impuestos”. Sin embargo, hay aumentos como éste, que castigan el ahorro.
Como ustedes bien saben, sapientes lectores, ya existe -para efectos prácticos- un impuesto a los intereses que genera el ahorro. Ahora pretenden aumentar la tasa de retención sobre los intereses de los ahorros.

Esto agrava el ambiente económico que castiga al ahorro (sobre todo en quienes no hacen declaración anual y no pueden compensar las retenciones), al tiempo de que levanta la sospecha -desincentivando más- de que un aumento así es del tipo que tiene una tasa modesta, para que nadie proteste y hacerlo pasar inadvertido, que luego irán incrementando con el tiempo.
Es de hecho esta imposición un “impuesto a la riqueza”, uno que incita al gasto y no al ahorro. Sentadas por el Gobierno estas condiciones, crea éste un entorno inflacionario, pues al eliminarse simultáneamente muchas otras deducciones, también se desincentiva la inversión productiva hacia la cual podría dirigirse el ahorro castigado fiscalmente, quedando sólo para la ciudadanía la opción de inflar el consumo.

Por todo lo anterior, consideramos la práctica de tasar el ahorro como un grave error. Con medidas como la descrita se logra todo lo contrario, y al mismo tiempo conforma una fórmula que a la larga en nada beneficiará a la recaudación. Las naciones prósperas son las que estimulan el ahorro y la formación de capital, entre muchas otras cosas.

La esperanza, en una nación democrática, sería que el Legislativo rechazara este aumento al impuesto a los intereses de los ahorros. Tristemente, con la aplanadora de Morena en el Legislativo, la esperanza de que los legisladores le digan que no a esta petición del Poder Ejecutivo es nula. Lo más probable -y altamente nocivo- es que le den para adelante y aprueben semejante pifia.
Visto de una manera sociológica, este impuesto es discriminatorio: castiga al que ahorra y premia al que gasta. Por éste y otros motivos concluimos que el actual Gobierno es uno excluyente y discriminatorio, y no incluyente y plural.

Ejemplo adicional de este fenómeno es el fanatismo que la Presidenta mostró durante el Grito que acabó siendo uno 100 % feminista, y por lo mismo excluyente de la mitad de la población que somos hombres. Un Presidente o Presidenta debe gobernar para todos por igual, ni sólo para las mujeres ni sólo para los hombres, incluyente e igualitario.

A juzgar por el Grito, la Presidenta siente que ella sólo gobierna para las mujeres, pero, en una incomprensible contradicción, le rinde cada vez que puede pleitesía obsequiosa a su padrino y mentor, el ex Presidente supuestamente enclaustrado en “La Chingada”.

Bien asesorada la Presidenta podría mejorar mucho su porcentaje de bateo si pudiese ser convencida de que la pluralidad y la inclusión forman una parte integral de la vida democrática de una nación. Claro está, ella tiene derecho a proclamar lo que le dé la gana en lo personal, pero como Presidenta de México no: tiene que respetar a los ciudadanos, a nuestras instituciones y a la congruencia de su investidura.

Igual nos permitiremos observar un exceso patriotero -y probadamente falso- cuando afirmó encendida y con el puño alzado que: “México no permitirá la injerencia de ninguna nación extranjera”. Se entiende que tan enjundiosas arengas las dirigen nuestros gobernantes al pueblo, o a los más ingenuos del pueblo, lo cual resulta inútil y se toma como pose risible, ya que justo en este momento el pueblo intuye que el Gobierno mexicano actúa bajo presión de Estados Unidos.

Más sensato resultaría presumir en su lugar que se actúa contra la corrupción “caiga quien caiga”. También pudiera ser engaño, pero es más creíble.

 

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