Se hace de noche, menguan los ruidos, se encienden las luces y me resulta más sencillo escuchar el diálogo interno que vive en mí.
A veces, se desarrolla a base de preguntas y respuestas, otras, es un largo monólogo que no cesa, va y viene, recorre las fechas caídas de mi calendario barriéndolas como hojas secas, fluctúa entre el pasado y presente, se aventura a hacer conjeturas sobre el futuro como si le perteneciera el porvenir.
Bien, no hay escapatoria, me rindo, soy el espectador más atento. Muchas veces, corrijo esas aseveraciones que provienen de mí misma, anclándome a la realidad y evitando que esas verdades viejas se conviertan en absolutas. Las pulo con la conmiseración que da justificación a la inexperiencia, y le recuerdo que somos falibles, pues finalmente somos la misma persona. O más bien, para ser precisa, la que era y la que fui, en la que me he convertido en esta evolución constante que ha transformado al mundo sin hacer excepciones conmigo.
Sé que estos parlamentos que se desarrollan en mi mente como conversaciones privadas no son exclusivamente míos, pues todos mantenemos latente, una interminable fila de preguntas y respuestas. En nuestros cielos, cientos de pensamientos atraviesan nuestro espacio como estrellas fugaces, redundando en órbitas invisibles de las que es imposible salir.
Y en ese ruido de fondo me sumerjo, observando con mi mirada actual, sin caer en la tentación de hacer correcciones a una historia escrita. A veces, últimamente más seguido, él y yo, repasamos la vivida en común, y lo que olvida uno, lo recuerda el otro, y así, se amplía la visión por doble partida. Después, silenciosos, observamos el mural que se muestra sin omisiones y que nos permite ver realidades viejas en toda su magnitud.
Continuamos nuestras actividades mas nos sentimos confundidos, increíblemente hay cosas de las que nunca sabremos su porqué, así que las interrogantes, como motas de polvo, se quedan flotando como enigmas que nunca obtendrán respuesta. Las acciones ajenas escapan de nuestras manos, y a tu decir, nunca han vuelto tras sus pasos, jamás se han cuestionado sobre su conducta, ni mucho menos han tratado de entenderse, puesto que les tiene completamente sin cuidado.
Así pues, cuando de mí se trata, cuando mengua el ruido y sube la marea, en mis ratos de silencio me sumerjo, escucho mis conversaciones privadas como una manera de autoconocimiento, introspección o crecimiento, pues de algo estoy convencida, el autoconcepto es un nicho solitario, así pues, yo soy mi lugar seguro.
