Ilusos que somos en ocasiones los mexicanos: en charla con amigos hace unos días surgió el tema sobre cuál será el rumbo futuro de este Gobierno que apenas cumple su primer año. La pregunta de fondo fue: ¿seguirá este sexenio como una mera continuación copy-paste del pasado o en algún momento habrá ligeras y lentas divergencias que lo lleven a un rumbo propio, más promisorio que el actual?

Porque, siendo sinceros, luce poco exitoso dadas las desmedidas influencias externas que en ocasiones generan la apariencia de que la Presidenta es una mera rehén de poderosas tribus morenistas controladas por su antecesor. Externáronse opiniones respecto a si hay señales de cambio, cuáles son y en qué momento es adecuado divergir completamente -o romper- con el antecesor.

Uno de los opinadores, persona sumamente inteligente y bien informada, argumentó que a la Presidenta le queda, como máximo, un año más para librarse de las rémoras del pasado e imprimirle un sello propio y su control, no sólo del Gobierno, sino de su legado histórico en relación con el progreso y los avances durante su gestión.

Lo anterior aconteció semanas antes del Primer Informe. Transcurrido éste, y analizado con detalle, quizá obligue a una revisión respecto a la discusión que comentamos. Las percepciones, propias y ajenas, apuntan hoy a que no habrá nunca tal divergencia. Por razones inexplicables, no parece existir una comprensión respecto a por qué resulta crucial para el éxito del actual Gobierno tomar el control de los organismos de poder. Persiste la repetición de formas y rollos, más obsoletos que las crinolinas.

Permanece el culto al Mahoma Macuspano, la defensa de sus errores -resulta que el Tren Maya es “Kukulkán caminando por la selva” (¡qué moderno concepto!)- y las declaraciones embusteras que combinan peras con manzanas para arribar a exagerados logros: “Hoy Pemex produce tres veces más”, ¿desempleados? Esto, por no poder pagarles a sus proveedores.

No ha cambiado nada ni parece mostrarse el menor intento por adoptar un rumbo más moderno y exitoso, siguen con el onanismo político de los “bastones de mando” (entregados incluso a la Suprema Corte, reflejando su sumisión al oficialismo), simbología arcaica, desgastada y fuera de lugar.

El Informe no es rendido ante el Congreso, sino que es una reunión de afiliados en la que dominan las mismas fichas gastadas de siempre: puro correligionario, lambiscochos y emisarios del pasado que se identifican más con el antecesor que con la actual Presidenta. Nada ha cambiado ni va a cambiar.

O entra el juego del “kompromat”, o la rígida servidumbre a una ideología ajena, o la adopción de un falso feminismo que, diciéndose representante de la mujer mexicana moderna, se subyuga a la voluntad de un hombre que, en teoría, debería estar retirado en una parcela en Palenque escribiendo un libro.

Un escenario que ha surgido y se menciona cada vez más es la orquestación de una jugada: la del “Poder Prestado”. Dominando el oficialismo los tres Poderes de la Unión, se tornan posibles situaciones que antes eran impensables.

Antes, la reelección presidencial era inconcebible, mas hoy ya no lo es. La aplanadora oficialista cambia la Constitución y ¡presto!, se vuelve posible. ¡El retorno de “Kukulkán”, a petición del pueblo y sancionado por los Tres Poderes, de imposible se torna no sólo posible, sino una maniobra en marcha ya! En este contexto, la actual Presidencia sería un simple conducto, un mecanismo cuyo propósito no es elevar el nivel de vida de los mexicanos, sino perpetuar al Mesías Macuspeño en el poder.

Una variante del escenario anterior sería pretender lo mismo, pero a través de su estirpe; es decir, que la actual Presidenta meramente le calienta la silla a su padrino o, incluso, a un hijo de él (¡adivinan quién!). El mismo que se paseó a lo grande en el besamanos del Informe, generó cola para recibir abrazos.

¿Les parecen descabelladas estas ideas? ¡Bienvenidos al México Mágico “Transformado”!

 

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