Solo los siete representantes nombrados por la Presidenta Sheinbaum tendrán “voz y voto” dentro de la Comisión Presidencial para la Reforma Electoral. Siendo esto así, la Presidenta ofrece, con serio y adusto gesto, que “todos serán escuchados”, más allá de los integrantes de esa Comisión. ¡Ah, menos mal, por un momento creímos que sólo los ungidos presidenciales llevarían la voz cantante!
Ofende a la inteligencia aun del más lerdo esta burla, en la que no sabemos qué insulta más: si la osadía de hacernos creer que de alguna manera una Comisión integrada de puros paleros puede ser democrática, o el que ofrezcan “escuchar a todos”, de antemano sabiendo que no les harán caso y que sólo lo que los incondicionales presidenciales quieran se incorporará en la nueva conformación electoral, que todo apunta a que institucionalizará el monopartidismo y atrincherará en el poder a Morena, ya que el oficialismo pretende eternizar al “movimiento” en el poder.
Obviamente estábamos equivocados los que ingenuamente pensamos que, con una Presidenta educada, preparada, con doctorado, habría una corrección de rumbo con avances cuantificables en seguridad, certeza jurídica, equidad política y apertura comercial, y estímulos al emprendimiento, acompañado éste de un crecimiento económico envidiable. ¡Nos equivocamos! La Señora Presidenta no ha cambiado nada, salvo que quizá, obedeciendo presiones de Estados Unidos, se ha visto forzada a combatir más en forma a la delincuencia.
En esencia, su Gobierno es una mera extensión del pasado sexenio, cuya única meta parece ser cumplir las encomiendas heredadas. Principalmente entre éstas, las dos recientemente completadas: la destrucción de la independencia del Poder Judicial, y ahora la eliminación de cualquier competencia política o electoral en ciernes.
En nada exageran quienes opinan que México ya está pisando firmemente el terreno del autoritarismo, y que se asemeja mucho más a un Gobierno totalitario -como el de Ortega en Nicaragua, el de Maduro en Venezuela, o el de Díaz-Canel/Castro en la pobre Cuba- que a uno democrático. La única diferencia notable entre el actual régimen y el anterior en México es que el actual se conduce con un poco menos de rijosidad y más ecuanimidad. (Aunque en ocasiones se asoma, sin querer -suponemos- el tono tiránico al que nos acostumbró el Tabasqueño Tropical).
No deja de sorprender la osadía de pretender realizar una “reforma electoral” en la que sólo uno de los actores políticos participa, en la que sólo tienen “voz y voto” los designados por la Presidenta. ¿A quién creen que engañan? ¿Con qué fin escenifican esta pantomima simuladora? Mienten entonces cuando le llaman una “reforma”, pues lo que realmente es se apega más a la imposición “sí o sí” de un esquema diseñado desde el poder para restarle presencia y fuerza a la oposición y, al mismo tiempo, designar un árbitro a modo.
Los miembros de tal Comisión, pues, no estarán allí para diseñar un mejor sistema electoral, uno más inclusivo y representativo, sino sólo para asegurar que sin disensión alguna se implementen los cambios que amenazó con imponerle al País el inquilino de “La Chingada” (desde donde esté), y que ahora ha quedado para ejecutar la ahijada pupila. Bajo el parapeto de “reducir costos” se ha integrado, pero las medidas propuestas designarán por sí mismas los propósitos reales de este escuadrón encargado de FUSILAR a la oposición en México.
Estos propósitos reales no se podrán disimular, pues son excluyentes y serviles al Poder Ejecutivo, lo cual quedará claro desde el inicio. Pudiera haber sido la mentada “Comisión” un organismo plural, con representación del INE, de la oposición, de la sociedad, mas no. Se compone de puros testaferros encabezados por alguien que desde hace muchísimos años ha enseñado sus cartas autocráticas.
¡Qué decepción! Ya ni disimulan, ni guardan las formas, ni se toman la molestia de adoptar ciertas formas democráticas -ni siquiera simbólicas- para simular que el oficialismo se apega a ellas. Nada, nada: todo es imposición tiránica, todo es sometimiento, ello con el fin de acallar la disidencia y nulificar por completo cualquier competencia política o electoral.
