En este espacio he compartido por décadas, análisis basados en métodos generalmente aceptados, para evaluar decisiones de inversión en obra pública. Así como he criticado inversiones como el Parque Bicentenario y la “Victoria Alada”, acciones que no tuvieron alguna rentabilidad, también he aplaudido otras, como las inversiones inmobiliarias que hace el ISSEG y entre las buenas, siempre reconociendo, la carretera de cuota Silao-Guanajuato. 

Sobre esta obra, incluso, expuse aquí, que la usaba como ejemplo en mis cursos en la Maestría en Contabilidad Gubernamental, en la materia de Formulación y Evaluación de Proyectos de Inversión, pues tenía a la mano datos para construir estados financieros y aplicarles medidas de rentabilidad como el VPN o la TIR y siempre era un buen ejemplo de cómo una inversión del Gobierno estatal, aporta recursos al erario.

Pero el año pasado me enteré que se había regalado a un particular. Encontraba que había entrado como parte de un acuerdo para la concesión de otra carretera, al consorcio constructor más grande que tiene el Bajío. 

Encontré, gracias a los ejercicios periodísticos de nuestro AM, datos relevantes sobre el esquema con el que el exgobernador Diego Sinhue, había entregado la obra a ese consorcio privado. Es decir, ahora al haberla regalado, comenzaremos a pagar los usuarios al bolsillo de un inversionista y ya no como una contribución a la administración estatal.

La verdad, es que a los ingenieros civiles se nos enseña mucho sobre el cálculo de la rentabilidad de obras desde diferentes ópticas, ya sean financieras, económicas, sociales o ambientales, y con unas bases buenas de matemáticas financieras, es muy atractivo hacer cálculos. Al impartir clases de posgrado, tomando como ejemplo algunas decisiones que toman los gobernantes, en mis artículos calculaba que algunos “elefantes blancos” son dinero tirado a la basura, pues ni aún calculando la “rentabilidad social”, los proyectos de inversión resultaban con algún beneficio.

Cuando los gobiernos no tienen la creatividad para hacer obra pública, recurren a las concesiones, pues son un camino fácil para construir o para ofrecer un servicio. Aún en condiciones de recursos escasos, el pueblo pierde, cuando sus gobiernos concesionan, pues el beneficio lo recibe un particular y no la comunidad. Es renunciar al rol fundamental que tiene el Estado. Aun sabiendo que los particulares administran mejor que las burocracias, concesionar es entregar a particulares el beneficio colectivo.

Por eso, la entrega de la carretera Silao-Guanajuato en el ocaso del gobierno de Diego Sinhue, representa en mi opinión, basado en corridas financieras que hice con alumnos de posgrado, el regalo de un bien público a un particular. Una carretera como la de Silao, se había pagado en los primeros 10 años. Inaugurada durante el mandato de Rafael Corrales Ayala como gobernador (el último priista), el 16 de agosto de 1989, es decir, tiene 26 años dando beneficios de alrededor de 200 millones de pesos anuales que ahora se echará a la bolsa un particular. No lo entiendo. 

Desde el año pasado revisé los argumentos del Gobierno estatal para concesionar la Guanajuato-San Miguel de Allende y entregar en ese paquete de concesión de 30 años, la Silao-Guanajuato y no encuentro las razones técnicas, -aún en un escenario de no tener recursos el gobierno estatal-. Si la TIR (Tasa Interna de Retorno) es mayor que la de la tasa de interés aun pidiendo el Gobierno estatal un préstamo a BANOBRAS, por ejemplo, era preferible hacerla el gobierno a entregar a particulares, proyectos tan rentables por tener aforos considerables como los de San Miguel de Allende.

Desde luego, que podrían caber otro tipo de suspicacias para tratar de entender, pero no las considero aquí. Solo tengo las técnicas, pues después de realizar ejercicios con la consultora McKinsey & Company -donde colaboré-, para grandes proyectos de infraestructura, me enrolé en usar el ejemplo de la Silao-Guanajuato y no le encuentro lógica al regalarle a particulares un bien público muy rentable. No lo entiendo técnicamente. Y tampoco, estoy seguro, el pueblo. 

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *