Las palabras que sanan brotaron invisibles de mis labios rompiendo mis resistencias, se quedaron girando alrededor del cuarto y después, salieron por la ventana aleteando. Son ahora palomas blancas que con prisa se alejaron volando.

Tú, parecías no verlas, solo me observabas abstraída, como si me miraras por dentro, armando la historia que te conté fragmentada, y así, con tu delicadeza y pericia, tomaste esas piezas entre tus manos y armaste el rompecabezas entero.

Fuimos dos las que se dieron cita y tres que se miraron las caras, tú, yo y mi historia, que avergonzada y descubierta bajó la mirada tras el fleco de su pelo. Y desde ahí, todavía estrecha y enredada, tras ese lugar se sintió reivindicada, escuchada, atendida por tu presteza sin tregua, tanto así, que descubrió sus alas y las extendió sorprendida.

Las palabras son dagas ardientes, mariposas de terciopelo, hierro candente, espuma blanca, son más letales que la muerte o más benévolas que la caricia que luce perenne en mi mejilla.

Hoy, tal vez tú no te diste cuenta, pero mi historia perpleja, observó cuidadosa tus paredes y se lanzó al columpio de tu cuadro, para balancearse ganando altura hasta que sintió las nubes del cielo suaves como algodones, frescas como promesas, grandes, inmensas como el firmamento entero.

Así que sin opción se despidieron, pues las palabras dichas no vuelven a su cauce, son manantiales que brotan secretos y purifican el alma. Una vez, alguien las comparó con la parte inmersa de un iceberg que no ve la luz del sol, que permanece anclado en el mar profundo, y que, si se sacara a la superficie, muy probablemente se derretiría aumentando el caudal de los mares.

Podrías pensar que sin ellas me siento vacía, mas yo te digo que me siento ligera, dispuesta a llenarme de palabras nuevas, de recuerdos limpios y fuertes que sean mi sostén y mi armazón en mis años venideros, desde los cuales, como una enredadera agradecida, también busque el refugio del cielo.

Porque hoy, las historias mutaron en palabras, y estas, teniendo abierta la ventana, salieron sin pedir permiso, y cual palomas blancas, libres y veloces, se perdieron por el cielo.

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