Domingo en la noche, 6pm. Sobre la ciudad de León, el cielo se desgajaba en pequeños fragmentos de hielo. Ante la entrada del Teatro del Bicentenario de León, a la carrera y esquivando los charcos, se agolpaba el público que abarrotaría el inmueble. El motivo, Gershwin, la vida en azul, espectáculo musical sobre la vida y obra del genio pianista y compositor norteamericano. 

Nostalgia ineludible, no sólo por el homenaje al autor que cimentó la tradición jazzística del siglo XX, también por un encuentro inesperado. Atento a la entrada de los espectadores empapados, como solía hacerlo en los mejores años del recinto leonés, se hallaba el antiguo director del teatro, Alonso Escalante. Tras su paso de cinco años por Bellas Artes, donde trazó una senda de producciones operísticas emblemáticas, asumió a finales del 2023 la dirección artística de Elekin Arts, empresa productora de la extraordinaria directora de orquesta mexicana Alondra de la Parra.

Cuando Escalante presentó su renuncia en la CDMX, mencionó a los medios que asumiría un proyecto junto al mar. Se refería a la producción del festival Paax en la Riviera Maya, que se desarrolla en el mes de junio en el hotel Xcaret Arte. También a la producción que cerraba su gira esa noche en León, ideada por de la Parra para celebrar cien años del estreno de Rapsodia en azul. 

Asistimos a una celebración exquisita de jazz y música de concierto, concebida como una gran suite que combinó pasajes orquestales y número de solistas, bailarines y cantantes. En la fiesta, potenciada por el magnífico telón LED, ora pared, en otras ocasiones paisaje, friso escénico o desdoblamiento de los solistas, también tomó parte la directora. De la Parra bajó en varias ocasiones del podio para bailar o tocar el piano con los solistas y bailarines, con una soltura deliciosa que pulverizó aquellos tiempos de los directores musicales hieráticos y solemnes. Las coreografías oscilaban entre la danza clásica, el tap y los ritmos de musicales emblemáticos como Oh Kay!; Oh, Lady, be good!; Shall we dance; o Girl Crazy. Piedras angulares de la carrera de Gershwin en Broadway y West End. 

Por supuesto, fragmentos de otras piezas sinfónicas como el Concierto para piano en fa mayor, su ópera Porgy and Bess, y Un americano en París, se alternaron en un flujo permanente de música con un sentido estético excepcional que hizo las delicias del público y confirmó la calidad del elenco y de la Orquesta de las Américas. 

Hago mención aparte de dos solistas únicos: Robbie Fairchild, bailarín y cantante multipremiado, que reencarnó la figura de bailarines y cantantes como Astaire o Kelly; y el compositor y pianista francés Thomas Ehnco, cuyo virtuosismo en el instrumento trajo de vuelta al espíritu de Gershwin, famoso por su formidable capacidad para improvisar. La ovación final del Bicentenario cerró esta gira que, según comentan, tiene ya planeadas presentaciones en Europa. 

Un gusto volver a ver espectáculos de esta calidad en el teatro que ha dado mucho de que hablar en meses pasados por sus problemas laborales y cambios en la dirección. El telón LED, por ejemplo, al subir o bajar hacía un ruido impensable en otros tiempos, que denota falta de mantenimiento o desidia en un montaje concebido de forma impecable en lo escénico. 

Me preocupa que la decadencia presenciada con la administración de Jaime Ruiz Lobera se agudice aún más con la ausencia de un director en forma, pues ahora se dividirán funciones entre un Director de Desarrollo Institucional, sin experiencia alguna en este tipo de recintos, y una Directora General de Producción Artística. ¿Volverán a producir ópera o seguirán dependiendo de proyectos externos? ¿Estamos condenados a seguir la senda de las reposiciones ya agotada por Ruiz Lobera?

La música formidable de Gershwin y el despliegue de talentos no ayudan a paliar la nostalgia de tiempos pasados mucho mejores y preocupaciones por la trayectoria futura de un teatro que brilló con luz propia y ahora se ha convertido, si soy generoso, en uno más del montón. 

El sexenio perdido en la cultura que vivimos con López Obrador, parece reeditarse con Claudia Sheinbaum. Gobiernos nominalmente de izquierda, que muy poco hacen por la cultura y por su difusión; parecen incluso empeñados en aislarnos de los intercambios culturales globales, como si se orgullecieran de ver un México cada vez más provinciano, menos vinculado con el mundo. Y lo más lamentable: sus némesis de color azul transitan por la misma senda…

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